/ miércoles 27 de octubre de 2021

Gregorio, el asesino erudito de Lecumberri

Gregorio Cárdenas nunca negó que odiaba a las mujeres y que, incluso cegado por la ira que le provocaba este sentimiento, las mataba.

El despiadado “Goyo” no mostró compasión hacia el género femenino y una vez que la serie de crímenes perpetrados por él, fueron descubiertos, describió cómo las estrangulaba con sus manos hasta robarles el último aliento.

Como pueden notar, en esta ocasión, escribiré acerca de un ser hábil pero a su vez siniestro. Su nombre era Gregorio Cárdenas Hernández. Segura estoy que algunos lectores recordarán a este hombre que dejó huella en el sistema penitenciario mexicano por su presunta readaptación social. Y si acaso algunos otros no hayan escuchado hablar sobre este magnético personaje, no se preocupen, que esta humilde escritora, traerá a la memoria colectiva su paso por este camino llamado vida.

El también llamado “estrangulador de Tacuba” o el “carnicero de la Tacuba” nació en la ciudad de México en el año de 1915. A su corta edad fue diagnosticado con encefalitis, una infección que puede ser bacteriana o viral que provoca inflamación en el cerebro.

Las secuelas de esta enfermedad situaron a un Gregorio que padecía pérdida de la memoria, cambios mentales y alteraciones en el comportamiento. Es por ello que su conducta anormal se manifestaba en acciones violentas que se reflejaban en la muerte a indefensos animales silvestres.

Aunado a su endeble situación de salud, Goyo mantuvo una relación tormentosa con su madre, Vicenta Hernández, una mujer dominante que lo reprimió hasta su adolescencia.

Y si escarbamos más en su historial familiar, encontramos que su padre sufría de jaquecas constantes mientras que su abuela poseía una personalidad explosiva.

No obstante, Cárdenas mostró tener un alto coeficiente intelectual y prueba de ello fue el óptimo desempeño que obtuvo al concluir sus estudios en Química. Una virtud que le valió para ganarse una beca en Petróleos Mexicanos (Pemex). Aunque esta hazaña en su momento no concretó.

// Goyo y su sinuoso camino a la destrucción //

A los 11 años, Gregorio Cárdenas reveló su interés precoz por experimentar en el terreno sexual. Para los psicólogos, en este capítulo, el chico exhibió manifestaciones narcisistas habituales sin tendencia pederástica no incestuosa.

En cierta ocasión, el adolescente convenció a una amiga para saciar su lujuria hasta llenar sus huecos lascivos más allá de la curiosidad.

Ya a los 18 años, Goyo comenzó a frecuentar a las sexoservidoras. Y sin importar el cuidado propio que conllevan las relaciones sexuales sin protección, el joven pescó en varias ocasiones, algunas enfermedades venéreas.

Dos fracasos amorosos llevan a Gregorio a diseminar su odio hacia las mujeres. El primer intento fallido lo tuvo con Virginia Leal, a quien conoce en un baile, y lejos de dejar un buen sabor de boca, le trajo desdicha, una vez que ella termina la relación.

La segunda decepción la experimentó con Gabina González, quien fuera su esposa, y la cual lo dejó una vez que salió a la luz su infidelidad.

// Goyo Cárdenas, el homicida más famoso de México //

Corría el año 1942. México mantenía su economía a través del desarrollo estabilizador o “milagro mexicano” que disponía el gobierno de Manuel Ávila Camacho.

En un punto de la enorme urbe caminaba un hombre que si lo observabas a una distancia lejana, reflejaba un semblante agradable y apacible. Era Gregorio, el desequilibrado que la noche del 15 de agosto cometió su primer crimen.

Ese día, Goyo llegó a su casa, ubicada en el famoso barrio de Tacuba, en la Ciudad de México. Instalado en la solemnidad de su hogar, el hombre se asomaba cada que podía hacia la ventana. Sus palpitaciones se aceleraban cuando el reloj marcaba un minuto más. Esperaba con ansias la visita de María de los Ángeles, una prostituta de 16 años.

“Bertha” como sus clientes la conocían por fin llegó. A Goyo lo comía la necesidad de probar su tierno cuerpo, así que después de tener relaciones sexuales, la estranguló con un cordón. Acto seguido, la enterró en el jardín de su casa.

Días posteriores, Goyo atentó contra dos personas más. Se trataba de las prostitutas Raquel Martínez, de 14, y Rosa Reyes Quiroz. Sin embargo, el deceso de su cuarta víctima fue el suceso que destapó la cloaca de terror.

La chica de nombre Graciela Arias Ávalos, de 21 años, era alumna de la Escuela Nacional Preparatoria. Y algo que seguro Goyo no tomó en cuenta, es que era hija de un reconocido abogado penalista.

El experimentado hombre de leyes no escatimó en esfuerzos para dar con el paradero de su hija. Por lo que contrató los servicios de un investigador privado hasta localizar a Graciela. Y así fue como se develó que Goyo había sido la última persona con la que la chica había estado.

Una vez que ya no se pudieron ocultar las embestidas. Goyo Cárdenas Hernández permaneció en prisión 34 años por el delito de homicidio, inhumación clandestina y necrofilia. Cinco de esos 34 años, los pasó en el Hospital Psiquiátrico “La Castañeda” y el resto en el “palacio negro de Lecumberri”.

El encierro no desquició a Goyo. Este hombre lo vio como una oportunidad. Y así fue como estudió derecho penal, aprendió procedimientos jurídicos y defendió a algunos presos.

Más adelante escribió tres libros. Tanto Celda 16 (1970) como Pabellón de locos (1973) y Adiós, Lecumberri (1979) tenían el claro propósito de dar un testimonio de lo padecido en la cárcel. Asimismo, en ellos intenta proclamarse como un individuo cuya conducta era no solamente aceptable sino excepcional.

Algunos autores célebres como Teodoro Adorno, Herbert Marcuse, Max Horkeimer, Mark Seltzer, Klaus Bartels, Joseph Grixti, Richard Tithecott y Annalee Newitz identifican al homicida en serie como un caso extremo de la alienación y mecanización humana surgidas a raíz del capitalismo.

Y no es que lo diga yo, pero los asesinos en serie se han convertido en un producto de los mass media. Así que nadie puede negar, que ya son parte de la cultura popular. (Vidal, 2003).

Es importante señalar que el caso Goyo Cárdenas resulta sumamente interesante. Pues pese a su desequilibrio mental, el criminal logró salir avante tras exteriorizar a un ser intachable una vez que pisó la cárcel. Y si hace falta, habrá que recordar también cuando fue ovacionado por los priístas en la Cámara de Diputados al presentarlo como una persona rehabilitada.

Todo esto me hace reflexionar severamente

en que el hombre puede trabajar, con convicción,

en cualquier arte, ciencia o disciplina a la que se dedique

y ponga todo su empeño [...]. Yo tuve que buscar

mi propia labor que me ha permitido estudiar y cultivarme.

Gregorio Cárdenas Hernández, Celda 16

Gregorio Cárdenas nunca negó que odiaba a las mujeres y que, incluso cegado por la ira que le provocaba este sentimiento, las mataba.

El despiadado “Goyo” no mostró compasión hacia el género femenino y una vez que la serie de crímenes perpetrados por él, fueron descubiertos, describió cómo las estrangulaba con sus manos hasta robarles el último aliento.

Como pueden notar, en esta ocasión, escribiré acerca de un ser hábil pero a su vez siniestro. Su nombre era Gregorio Cárdenas Hernández. Segura estoy que algunos lectores recordarán a este hombre que dejó huella en el sistema penitenciario mexicano por su presunta readaptación social. Y si acaso algunos otros no hayan escuchado hablar sobre este magnético personaje, no se preocupen, que esta humilde escritora, traerá a la memoria colectiva su paso por este camino llamado vida.

El también llamado “estrangulador de Tacuba” o el “carnicero de la Tacuba” nació en la ciudad de México en el año de 1915. A su corta edad fue diagnosticado con encefalitis, una infección que puede ser bacteriana o viral que provoca inflamación en el cerebro.

Las secuelas de esta enfermedad situaron a un Gregorio que padecía pérdida de la memoria, cambios mentales y alteraciones en el comportamiento. Es por ello que su conducta anormal se manifestaba en acciones violentas que se reflejaban en la muerte a indefensos animales silvestres.

Aunado a su endeble situación de salud, Goyo mantuvo una relación tormentosa con su madre, Vicenta Hernández, una mujer dominante que lo reprimió hasta su adolescencia.

Y si escarbamos más en su historial familiar, encontramos que su padre sufría de jaquecas constantes mientras que su abuela poseía una personalidad explosiva.

No obstante, Cárdenas mostró tener un alto coeficiente intelectual y prueba de ello fue el óptimo desempeño que obtuvo al concluir sus estudios en Química. Una virtud que le valió para ganarse una beca en Petróleos Mexicanos (Pemex). Aunque esta hazaña en su momento no concretó.

// Goyo y su sinuoso camino a la destrucción //

A los 11 años, Gregorio Cárdenas reveló su interés precoz por experimentar en el terreno sexual. Para los psicólogos, en este capítulo, el chico exhibió manifestaciones narcisistas habituales sin tendencia pederástica no incestuosa.

En cierta ocasión, el adolescente convenció a una amiga para saciar su lujuria hasta llenar sus huecos lascivos más allá de la curiosidad.

Ya a los 18 años, Goyo comenzó a frecuentar a las sexoservidoras. Y sin importar el cuidado propio que conllevan las relaciones sexuales sin protección, el joven pescó en varias ocasiones, algunas enfermedades venéreas.

Dos fracasos amorosos llevan a Gregorio a diseminar su odio hacia las mujeres. El primer intento fallido lo tuvo con Virginia Leal, a quien conoce en un baile, y lejos de dejar un buen sabor de boca, le trajo desdicha, una vez que ella termina la relación.

La segunda decepción la experimentó con Gabina González, quien fuera su esposa, y la cual lo dejó una vez que salió a la luz su infidelidad.

// Goyo Cárdenas, el homicida más famoso de México //

Corría el año 1942. México mantenía su economía a través del desarrollo estabilizador o “milagro mexicano” que disponía el gobierno de Manuel Ávila Camacho.

En un punto de la enorme urbe caminaba un hombre que si lo observabas a una distancia lejana, reflejaba un semblante agradable y apacible. Era Gregorio, el desequilibrado que la noche del 15 de agosto cometió su primer crimen.

Ese día, Goyo llegó a su casa, ubicada en el famoso barrio de Tacuba, en la Ciudad de México. Instalado en la solemnidad de su hogar, el hombre se asomaba cada que podía hacia la ventana. Sus palpitaciones se aceleraban cuando el reloj marcaba un minuto más. Esperaba con ansias la visita de María de los Ángeles, una prostituta de 16 años.

“Bertha” como sus clientes la conocían por fin llegó. A Goyo lo comía la necesidad de probar su tierno cuerpo, así que después de tener relaciones sexuales, la estranguló con un cordón. Acto seguido, la enterró en el jardín de su casa.

Días posteriores, Goyo atentó contra dos personas más. Se trataba de las prostitutas Raquel Martínez, de 14, y Rosa Reyes Quiroz. Sin embargo, el deceso de su cuarta víctima fue el suceso que destapó la cloaca de terror.

La chica de nombre Graciela Arias Ávalos, de 21 años, era alumna de la Escuela Nacional Preparatoria. Y algo que seguro Goyo no tomó en cuenta, es que era hija de un reconocido abogado penalista.

El experimentado hombre de leyes no escatimó en esfuerzos para dar con el paradero de su hija. Por lo que contrató los servicios de un investigador privado hasta localizar a Graciela. Y así fue como se develó que Goyo había sido la última persona con la que la chica había estado.

Una vez que ya no se pudieron ocultar las embestidas. Goyo Cárdenas Hernández permaneció en prisión 34 años por el delito de homicidio, inhumación clandestina y necrofilia. Cinco de esos 34 años, los pasó en el Hospital Psiquiátrico “La Castañeda” y el resto en el “palacio negro de Lecumberri”.

El encierro no desquició a Goyo. Este hombre lo vio como una oportunidad. Y así fue como estudió derecho penal, aprendió procedimientos jurídicos y defendió a algunos presos.

Más adelante escribió tres libros. Tanto Celda 16 (1970) como Pabellón de locos (1973) y Adiós, Lecumberri (1979) tenían el claro propósito de dar un testimonio de lo padecido en la cárcel. Asimismo, en ellos intenta proclamarse como un individuo cuya conducta era no solamente aceptable sino excepcional.

Algunos autores célebres como Teodoro Adorno, Herbert Marcuse, Max Horkeimer, Mark Seltzer, Klaus Bartels, Joseph Grixti, Richard Tithecott y Annalee Newitz identifican al homicida en serie como un caso extremo de la alienación y mecanización humana surgidas a raíz del capitalismo.

Y no es que lo diga yo, pero los asesinos en serie se han convertido en un producto de los mass media. Así que nadie puede negar, que ya son parte de la cultura popular. (Vidal, 2003).

Es importante señalar que el caso Goyo Cárdenas resulta sumamente interesante. Pues pese a su desequilibrio mental, el criminal logró salir avante tras exteriorizar a un ser intachable una vez que pisó la cárcel. Y si hace falta, habrá que recordar también cuando fue ovacionado por los priístas en la Cámara de Diputados al presentarlo como una persona rehabilitada.

Todo esto me hace reflexionar severamente

en que el hombre puede trabajar, con convicción,

en cualquier arte, ciencia o disciplina a la que se dedique

y ponga todo su empeño [...]. Yo tuve que buscar

mi propia labor que me ha permitido estudiar y cultivarme.

Gregorio Cárdenas Hernández, Celda 16