/ viernes 25 de septiembre de 2020

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Es cierto que dolor no encuentra nunca las palabras suficientes que lo hablen, que lo expresen, que lo alivien, que lo curen, pero después del tiempo, sigo ofreciendo mis palabras, aunque no alcancen a ser suficientes para otorgarles consuelo, fuerza, alivio, esperanza, -al menos no como ustedes nos los lo han dado a nosotros a través de las suyas-, de su lucha, de su rabia, su resistencia , su rebeldía, su enseñanza.

Hace ya seis años que el dolor de una noche oscura les hizo usar la palabra, y que ese mismo dolor me enseñó a usarla a mi, a nosotras, a muchos otros, a compartir dolores, pero también fortaleza, porque su palabra es fuerza que a pesar de ser perseguida para enterrarla, ha sabido, como ella sola, sabiamente, sobreponerse a la muerte del olvido.

A ustedes les digo que, ahora y antes, su dolor y sus palabras nos han hecho encontrarnos y compartir una misma digna y justa causa: que aparezcan los que ahora faltan, los desaparecidos por el Estado, que respondan aquellos que han querido ocultarse en la amnesia del recuerdo, que haya justicia. Y es que han sido ustedes, los que con su lucha que no se cansa, que no se rinde, que no claudica, nos han dicho que lo justo debe ser nombrado por quienes han sido tratados de borrar de la historia por la fuerza, porque como nos impulsó a reconocer Walter Benjamin, a la historia tratan de contarla los vencedores, los que se conciben así en un hecho histórico, los que buscan imponernos su verdad, su interpretación incuestionable, silenciando la verdad de los caídos, arrinconándola, ocultándola, pero como nos han venido a demostrar ustedes, cuando los vencidos usan la palabra, la ‘verdad histórica’ puede caerse, como ahora sucede gracias a su terco ahínco y a la memoria de los que ya no están; y los injustos, pueden comenzar a nombrarse, a reconocerse, a ser juzgados.

Entonces ahora, después de seis años, los nombres de Abel, Abelardo, Adàn, Antonio, Benjamín, Bernardo, Carlos, Lorenzo, Cèsar, Tomás, Dorian, Emiliano, y de más compañeros estudiantes, con su palabra desaparecida, nos seguirán diciendo que hay que seguir luchando porque haya justicia; y Alexander y Jhosvanni nos dirán que no creamos las mentiras que han querido imponernos, que no cedamos, que no paremos; y Christian Alfonso, con su dolor y su cuerpo, nos dirá que es mentira que ha sido arrojado en Cocula, que no dejemos de buscarles; y sus familiares, amigos, compañeros, y todo aquel, aquella, que ha sentido el mismo dolor, usará la palabra para que los desaparecidos no desaparezcan, para que haya justicia.

Es cierto que dolor no encuentra nunca las palabras suficientes que lo hablen, que lo expresen, que lo alivien, que lo curen, pero después del tiempo, sigo ofreciendo mis palabras, aunque no alcancen a ser suficientes para otorgarles consuelo, fuerza, alivio, esperanza, -al menos no como ustedes nos los lo han dado a nosotros a través de las suyas-, de su lucha, de su rabia, su resistencia , su rebeldía, su enseñanza.

Hace ya seis años que el dolor de una noche oscura les hizo usar la palabra, y que ese mismo dolor me enseñó a usarla a mi, a nosotras, a muchos otros, a compartir dolores, pero también fortaleza, porque su palabra es fuerza que a pesar de ser perseguida para enterrarla, ha sabido, como ella sola, sabiamente, sobreponerse a la muerte del olvido.

A ustedes les digo que, ahora y antes, su dolor y sus palabras nos han hecho encontrarnos y compartir una misma digna y justa causa: que aparezcan los que ahora faltan, los desaparecidos por el Estado, que respondan aquellos que han querido ocultarse en la amnesia del recuerdo, que haya justicia. Y es que han sido ustedes, los que con su lucha que no se cansa, que no se rinde, que no claudica, nos han dicho que lo justo debe ser nombrado por quienes han sido tratados de borrar de la historia por la fuerza, porque como nos impulsó a reconocer Walter Benjamin, a la historia tratan de contarla los vencedores, los que se conciben así en un hecho histórico, los que buscan imponernos su verdad, su interpretación incuestionable, silenciando la verdad de los caídos, arrinconándola, ocultándola, pero como nos han venido a demostrar ustedes, cuando los vencidos usan la palabra, la ‘verdad histórica’ puede caerse, como ahora sucede gracias a su terco ahínco y a la memoria de los que ya no están; y los injustos, pueden comenzar a nombrarse, a reconocerse, a ser juzgados.

Entonces ahora, después de seis años, los nombres de Abel, Abelardo, Adàn, Antonio, Benjamín, Bernardo, Carlos, Lorenzo, Cèsar, Tomás, Dorian, Emiliano, y de más compañeros estudiantes, con su palabra desaparecida, nos seguirán diciendo que hay que seguir luchando porque haya justicia; y Alexander y Jhosvanni nos dirán que no creamos las mentiras que han querido imponernos, que no cedamos, que no paremos; y Christian Alfonso, con su dolor y su cuerpo, nos dirá que es mentira que ha sido arrojado en Cocula, que no dejemos de buscarles; y sus familiares, amigos, compañeros, y todo aquel, aquella, que ha sentido el mismo dolor, usará la palabra para que los desaparecidos no desaparezcan, para que haya justicia.

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