/ miércoles 23 de octubre de 2019

Entendiendo al mundo: ficción o realidad

Sororidad

El sistema operativo de mi computadora insistió en su actualización durante varios días hasta que por fin le dediqué el tiempo necesario para hacerlo; después encontré diferencias sustanciales, como el “Word”, por ejemplo, que ahora lo llama “Pages”. Eso me hace pensar en tantas obras literarias que algún día pensamos nunca pasarían de ser sólo ficción y que ahora aparecen ante nuestra mirada, casi sin darnos cuenta y en muchos casos, ya han rebasando nuestra realidad.

En ese sentido, hay muchos libros que han ido y venido, como queriendo llamar nuestra atención a través de ideas que nos habrían resultado casi irrealizables y, si por alguna razón ajena a nosotros la ficción nos está ya alcanzando, de igual manera no logramos entender lo que tenemos que hacer para mejorarnos como seres humanos y empatarnos con el mundo en que vivimos.

Yo recuerdo mi emoción de niña al querer llegar al siglo XXI para poder hablar por teléfono en una pantalla, o tener una aspiradora automática, o poder tener un reloj-teléfono. ¡Qué locura!, eso sí que era soñar en esa época cuando éramos todavía 2,500 millones de habitantes y no 7,500 como habemos ahora en nuestro globo terráqueo y el mundo visto casi en blanco y negro.

Un día leí la novela de ficción ¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio! (Make room!, Make room!) que escribió Harry Harrison en el año 1966, traducida al español como “Cuando el destino nos alcance” que fue llevada también al cine. ¡Qué horror! Jamás llegaríamos a tal hacinamiento, ni contaminación y mucho menos tendríamos ese calentamiento global a causa de la industrialización del siglo XX en donde millones de personas vivirían en situaciones de horrenda precariedad manipuladas, como siempre, por una pequeña élite que nos mantendría bebiendo agua en unas garrafas y comiendo un producto con sus dos variedades de Soylent rojo y Soylent amarillo y, además, también comeríamos un nuevo producto alimenticio basado en “plancton”, según la empresa que lo lanzaría al mercado como la última novedad. De una manera romántica y necesaria en esa sociedad, abordan también el controversial tema de la muerte asistida, mismo que sigue siendo muy controversial en nuestra sociedad hoy en día.

Otro libro que leí fue 1984, (Nineteen Eighty Four), de George Orwell. También novela de ficción distópica, que ahora parecería que no lo es tanto, en la cual se narra acerca de la vigilancia omnipresente de la “Policía del Pensamiento” llamado el “Gran Hermano”, basándose en la manipulación de la información y la transformación del idioma llamada la neolengua, o el léxico, con fines de represión, en el entendido de que lo que no forma parte del idioma, no puede ser pensado. A mí, más que una novela de ficción, me pareció una novela de terror. Me pasé largas noches pensando en lo que escribió Martin Heidegger “No somos nosotros los que hablamos a través del lenguaje, es el lenguaje el que habla a través de nosotros” ¿Entonces, qué sería de la humanidad si nos quitaran el derecho a pensar? Después lo constaté cuanto apareció el voyerista programa “Big Brother” anunciado con todo tipo de fanfarrias en las principales televisoras del mundo, como si ese programa tuviera algún efecto trascendental en la vida de los millones de “cautivos” que vivían pegados a la televisión noche y día para ver si los concursantes habían hecho sus necesidades. Algo no está funcionando en la sociedad, pensé en ese entonces.

La película de Steven Spielberg llamada “Inteligencia artificial”, Basada en el libro “Los súper juguetes duran todo el verano” de Brian Aldiss, fue otra historia que me ha dejado, hasta la fecha, con una gran amargura en la dermis. Nuevamente se retoma el calentamiento global, pero en el siglo XXI, mismo que provocó que los polos se derritieran y las ciudades más proclives se inundaran. Debido a que los permisos para tener hijos eran muy difíciles de adquirir, crean un robot con todas las características de un niño, diseñado para dar amor incondicional a sus dueños de manera irreversible. Una pareja lo adopta para hacerle compañía al hijo que ya tienen, quien es un niño egoísta y maleducado y siempre pone al niño-robot en serios problemas hasta que los dueños deciden regresarlo a la fábrica en donde será destruído. Sin embargo, en un acto de furtivo humanismo, la dueña decide mejor abandonarlo en el bosque. Con algunos toques al estilo de la obra Pinocho, a mi juicio, esta es una de las historias más sórdidas que demuestra al desnudo toda la frívola estupidez de lo que es capaz la raza humana. ¿Será así nuestro triste futuro?

Y desde luego la película Wall E que me recomendó Matteo, uno de los niños más inteligentes que conozco. Wall E, de dibujos animados producida por Walt Disney y Pixar, tiene por tema el de un robot encantador que suspira por los vestigios buenos y creativos que existieron en nuestro planeta y que fue diseñado para limpiar los restos que quedaron de el, después de haberlo destruído y abandonado por el ser humano del futuro. Wall E conoce una robot llamada EVA que llega del espacio exterior en donde también viaja en la enorme nave planetaria con el resto la obesa humanidad que ya no sabe caminar por estar siempre sentada viendo una pantalla. Ambos, EVA y Wall E que de alguna manera intercambian sentimientos, salvan el último resquicio de naturaleza representado en una pequeña planta: la última. Gracias a ellos dos, todos los de la nave regresan a la Tierra que ya habían olvidado, con la promesa de revivir al planeta azul ya destruído.

¿Y qué decir de la quinta generación de la tecnología 5G también llamada el internet de las cosas que ya no es ficción sino la realidad misma? ¿Nos hemos puesto a reflexionar todo lo que esto implicará en nuestras vidas? ¿Necesitamos ahora mismo toda esta tecnología para que haya un coche inteligente “sin conductor”, una casa inteligente que no requiera de nuestra mínima atención, máquinas que se conecten entre si desplazando la mano de obra humana que por otro lado aumenta cada día, maquinas que decidan sobre las cosechas, las enfermedades y todo, absolutamente todo, lo que suponga el bienestar de la humanidad mayormente alejada de su propia naturaleza? ¿Sabemos cuánta radiación soportaría el ser humano con tanta tecnología? ¿Qué haremos con este exceso de conectividad cuando no hemos resuelto todavía el problema de los cambios climáticos pero sí ya estaremos híper conectados?

A los de mí generación nos ha llegado esta tecnología sin darnos cuenta, sin poder asimilarla del todo, sin reaccionar, sin defendernos siquiera; somos la generación del antes y después y hemos conocido estos dos mundos con y sin tanta tecnología. Será muy interesante la respuesta que tengan las nuevas generaciones en este momento de inflexión mundial en contra del capitalismo global, en contra del capitalismo patriarcal, en contra de la cosificación humana y en pro de los derechos inalienables de la mujer, en pro de la preservación de la naturaleza, que todo esto sería por cierto, todo lo contrario a la gran tecnología que se avecina. ¿O me equivoco?

El sistema operativo de mi computadora insistió en su actualización durante varios días hasta que por fin le dediqué el tiempo necesario para hacerlo; después encontré diferencias sustanciales, como el “Word”, por ejemplo, que ahora lo llama “Pages”. Eso me hace pensar en tantas obras literarias que algún día pensamos nunca pasarían de ser sólo ficción y que ahora aparecen ante nuestra mirada, casi sin darnos cuenta y en muchos casos, ya han rebasando nuestra realidad.

En ese sentido, hay muchos libros que han ido y venido, como queriendo llamar nuestra atención a través de ideas que nos habrían resultado casi irrealizables y, si por alguna razón ajena a nosotros la ficción nos está ya alcanzando, de igual manera no logramos entender lo que tenemos que hacer para mejorarnos como seres humanos y empatarnos con el mundo en que vivimos.

Yo recuerdo mi emoción de niña al querer llegar al siglo XXI para poder hablar por teléfono en una pantalla, o tener una aspiradora automática, o poder tener un reloj-teléfono. ¡Qué locura!, eso sí que era soñar en esa época cuando éramos todavía 2,500 millones de habitantes y no 7,500 como habemos ahora en nuestro globo terráqueo y el mundo visto casi en blanco y negro.

Un día leí la novela de ficción ¡Hagan sitio!, ¡hagan sitio! (Make room!, Make room!) que escribió Harry Harrison en el año 1966, traducida al español como “Cuando el destino nos alcance” que fue llevada también al cine. ¡Qué horror! Jamás llegaríamos a tal hacinamiento, ni contaminación y mucho menos tendríamos ese calentamiento global a causa de la industrialización del siglo XX en donde millones de personas vivirían en situaciones de horrenda precariedad manipuladas, como siempre, por una pequeña élite que nos mantendría bebiendo agua en unas garrafas y comiendo un producto con sus dos variedades de Soylent rojo y Soylent amarillo y, además, también comeríamos un nuevo producto alimenticio basado en “plancton”, según la empresa que lo lanzaría al mercado como la última novedad. De una manera romántica y necesaria en esa sociedad, abordan también el controversial tema de la muerte asistida, mismo que sigue siendo muy controversial en nuestra sociedad hoy en día.

Otro libro que leí fue 1984, (Nineteen Eighty Four), de George Orwell. También novela de ficción distópica, que ahora parecería que no lo es tanto, en la cual se narra acerca de la vigilancia omnipresente de la “Policía del Pensamiento” llamado el “Gran Hermano”, basándose en la manipulación de la información y la transformación del idioma llamada la neolengua, o el léxico, con fines de represión, en el entendido de que lo que no forma parte del idioma, no puede ser pensado. A mí, más que una novela de ficción, me pareció una novela de terror. Me pasé largas noches pensando en lo que escribió Martin Heidegger “No somos nosotros los que hablamos a través del lenguaje, es el lenguaje el que habla a través de nosotros” ¿Entonces, qué sería de la humanidad si nos quitaran el derecho a pensar? Después lo constaté cuanto apareció el voyerista programa “Big Brother” anunciado con todo tipo de fanfarrias en las principales televisoras del mundo, como si ese programa tuviera algún efecto trascendental en la vida de los millones de “cautivos” que vivían pegados a la televisión noche y día para ver si los concursantes habían hecho sus necesidades. Algo no está funcionando en la sociedad, pensé en ese entonces.

La película de Steven Spielberg llamada “Inteligencia artificial”, Basada en el libro “Los súper juguetes duran todo el verano” de Brian Aldiss, fue otra historia que me ha dejado, hasta la fecha, con una gran amargura en la dermis. Nuevamente se retoma el calentamiento global, pero en el siglo XXI, mismo que provocó que los polos se derritieran y las ciudades más proclives se inundaran. Debido a que los permisos para tener hijos eran muy difíciles de adquirir, crean un robot con todas las características de un niño, diseñado para dar amor incondicional a sus dueños de manera irreversible. Una pareja lo adopta para hacerle compañía al hijo que ya tienen, quien es un niño egoísta y maleducado y siempre pone al niño-robot en serios problemas hasta que los dueños deciden regresarlo a la fábrica en donde será destruído. Sin embargo, en un acto de furtivo humanismo, la dueña decide mejor abandonarlo en el bosque. Con algunos toques al estilo de la obra Pinocho, a mi juicio, esta es una de las historias más sórdidas que demuestra al desnudo toda la frívola estupidez de lo que es capaz la raza humana. ¿Será así nuestro triste futuro?

Y desde luego la película Wall E que me recomendó Matteo, uno de los niños más inteligentes que conozco. Wall E, de dibujos animados producida por Walt Disney y Pixar, tiene por tema el de un robot encantador que suspira por los vestigios buenos y creativos que existieron en nuestro planeta y que fue diseñado para limpiar los restos que quedaron de el, después de haberlo destruído y abandonado por el ser humano del futuro. Wall E conoce una robot llamada EVA que llega del espacio exterior en donde también viaja en la enorme nave planetaria con el resto la obesa humanidad que ya no sabe caminar por estar siempre sentada viendo una pantalla. Ambos, EVA y Wall E que de alguna manera intercambian sentimientos, salvan el último resquicio de naturaleza representado en una pequeña planta: la última. Gracias a ellos dos, todos los de la nave regresan a la Tierra que ya habían olvidado, con la promesa de revivir al planeta azul ya destruído.

¿Y qué decir de la quinta generación de la tecnología 5G también llamada el internet de las cosas que ya no es ficción sino la realidad misma? ¿Nos hemos puesto a reflexionar todo lo que esto implicará en nuestras vidas? ¿Necesitamos ahora mismo toda esta tecnología para que haya un coche inteligente “sin conductor”, una casa inteligente que no requiera de nuestra mínima atención, máquinas que se conecten entre si desplazando la mano de obra humana que por otro lado aumenta cada día, maquinas que decidan sobre las cosechas, las enfermedades y todo, absolutamente todo, lo que suponga el bienestar de la humanidad mayormente alejada de su propia naturaleza? ¿Sabemos cuánta radiación soportaría el ser humano con tanta tecnología? ¿Qué haremos con este exceso de conectividad cuando no hemos resuelto todavía el problema de los cambios climáticos pero sí ya estaremos híper conectados?

A los de mí generación nos ha llegado esta tecnología sin darnos cuenta, sin poder asimilarla del todo, sin reaccionar, sin defendernos siquiera; somos la generación del antes y después y hemos conocido estos dos mundos con y sin tanta tecnología. Será muy interesante la respuesta que tengan las nuevas generaciones en este momento de inflexión mundial en contra del capitalismo global, en contra del capitalismo patriarcal, en contra de la cosificación humana y en pro de los derechos inalienables de la mujer, en pro de la preservación de la naturaleza, que todo esto sería por cierto, todo lo contrario a la gran tecnología que se avecina. ¿O me equivoco?

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