Aunque para muchos de nosotros el proceso electoral concluyó con la elección de la primera presidenta de México, en el fondo y para muchos de quienes votaron por esa opción electoral se trata en realidad de la reelección moral del actual titular de ejecutivo federal.
El portal Oraculus que da seguimiento y agrega los resultados de las principales encuestas de aprobación presidencial nos dice que, de manera constante durante los últimos dos años, dos de cada tres mexicanos encuestados expresa su apreciación hacia el presidente.
Este valor no es inusual, ya que, con excepción de Enrique Peña Nieto, los tres presidentes anteriores habían llegado a su sexto año con niveles similares de aprobación, pero no derivaron necesariamente en la continuidad.
Por supuesto que la aprobación no es homogénea. De acuerdo con la encuestadora Mitofsky, los estados que le expresan la mayor apreciación son Tabasco y Oaxaca mientras que Querétaro, Jalisco y Aguascalientes son los que menos la ofrecen. Los resultados de las elecciones confirman esta valoración.
Al desagregar los datos resulta que, de cada diez personas que simpatizan con él, ocho votaron a su favor en 2018 y lo volvieron a hacer en el 2024. Eso explicaría por qué los números de su candidata no mostraron el desgaste natural de un gobierno.
Por otro lado, el incremento de cinco millones de votos con respecto a la elección anterior podría deberse a que uno de cada tres encuestados que no votaron por él expresaron en abril su mejor apreciación.
Interesantemente el reconocimiento a sus decisiones es significativamente menor. Una de cada dos encuestados que expresaron apreciación por el presidente considera que la situación económica, la seguridad o los servicios de salud han empeorado en este sexenio. Peor aún, siete de diez encuestados coinciden que el gobierno es más corrupto.
Con estos datos no es posible racionalizar la motivación de millones de electores cuya situación económica es peor que hace seis años, sufren mayor inseguridad, no aprueban los servicios de salud o están convencidos de que hay mayor corrupción, para que hayan votado por la continuidad del régimen.
A no ser que se trate de un voto de confianza, de fe, de esperanza en una sola persona, no en un equipo y quizá ni siquiera en su candidata. Es más, una de las más cercanas colaboradoras de la presidenta electa, la Dra. Violeta Vázquez Rojas, coincide que la clave de su éxito se debe a que la entonces candidata “hizo suya” la consigna del presidente para conseguir el llamado plan C que le permitiría lograr la mayoría en el Congreso para pasar las iniciativas que le quedaron pendientes al término de su mandato.
Con respecto al impacto de los programas sociales, efectivamente seis de cada diez personas que votaron por la candidata del presidente son actualmente beneficiarios de programas sociales resultando más favorecida en los segmentos de bajos o medianos ingresos. Pero cuatro no y eso hay que reconocerlo.
Quedará pendiente la valoración de hasta qué punto el uso sistemático de los medios de comunicación nacionales para la promoción de la imagen del presidente impactó los resultados electorales, y todavía más importante, si es que ese espacio será cedido a nuestra nueva presidenta o tendrá que compartirlo.