/ miércoles 24 de mayo de 2023

Artistas, izquierdas y autoritarismos

La mayor parte de los artistas e intelectuales han sido seducidos por el pensamiento de ese amasijo ideológico que han dado en llamar izquierda. El anhelo de justicia, la esperanza de un mundo sin pobreza, en que la humanidad se pueda preocupar por asuntos más espirituales (porque la estética es una experiencia espiritual) que el ocuparse de con qué matar el hambre; ha movido a los responsables de la evolución de la inteligencia y creatividad desde siempre, pero mucho más a partir de la sociedad industrial y el extravío consecuente del toque humano.

Los románticos pensaban en la pérdida total de la humanidad a partir de la producción en masa, de la vida contemplativa a partir del acelere industrial. Los modernos censuraban la sociedad de masas y todos sus excesos y contradicciones, igual que lo han hecho prácticamente todos pensadores del siglo XX y lo que va del XXI. El arte y el pensamiento tienen un poder mucho más allá del civilizatorio, nos reencuentran con nuestra humanidad extraviada en el trajín diario y eso los vuelve relevantes. Son los vehículos más puros de la evolución social. Pero los artistas e intelectuales también comen, visten, calzan, habitan casas, y la intangibilidad de su producción vuelve complejo asignarles un valor de mercado. Por ello las sociedades modernas han optado por modelos de financiamiento que parten de dos fuentes: los mecenazgos a través de individuos o grupos con acceso a grandes capitales, y los fondos gubernamentales dedicados al arte y la cultura. En México, éste último incluye los recursos que las universidades públicas dedican a la producción artística y de conocimiento humanista.

La confianza de muchos intelectuales y artistas en que los gobiernos de izquierda en México destinarían más recursos al arte, la cultura y el humanismo, siempre tuvo sus asegunes. Si bien es cierto que algunos gobiernos de esa corriente (progresistas, les gusta decirse), mostraron un interés notable por los intelectuales y artistas, de ninguna manera podría considerarse como una regla de esas administraciones. Además, incluso los más preocupados por el arte y la cultura mostraban una mucho más evidente y hasta dogmática discrecionalidad en los apoyos al arte y la cultura, al grado de permitir prácticas de corrupción en algo tan esencialmente puro como la producción estética e intelectual.

Otros gobiernos en México tildados de “derecha” o “conservadores”, crearon enormes sistemas de producción artística y fomentaron la cultura y la producción intelectual con mayor éxito. Por ejemplo, Carlos Salinas de Gortari creó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes seis días después de haber asumido la presidencia de la República; el modelo salinista de fomento a la creación a través de becas concursables se mantuvo en esencia hasta el arribo de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia.

Bajo un escenario como el planteado, y con una comunidad artística y cultural comprometida en su gran mayoría con el proyecto de López Obrador como candidato a la presidencia, a lo mejor se esperaba que aquello de “amor, con amor se paga” operara también para los artistas e intelectuales vocaciones que suelen incomodar al poder en tanto no se le someten y, por el contrario, encabezan siempre la crítica y revisión del mismo. Perdieron de vista artistas e intelectuales que en cualquier modelo de autoritarismo, especialmente los de izquierda, los vicios en el financiamiento al arte y la cultura se vuelven mucho mayores en tanto al poder no le interesa que “el pueblo bueno” tenga espacios para el pensamiento libre y la reflexión guiada (a través de la experiencia artística o intelectual). Así que los autoritarismos apoyan y financian abiertamente proyectos de propaganda a su régimen, lejanísimos del arte, la reflexión y la cultura (que en sí misma es un mosaico de diversidades), y desatienden la gran producción artística y cultural. Eso ocurre en el México y el Morelos de la 4t.

Ignoramos aún si los modelos de financiamiento más cercanos al liberalismo, o los centrados básicamente en el estatismo, sean mejores para fomentar la producción artística e intelectual. La creación en polos culturales como Nueva York, Buenos Aires, Frankfurt, París, Barcelona, parece igual de prolífica bajo sistemas de financiamiento de lo más diverso. Lo que sí puede encontrarse es que los modelos autoritarios resultan enemigos de la creación artística e intelectual que, paradójicamente, en más de una ocasión los ha llevado al poder.

Probablemente la decepción que muchos artistas e intelectuales confiesan hoy sobre la administración de Andrés Manuel López Obrador, no tenga una asociación con la izquierda que dice profesar, sino con el innegable talante autoritario que muestran él y los suyos.

@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

La mayor parte de los artistas e intelectuales han sido seducidos por el pensamiento de ese amasijo ideológico que han dado en llamar izquierda. El anhelo de justicia, la esperanza de un mundo sin pobreza, en que la humanidad se pueda preocupar por asuntos más espirituales (porque la estética es una experiencia espiritual) que el ocuparse de con qué matar el hambre; ha movido a los responsables de la evolución de la inteligencia y creatividad desde siempre, pero mucho más a partir de la sociedad industrial y el extravío consecuente del toque humano.

Los románticos pensaban en la pérdida total de la humanidad a partir de la producción en masa, de la vida contemplativa a partir del acelere industrial. Los modernos censuraban la sociedad de masas y todos sus excesos y contradicciones, igual que lo han hecho prácticamente todos pensadores del siglo XX y lo que va del XXI. El arte y el pensamiento tienen un poder mucho más allá del civilizatorio, nos reencuentran con nuestra humanidad extraviada en el trajín diario y eso los vuelve relevantes. Son los vehículos más puros de la evolución social. Pero los artistas e intelectuales también comen, visten, calzan, habitan casas, y la intangibilidad de su producción vuelve complejo asignarles un valor de mercado. Por ello las sociedades modernas han optado por modelos de financiamiento que parten de dos fuentes: los mecenazgos a través de individuos o grupos con acceso a grandes capitales, y los fondos gubernamentales dedicados al arte y la cultura. En México, éste último incluye los recursos que las universidades públicas dedican a la producción artística y de conocimiento humanista.

La confianza de muchos intelectuales y artistas en que los gobiernos de izquierda en México destinarían más recursos al arte, la cultura y el humanismo, siempre tuvo sus asegunes. Si bien es cierto que algunos gobiernos de esa corriente (progresistas, les gusta decirse), mostraron un interés notable por los intelectuales y artistas, de ninguna manera podría considerarse como una regla de esas administraciones. Además, incluso los más preocupados por el arte y la cultura mostraban una mucho más evidente y hasta dogmática discrecionalidad en los apoyos al arte y la cultura, al grado de permitir prácticas de corrupción en algo tan esencialmente puro como la producción estética e intelectual.

Otros gobiernos en México tildados de “derecha” o “conservadores”, crearon enormes sistemas de producción artística y fomentaron la cultura y la producción intelectual con mayor éxito. Por ejemplo, Carlos Salinas de Gortari creó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes seis días después de haber asumido la presidencia de la República; el modelo salinista de fomento a la creación a través de becas concursables se mantuvo en esencia hasta el arribo de Andrés Manuel López Obrador a la presidencia.

Bajo un escenario como el planteado, y con una comunidad artística y cultural comprometida en su gran mayoría con el proyecto de López Obrador como candidato a la presidencia, a lo mejor se esperaba que aquello de “amor, con amor se paga” operara también para los artistas e intelectuales vocaciones que suelen incomodar al poder en tanto no se le someten y, por el contrario, encabezan siempre la crítica y revisión del mismo. Perdieron de vista artistas e intelectuales que en cualquier modelo de autoritarismo, especialmente los de izquierda, los vicios en el financiamiento al arte y la cultura se vuelven mucho mayores en tanto al poder no le interesa que “el pueblo bueno” tenga espacios para el pensamiento libre y la reflexión guiada (a través de la experiencia artística o intelectual). Así que los autoritarismos apoyan y financian abiertamente proyectos de propaganda a su régimen, lejanísimos del arte, la reflexión y la cultura (que en sí misma es un mosaico de diversidades), y desatienden la gran producción artística y cultural. Eso ocurre en el México y el Morelos de la 4t.

Ignoramos aún si los modelos de financiamiento más cercanos al liberalismo, o los centrados básicamente en el estatismo, sean mejores para fomentar la producción artística e intelectual. La creación en polos culturales como Nueva York, Buenos Aires, Frankfurt, París, Barcelona, parece igual de prolífica bajo sistemas de financiamiento de lo más diverso. Lo que sí puede encontrarse es que los modelos autoritarios resultan enemigos de la creación artística e intelectual que, paradójicamente, en más de una ocasión los ha llevado al poder.

Probablemente la decepción que muchos artistas e intelectuales confiesan hoy sobre la administración de Andrés Manuel López Obrador, no tenga una asociación con la izquierda que dice profesar, sino con el innegable talante autoritario que muestran él y los suyos.

@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx