/ lunes 2 de octubre de 2023

Con Elena Poniatowska, a 50 años de la Rubén Jaramillo

Queridos lectores, hoy les cuento un pasaje de mi vida y leerán el porqué del título. Crecí en mi niñez y adolescencia escuchando sabrosas conversaciones familiares de sobremesa con toda mi familia. Pláticas a veces con alguno de mis tíos maternos en las que alguna vez saltó a la mesa el nombre de Paula Amor de Yturbe, mamá de Elena acompañada de comentarios de cariño y admiración: “Siempre ha sido preciosa”, decían. Como bien se sabe, con un pasado de real aristocracia, el padre de Elena fue descendiente directo de Estanislao II Augusto Poniatowski, último rey de Polonia, por lo que Elena y hermanos descendían por ambas partes de ilustres familias, la materna era de los Amor e Yturbe. Sus hijas nacen y crecen en el país galo pero en plena II Guerra Mundial llegan a México y con ese pasado, ¿se la imaginan altiva, orgullosa y soberbia? Nada de eso, esta periodista y escritora mexicana de gran trayectoria y grandes reconocimientos, pese a su aristocrático origen, es cálida en su trato.

La llamé por teléfono al encontrar unas fotos originales de ella de su pasado como reportera, sabía que le iban a interesar. Me cita. Al entrar a su casa, lo primero con lo que uno se topa es con un pequeño pero acogedor y floreado jardín vigilado por un soberbio y longevo -sahuaro que al alzarse cada vez más intenta que sus poderosas y desérticas puntas lleguen al sol. Al entrar a su casa se palpa la cultura que convive en santa paz con sus finos recuerdos de familia, de amigos, pero también de ella misma. Su agradable voz nos indica a mí y a Ludovic, mi yerno francés que al saber que la visitaría se ofreció a acompañarme para conocerla. Luego de los saludos y de acomodarnos cerca de ella, saco las fotos, se las muestro y aunque pretendí no entrevistarla, sale mi yo de periodista y de pronto le pregunto: ¿Qué eres más querida Elena, escritora o luchadora social? -“No sé, -responde intrigada-, es la primera vez que me dirigen esa pregunta. Voy a pensar en ello. ¿Porqué me la haces?”, dice a su vez. Pues porque siempre te has preocupado por todo aquel que lo necesita, tal vez por los que nadie se preocupa por ellos. Pero tú sí, le respondo.

Hago memoria y recuerdo a Elena yendo en una ocasión a mi casa de Cuernavaca a pedirme ayuda para sacar a una muchacha de servicio que sin haber cometido un grave delito, estaba presa en el penal de Atlacomulco. En ese entonces trabajaba yo de directora estatal de Relaciones Públicas y Atención Ciudadana, con uno de los tres gobernadores con los que laboré en los intervalos cuando quedé fuera como corresponsal de dos importantes periódicos nacionales por nunca acceder a ocultar información alguna. Ahora, a la distancia, los entiendo pero me complace haber actuado así. Cuando lo de la visita de Elenita a Cuernavaca en los años 90, mi jefe inmediato era Jorge Carrillo Olea. Mi hija Eleonora y quien esto escribe la acompañamos a la vieja cárcel, que por cierto ya no existe, a ver a quien buscaba. Mientras platicaba Elena con ella, le sugerí al director que ojalá le prestara toda la ayuda que pudiera. Y así pasó, se cubrieron con rapidez los requisitos y salió libre en pocos días. “Y lo que es la vida Lya, -me dice Elena cuando se lo recuerdo hace pocos días que la vi-, nunca supe más de ella, jamás me dijo gracias”.

Mientras Elena miraba las fotos, le pregunto ante una de ellas donde posan campesinos todos armados: ¿Es en Guerrero?, “No, -responde- debe ser en la Rubén Jaramillo. Y lo que es la vida, al escucharla mencionar ese solo nombre, recordé que este año se cumplieron 50 años de la fundación de la colonia proletaria en Temixco llamada Rubén Jaramillo en honor al líder y último zapatista por cierto asesinado en Morelos con casi toda su familia en tiempos de Adolfo López Mateos, invasión lidereada por Florencio “el güero” Medrano entonces de 27 años de edad quien inició en ese lugar, dicho por serios historiadores, “la experiencia de organización comunitaria auto sustentable con la perspectiva de cambiar la realidad social por medio de un proceso revolucionario, bajo la luz del pensamiento de Mao Tse-Tung”, entre ellos Carlos Barreto Zamudio, Armando Mier Merelo y Ricardo Y. Fuentes, los que en conjunto opinaron que “sin temor a exagerar, ese intento se convirtió en una de las experiencias más profundas y radicales de lucha social y política en la historia del país”. Pero aquí, como en Chile, la vida de Allende acabó en 1973, la de Rubén Jaramillo en 1962 y la del güero Medrano en 1979. Todo esto pensé a mi regreso a Cuernavaca y en que Elena Poniatowska, siempre ha sido felizmente ella misma.

Y hasta el próximo lunes.

Queridos lectores, hoy les cuento un pasaje de mi vida y leerán el porqué del título. Crecí en mi niñez y adolescencia escuchando sabrosas conversaciones familiares de sobremesa con toda mi familia. Pláticas a veces con alguno de mis tíos maternos en las que alguna vez saltó a la mesa el nombre de Paula Amor de Yturbe, mamá de Elena acompañada de comentarios de cariño y admiración: “Siempre ha sido preciosa”, decían. Como bien se sabe, con un pasado de real aristocracia, el padre de Elena fue descendiente directo de Estanislao II Augusto Poniatowski, último rey de Polonia, por lo que Elena y hermanos descendían por ambas partes de ilustres familias, la materna era de los Amor e Yturbe. Sus hijas nacen y crecen en el país galo pero en plena II Guerra Mundial llegan a México y con ese pasado, ¿se la imaginan altiva, orgullosa y soberbia? Nada de eso, esta periodista y escritora mexicana de gran trayectoria y grandes reconocimientos, pese a su aristocrático origen, es cálida en su trato.

La llamé por teléfono al encontrar unas fotos originales de ella de su pasado como reportera, sabía que le iban a interesar. Me cita. Al entrar a su casa, lo primero con lo que uno se topa es con un pequeño pero acogedor y floreado jardín vigilado por un soberbio y longevo -sahuaro que al alzarse cada vez más intenta que sus poderosas y desérticas puntas lleguen al sol. Al entrar a su casa se palpa la cultura que convive en santa paz con sus finos recuerdos de familia, de amigos, pero también de ella misma. Su agradable voz nos indica a mí y a Ludovic, mi yerno francés que al saber que la visitaría se ofreció a acompañarme para conocerla. Luego de los saludos y de acomodarnos cerca de ella, saco las fotos, se las muestro y aunque pretendí no entrevistarla, sale mi yo de periodista y de pronto le pregunto: ¿Qué eres más querida Elena, escritora o luchadora social? -“No sé, -responde intrigada-, es la primera vez que me dirigen esa pregunta. Voy a pensar en ello. ¿Porqué me la haces?”, dice a su vez. Pues porque siempre te has preocupado por todo aquel que lo necesita, tal vez por los que nadie se preocupa por ellos. Pero tú sí, le respondo.

Hago memoria y recuerdo a Elena yendo en una ocasión a mi casa de Cuernavaca a pedirme ayuda para sacar a una muchacha de servicio que sin haber cometido un grave delito, estaba presa en el penal de Atlacomulco. En ese entonces trabajaba yo de directora estatal de Relaciones Públicas y Atención Ciudadana, con uno de los tres gobernadores con los que laboré en los intervalos cuando quedé fuera como corresponsal de dos importantes periódicos nacionales por nunca acceder a ocultar información alguna. Ahora, a la distancia, los entiendo pero me complace haber actuado así. Cuando lo de la visita de Elenita a Cuernavaca en los años 90, mi jefe inmediato era Jorge Carrillo Olea. Mi hija Eleonora y quien esto escribe la acompañamos a la vieja cárcel, que por cierto ya no existe, a ver a quien buscaba. Mientras platicaba Elena con ella, le sugerí al director que ojalá le prestara toda la ayuda que pudiera. Y así pasó, se cubrieron con rapidez los requisitos y salió libre en pocos días. “Y lo que es la vida Lya, -me dice Elena cuando se lo recuerdo hace pocos días que la vi-, nunca supe más de ella, jamás me dijo gracias”.

Mientras Elena miraba las fotos, le pregunto ante una de ellas donde posan campesinos todos armados: ¿Es en Guerrero?, “No, -responde- debe ser en la Rubén Jaramillo. Y lo que es la vida, al escucharla mencionar ese solo nombre, recordé que este año se cumplieron 50 años de la fundación de la colonia proletaria en Temixco llamada Rubén Jaramillo en honor al líder y último zapatista por cierto asesinado en Morelos con casi toda su familia en tiempos de Adolfo López Mateos, invasión lidereada por Florencio “el güero” Medrano entonces de 27 años de edad quien inició en ese lugar, dicho por serios historiadores, “la experiencia de organización comunitaria auto sustentable con la perspectiva de cambiar la realidad social por medio de un proceso revolucionario, bajo la luz del pensamiento de Mao Tse-Tung”, entre ellos Carlos Barreto Zamudio, Armando Mier Merelo y Ricardo Y. Fuentes, los que en conjunto opinaron que “sin temor a exagerar, ese intento se convirtió en una de las experiencias más profundas y radicales de lucha social y política en la historia del país”. Pero aquí, como en Chile, la vida de Allende acabó en 1973, la de Rubén Jaramillo en 1962 y la del güero Medrano en 1979. Todo esto pensé a mi regreso a Cuernavaca y en que Elena Poniatowska, siempre ha sido felizmente ella misma.

Y hasta el próximo lunes.