/ miércoles 22 de julio de 2020

La revolución educativa

La infraestructura escolar no fue diseñada para contener infecciones. Los contagios de múltiples enfermedades son comunes en las aulas y patios de los planteles educativos y abarcan desde la pediculosis hasta la hepatitis, pasando por una amplísima gama de infecciones gastrointestinales y respiratorias, tanto virales como bacterianas. La convivencia escolar es así y se había tolerado sin mayores problemas hasta la aparición del Covid-19 entre humanos, que parece ser con mucho el padecimiento más peligroso que hemos enfrentado en muchas décadas. Los riesgos para los menores, sus familias, y por supuesto los trabajadores de la educación, son mayúsculos en los planteles.

La pandemia nos ha enseñado mucho, por ejemplo, que la disposición de la infraestructura y equipamiento en los planteles escolares favorece la transmisión, que los hábitos alimenticios y sanitarios de los trabajadores de la educación suman complicaciones a la aparición de cualquier enfermedad y pueden ser mortales en el caso del sars-cov-2, que la falta constante de servicios básicos en los planteles y su deficiente mantenimiento pueden incrementar los riesgos, que los menores representan agentes transmisores del padecimiento a una escala superior a la de muchas otras personas.

Durante las dos décadas recientes se habló mucho, porque en la teoría se suele hablar mucho más de lo que se realiza, sobre la necesidad de una revolución educativa real, la urgencia de centrar los sistemas escolares en los alumnos y sus intereses y necesidades. Ello suponía la incorporación de la educación a distancia, pero también el replanteamiento a profundidad de los espacios escolares para generar ambientes mucho más amables para el aprendizaje. Entre las propuestas de rediseño estaba el retiro de pupitres ordenados en hileras, la ventilación mayor de los espacios, la facilidad de tránsito dentro del aula, lo que supone grupos más pequeños. Curiosamente, la incorporación de todo este conocimiento teórico, frenado por cuestiones de políticas públicas y financiamiento escolar, habría permitido una más sencilla incorporación de las medidas necesarias para proteger mejor a los alumnos y docentes de contagios por Covid-19 y muchos otros padecimientos.

De hecho, pareciera que la pandemia podría tener un efecto positivo en la educación al forzar una revolución que estaba pendiente y que consiste en la incorporación de nuevas tecnologías, pero también de nuevas formas de organización de las escuelas y del proceso educativo en general. Lejos de la preocupación sólo por cuándo será el regreso a las aulas, tendríamos que pensar en las deficiencias enormes en términos de accesibilidad, capacidad de producción, adaptabilidad, dosificación de contenidos, y otros que han surgido en las actividades en línea. Las clases virtuales pueden volverse una constante y por ello se vuelve urgente reforzarlas, reorientar las políticas educativas, la capacitación del magisterio, los medios de evaluación, la participación de los padres de familia; sin descuidar la adaptación de los espacios físicos para tener escuelas más sanas y amables.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

La infraestructura escolar no fue diseñada para contener infecciones. Los contagios de múltiples enfermedades son comunes en las aulas y patios de los planteles educativos y abarcan desde la pediculosis hasta la hepatitis, pasando por una amplísima gama de infecciones gastrointestinales y respiratorias, tanto virales como bacterianas. La convivencia escolar es así y se había tolerado sin mayores problemas hasta la aparición del Covid-19 entre humanos, que parece ser con mucho el padecimiento más peligroso que hemos enfrentado en muchas décadas. Los riesgos para los menores, sus familias, y por supuesto los trabajadores de la educación, son mayúsculos en los planteles.

La pandemia nos ha enseñado mucho, por ejemplo, que la disposición de la infraestructura y equipamiento en los planteles escolares favorece la transmisión, que los hábitos alimenticios y sanitarios de los trabajadores de la educación suman complicaciones a la aparición de cualquier enfermedad y pueden ser mortales en el caso del sars-cov-2, que la falta constante de servicios básicos en los planteles y su deficiente mantenimiento pueden incrementar los riesgos, que los menores representan agentes transmisores del padecimiento a una escala superior a la de muchas otras personas.

Durante las dos décadas recientes se habló mucho, porque en la teoría se suele hablar mucho más de lo que se realiza, sobre la necesidad de una revolución educativa real, la urgencia de centrar los sistemas escolares en los alumnos y sus intereses y necesidades. Ello suponía la incorporación de la educación a distancia, pero también el replanteamiento a profundidad de los espacios escolares para generar ambientes mucho más amables para el aprendizaje. Entre las propuestas de rediseño estaba el retiro de pupitres ordenados en hileras, la ventilación mayor de los espacios, la facilidad de tránsito dentro del aula, lo que supone grupos más pequeños. Curiosamente, la incorporación de todo este conocimiento teórico, frenado por cuestiones de políticas públicas y financiamiento escolar, habría permitido una más sencilla incorporación de las medidas necesarias para proteger mejor a los alumnos y docentes de contagios por Covid-19 y muchos otros padecimientos.

De hecho, pareciera que la pandemia podría tener un efecto positivo en la educación al forzar una revolución que estaba pendiente y que consiste en la incorporación de nuevas tecnologías, pero también de nuevas formas de organización de las escuelas y del proceso educativo en general. Lejos de la preocupación sólo por cuándo será el regreso a las aulas, tendríamos que pensar en las deficiencias enormes en términos de accesibilidad, capacidad de producción, adaptabilidad, dosificación de contenidos, y otros que han surgido en las actividades en línea. Las clases virtuales pueden volverse una constante y por ello se vuelve urgente reforzarlas, reorientar las políticas educativas, la capacitación del magisterio, los medios de evaluación, la participación de los padres de familia; sin descuidar la adaptación de los espacios físicos para tener escuelas más sanas y amables.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx