/ sábado 15 de enero de 2022

El Morelos de no pasa nada...

De no haber sido por la decisión política que obligó al entonces gobernador Jorge Carrillo Olea a pedir licencia definitiva a su cargo, en Morelos no sabríamos lo que es que la voluntad popular se imponga a las negociaciones de las cúpulas y los acuerdos de las camarillas.

Y al escribirlo pienso en cómo -cuando llegue el momento- le voy a explicar a mi hijo que existe la justicia, que cuando la razón predomina triunfa ante la injusticia, que las instituciones sirven y que tarde o temprano la verdad se impone.

Cómo, con qué casos lo voy a ejemplificar, qué anécdota le voy a contar, qué argumento me va a servir para no admitir lo que hoy siento como una pesada loza que cargamos todos los morelenses: en nuestra tierra, todo mundo hace y deshace, es más, principalmente los fuereños llegan a saquear, a despojar, a transgredir, a burlarse de nosotros y… no pasa nada.

De más joven, aclaro que sigo siendo un chamaco, experimenté ya como periodista el duro golpe de la realidad que me hizo ver que generalmente no bastan las ganas, el profesionalismo, el ahínco o la astucia para poder exponer los vicios y la podredumbre del sistema. Tampoco fui un caudillo, pero con lo que tuve enfrente me bastó para entender que el poder se impone, de una u otra forma siempre, salvo para escasas excepciones.

Hoy con unos años más encima y sin la necesidad imperiosa de que me escuchen, aún me sigue doliendo la panza al ver cómo ante pruebas contundentes, en Morelos sigue sin pasar nada.

Quizá esté análisis carece de grandes argumentos, pero lo hago como el ciudadano de a pie que sin tener la intención, ya fue infraccionado por autoridades que no escucharon; al que los policías subieron a una patrulla cuando como estudiante pidió permiso en vez de perdón; como el que sabe que en cualquier momento puede ser blanco de un atropello y sentir sobre su persona, eso que solo en películas conocemos como "todo el peso de la ley".

Hay que ser claros, quienes se dedican a actividades ilícitas tarde o temprano reciben lo que merecen, pero ojo, en general se trata de justicia divina y otras veces más, de la justicia de los hombres que reclaman venganza... pero la justicia de las instituciones, para la que se paga a funcionarios incrustados en estructuras gubernamentales costosas por las que además pagamos todos, esa pocas y raras veces la he visto.

Y se retuerce la panza -otra vez- cuando por el contrario, parece que el destino de quién reclama verdad, del que lucha por la justicia, del que se carga el malestar del pueblo, termina tres metros bajo tierra.

Que no se diga que se trata de intereses, esos todos los tenemos y nadie puede despojarse de ellos. No, se trata de simple y llana verdad, y si, duele reconocerlo: es más fácil que la cuerda se reviente por lo más delgado, que ver un pez gordo atrapado.

Me duele sobre todo, cuando fuera de nuestro territorio, todos se dan cuenta que algo pasa, y aquí, a pesar de las fotos, de las denuncias, de que sabemos que el ídolo no sirve para maldita la cosa, aquí no pasa nada.


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