/ miércoles 19 de abril de 2023

Ah, Morelos, nuestro terruño

Me parece que para la gran mayoría de los morelenses pasa desapercibido que, en esta semana, el pasado 17 se conmemora la creación de nuestro estado. El memorial del inicio de nuestra entidad como tal, se convierte en uno que queda restringido al ámbito de las instituciones públicas: particularmente de los poderes del estado. Es claro que uno de los factores de unidad de los morelenses tendría que ver con nuestra propia identidad de coterráneos. No resulta tampoco sencillo de promover debido a su juventud: 154 años este 2023.

Y aún así, tiempo suficiente para hilvanar una historia, una tradición, una cultura. Efectivamente: la riqueza de nuestro querido Morelos no solo radica en sus recursos naturales tan apreciados y visitados, también la integra una interesante cultura derivada de la vinculación activa y propositiva de los inmigrantes que fueron poblando nuestro pequeño territorio: vecinos de Guerrero, Puebla, Estado de México, CDMX, Querétaro y otros estados más que, en su mezcla cultural, han ido formando algo propio: ser morelense. Sin dejar de subrayar el antecedente e influencia de las culturas prehispánicas asentadas desde hace siglos.

Esta columna pues (como se dice x acá), quiere hacer un muy pequeño y breve reconocimiento a tan bello estado del centro del país. El presidente Juárez publicó en el Diario Oficial del Gobierno Supremo de la República decreto por el que se crea nuestro estado el 17 de abril de 1869.

Morelos es un entresijo de historias, anécdotas, costumbres, flora y fauna, en fin, una gran integración del hombre con su tierra, dispersas en toda la entidad: lugar de encuentro de “mundos”, de ideas, de sueños, de conquistas, de deseos y esperanzas; que se han venido deteriorando al ritmo de las diferentes épocas civilizatorias en la que más que protagonistas, muchas veces se hace las veces de espectadores. Sin embargo, las condiciones están ahí para que resurja, no un nacionalismo trivial sino, una comunidad que busca su libertad y su destino. Estoy convencida de que se puede, no solo por nuestras propias fuerzas, aunque de ellas podría ya avanzarse significativamente, sino sobre todo en la reflexión de aquello que da sentido a una vida en común: ser auténtica persona en todas sus dimensiones. Les saludo con afecto.

Me parece que para la gran mayoría de los morelenses pasa desapercibido que, en esta semana, el pasado 17 se conmemora la creación de nuestro estado. El memorial del inicio de nuestra entidad como tal, se convierte en uno que queda restringido al ámbito de las instituciones públicas: particularmente de los poderes del estado. Es claro que uno de los factores de unidad de los morelenses tendría que ver con nuestra propia identidad de coterráneos. No resulta tampoco sencillo de promover debido a su juventud: 154 años este 2023.

Y aún así, tiempo suficiente para hilvanar una historia, una tradición, una cultura. Efectivamente: la riqueza de nuestro querido Morelos no solo radica en sus recursos naturales tan apreciados y visitados, también la integra una interesante cultura derivada de la vinculación activa y propositiva de los inmigrantes que fueron poblando nuestro pequeño territorio: vecinos de Guerrero, Puebla, Estado de México, CDMX, Querétaro y otros estados más que, en su mezcla cultural, han ido formando algo propio: ser morelense. Sin dejar de subrayar el antecedente e influencia de las culturas prehispánicas asentadas desde hace siglos.

Esta columna pues (como se dice x acá), quiere hacer un muy pequeño y breve reconocimiento a tan bello estado del centro del país. El presidente Juárez publicó en el Diario Oficial del Gobierno Supremo de la República decreto por el que se crea nuestro estado el 17 de abril de 1869.

Morelos es un entresijo de historias, anécdotas, costumbres, flora y fauna, en fin, una gran integración del hombre con su tierra, dispersas en toda la entidad: lugar de encuentro de “mundos”, de ideas, de sueños, de conquistas, de deseos y esperanzas; que se han venido deteriorando al ritmo de las diferentes épocas civilizatorias en la que más que protagonistas, muchas veces se hace las veces de espectadores. Sin embargo, las condiciones están ahí para que resurja, no un nacionalismo trivial sino, una comunidad que busca su libertad y su destino. Estoy convencida de que se puede, no solo por nuestras propias fuerzas, aunque de ellas podría ya avanzarse significativamente, sino sobre todo en la reflexión de aquello que da sentido a una vida en común: ser auténtica persona en todas sus dimensiones. Les saludo con afecto.