/ martes 4 de febrero de 2020

La antigua normalidad

Cuando se reúnan los alcaldes con el gobernador se estará dando un paso más para profundizar la crisis política de la entidad. Cierto que en el mejor de los casos habrá acuerdos que permitan transitar por el resto del año con los menores sobresaltos posibles, pero también se presumirá como un logro político lo que debiera ser la normalidad democrática. Porque la normalidad política implica, necesariamente, el imperio del diálogo entre sus actores, y pretender hacer pasar por generosidad, rareza, heroísmo, o hasta magia, un encuentro que debió darse hace meses y en condiciones de cotidianeidad, parece un riesgo terrible para la percepción de la práctica política.

Por supuesto que, en un estado cuyos electores determinaron la muerte de la política con la elección de Cuauhtémoc Blanco y todo un grupo de rompimiento con la añeja tradición de la cosa pública, el hecho de que los que dicen no ser políticos se comporten justamente como políticos (es decir, que promuevan el diálogo, los acuerdos y los resultados), resulta una noticia. Porque si algo evidente hay en el actual grupo gobernante es el rompimiento con los valores tradicionales de la política y, con ella, la conveniente confusión de crítica y oposición, con enemistad perenne, y ese tipo de trapecismos mentales que llevan al distanciamiento y la polarización de quienes disienten en un solo tema y habitan un mismo espacio. En efecto, quienes hoy dominan el ambiente político en el estado cumplieron en acabar con la política tradicional, a la que se asoció con corrupción, soberbia, insensibilidad y otros ingredientes del fracaso; el problema fue que erradicaron la parte necesaria de la política tradicional (la racionalidad y el diálogo), pero no sus vicios: la percepción de corrupción, de soberbia, de insensibilidad, y de fracaso en las política públicas, se mantienen y hasta refuerzan con los datos que arroja el desempeño de la economía local y los indicadores de seguridad pública y desarrollo social, que muestran un estado en crisis agravada por los malos resultados de las políticas públicas. Es decir, se depuso lo bueno y se conservaron, en la percepción popular, todos los vicios.

Porque incluso los funcionarios públicos de todos los niveles y esferas del gobierno, se acusan de actos de corrupción ya sea por omisiones o comisiones directas de tropelías. Y por el contrario, se extraña el diálogo, la construcción de acuerdos para el desarrollo del Estado, y hasta las acciones que no se circunscriben a la lógica electoral de fortalecimiento propio y destrucción del adversario. En los hechos, podríamos quejarnos hoy justamente de la destrucción de la política como arte de gobierno y la permanencia de las terribles herencias que su práctica como búsqueda del poder económico e instrumental.

El diálogo entre los alcaldes y el gobierno estatal, al que debieran estar convocados también los diputados, tendría que ser la inauguración de una etapa de colaboración, entendimiento, superación de las diferencias y construcción de consensos. Lo difícil de eso ocurra refuerza el pesimismo derivado de la ruptura.


Twitter: @martinellito

Correo: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

Cuando se reúnan los alcaldes con el gobernador se estará dando un paso más para profundizar la crisis política de la entidad. Cierto que en el mejor de los casos habrá acuerdos que permitan transitar por el resto del año con los menores sobresaltos posibles, pero también se presumirá como un logro político lo que debiera ser la normalidad democrática. Porque la normalidad política implica, necesariamente, el imperio del diálogo entre sus actores, y pretender hacer pasar por generosidad, rareza, heroísmo, o hasta magia, un encuentro que debió darse hace meses y en condiciones de cotidianeidad, parece un riesgo terrible para la percepción de la práctica política.

Por supuesto que, en un estado cuyos electores determinaron la muerte de la política con la elección de Cuauhtémoc Blanco y todo un grupo de rompimiento con la añeja tradición de la cosa pública, el hecho de que los que dicen no ser políticos se comporten justamente como políticos (es decir, que promuevan el diálogo, los acuerdos y los resultados), resulta una noticia. Porque si algo evidente hay en el actual grupo gobernante es el rompimiento con los valores tradicionales de la política y, con ella, la conveniente confusión de crítica y oposición, con enemistad perenne, y ese tipo de trapecismos mentales que llevan al distanciamiento y la polarización de quienes disienten en un solo tema y habitan un mismo espacio. En efecto, quienes hoy dominan el ambiente político en el estado cumplieron en acabar con la política tradicional, a la que se asoció con corrupción, soberbia, insensibilidad y otros ingredientes del fracaso; el problema fue que erradicaron la parte necesaria de la política tradicional (la racionalidad y el diálogo), pero no sus vicios: la percepción de corrupción, de soberbia, de insensibilidad, y de fracaso en las política públicas, se mantienen y hasta refuerzan con los datos que arroja el desempeño de la economía local y los indicadores de seguridad pública y desarrollo social, que muestran un estado en crisis agravada por los malos resultados de las políticas públicas. Es decir, se depuso lo bueno y se conservaron, en la percepción popular, todos los vicios.

Porque incluso los funcionarios públicos de todos los niveles y esferas del gobierno, se acusan de actos de corrupción ya sea por omisiones o comisiones directas de tropelías. Y por el contrario, se extraña el diálogo, la construcción de acuerdos para el desarrollo del Estado, y hasta las acciones que no se circunscriben a la lógica electoral de fortalecimiento propio y destrucción del adversario. En los hechos, podríamos quejarnos hoy justamente de la destrucción de la política como arte de gobierno y la permanencia de las terribles herencias que su práctica como búsqueda del poder económico e instrumental.

El diálogo entre los alcaldes y el gobierno estatal, al que debieran estar convocados también los diputados, tendría que ser la inauguración de una etapa de colaboración, entendimiento, superación de las diferencias y construcción de consensos. Lo difícil de eso ocurra refuerza el pesimismo derivado de la ruptura.


Twitter: @martinellito

Correo: dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx