[Extranjeros en Morelos] Un gran viaje idílico por Cuernavaca

A través de las siguientes cartas apreciamos a la Cuernavaca de antaño desde la mirada de Margaret Ann Plahte, esposa del embajador de Noruega

José N. Iturriaga | Historiador

  · viernes 12 de enero de 2024

Carretera para llegar a la ciudad de Cuernavaca. /Cortesía | Secretaría de Cultura y Turismo de Morelos

Margaret Ann Plahte vino a México en 1910 como esposa del embajador de Noruega. Apenas a tiempo llegaron para las celebraciones del centenario de la Independencia y a los tres meses inició la Revolución. Apreciemos Cuernavaca en estas cartas:

“El viaje es de solo cinco horas, en ex­celente carro pullman de ferrocarril. El tren culebrea ahora, a menudo en curvas muy cerradas, hacia arriba a través de bosques con diferentes tipos de árboles de hoja pasando por valles y profundas y escarpadas barran­cas cubiertas con toda clase de maleza. De vez en cuando se ven chozas de indios, hechas de ladrillos, turba o adobe, con te­chos de madera o paja, con frecuencia rodeadas de un pequeño maizal. Los nativos, que con su vestimenta colorida y sus som­breros de ala ancha forman un espectáculo pintoresco, mues­tran gran interés por el tren y ofrecen en venta flores y alimen­tos típicos en las estaciones. Ahora comienzan también a aparecer pinos yla naturaleza se asemeja más y más a la nuestra”.

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“El punto más alto del ferrocarril es Tres Marías a diez mil pies de altura, llamado así por las tres cum­bres en fila cercanas. Mientras gozamos de la grandiosa vista, un negro vestido de blanco nos sirve, todo de primerísima cali­dad. Ahora vamos de bajada y a las siete de la tarde nos encon­tramos en Cuernavaca, donde nos llevan a un cuarto grande con balcón a la Alameda —una plaza con jardín, árboles, bancas y un pabellón de música—, lo que se encuentra en todas las ciudades mexicanas. Es ése el paseo donde toca la música y la población se reúne en las tardes. El encargado del hotel nos contó que el emperador Maximiliano había vivido en el mismo cuarto que nos dieron. Cuando desperté en la noche tuve que pensar en su trágico destino”.

“El aire se siente tan suave y agradable después del aire penetrante de la capital. Fue un gozo respirar profundamente, y lo curioso es que mi resfrío y bronquitis fueron curados en el transcurso de dos días. La ciudad, un verdadero idilio, con jardines floridos. Se mostraban encantadoras algunas de las avenidas con jacarandas en plena floración. En los alrededores, además de plantaciones de caña, café y plátano, nos enseñaron también varias huertas con frutas totalmente desconocidas para nosotros: zapotes, mangos, chirimoyas, aguacates y otras. El viaje fue muy interesante. ¡Tenemos que regresar otra vez aquí!”.

Posteriormente escribía la noruega, desde la capital del país:

“Y no a muchas horas de viaje en ferrocarril desde aquí se li­bran feroces batallas, o sea, en el maravilloso lugar de paseo Cuernavaca, que nosotros visitamos el otoño pasado, donde las jacarandas estaban en floración en muchas calles, y donde vivi­mos en los aposentos del emperador Maximiliano. Es el bandi­do Zapata que con tres mil indios causa estragos ahí y en todo el estado de Morelos. Se dice que su programa es ‘México para los indios’, es decir, únicamente para la sociedad baja, y que no se sujeta al régimen actual. Es obvio que no se puede ir allá sin arriesgar la vida”.

“Había esperado irme de viaje un weekend a Cuernavaca mañana. Es tan maravilloso ahí, con un clima ideal. Pero sucede que los zapatistas andan por allá con una energía aumentada, y los periódicos han informado que hay más inseguridad que nunca. Los bandidos se ganan al pueblo, disparan contra los trenes, etcétera”.

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