/ viernes 24 de junio de 2022

La verdad nos hará libres

"¡Cuantos asesinatos en México!" escribió en un tweet el Papa Francisco. Se refería a los hechos terribles que sucedieron el lunes 20 de junio en el estado de Chihuahua, en la comunidad de Cerocahui de la sierra Tarahumara. Dos sacerdotes jesuitas y un guía de turistas fueron asesinados a sangre fría, con toda impunidad, sin pudor, con alevosía, y además se llevaron los cuerpos en la batea de una camioneta pick up. Los sicarios secuestraron a otras personas.

Los jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora mejor conocidos como el padre Gallo y el padre Morita, llevaban décadas viviendo en esta alejada región, trabajando y viviendo con la comunidad Raramuri, siendo parte de esta, fusionando su iglesia con la comunidad.

Los jesuitas están presentes desde hace más de un siglo en la sierra Tarahumara y en tantas otras comunidades alejadas y abandonadas en todo el territorio nacional. Estos misioneros que van a donde nadie más quiere ir, para llevar un mensaje de esperanza, de justicia y de libertada los más excluidos.

Cuando estudiaba Ingeniería, en la Universidad Iberoamericana tuve la fortuna de ser parte de un proyecto de servicio social social encabezado por un sacerdote jesuita, el padre Jesús Quiroz Quiroz. El proyecto consistía en asesorar a los habitantes de Muñoztla, una pequeña comunidad en Tlaxcala a los pies de la Malinche. La asesoría consistía en la implementación de varias ecotecnias en las viviendas de la comunidad: construcción de cisternas de ferrocemento para la captación de agua de lluvia, fabricación de calentadores solares para el baño, construcción de un sistema de reciclaje doméstico de aguas residuales y su aprovechamiento, construcción de digestores para obtener abono orgánico, entre otros.

El padre Quiroz era un entusiasta impulsor de estas tecnologías ecológicas que cambiaban la vida de los campesinos de la comunidad. El gran valor agregado del proyecto tenía que ver con el cambio que experimentaban las familias campesinas en su manera de vivir en armonía con el medio ambiente.

El padre jesuita era el vínculo entre la universidad y la comunidad, además de conseguir los fondos necesarios para comprar los materiales, la comunidad participaba solidariamente con la mano de obra, las familias se ayudaban entre sí.

Los estudiantes de ingeniería y arquitectura hacíamos las veces de capacitadores para la comunidad, en muchas ocasiones nos tocaba agarrar la cuchara de albañil y darle al trabajo. Este proyecto nunca hubiera sido posible sin la participación del padre Quiroz, su voluntad y compromiso con la gente y con el medio ambiente; desde luego su condición de sacerdote era indispensable para contar con el respaldo de la comunidad, de otra manera hubiera sido muy difícil entrar.

El padre llegaba los sábados en su "vocho" recorriendo a todo vapor la terracería que comunicaba al pueblo con la carretera. Las familias beneficiarias del proyecto nos recibían con deliciosas tortillas hechas a mano y un café de olla.

El trabajo de los jesuitas en México en colegios, universidades, comunidades y parroquias ha sido en favor de la justicia y la paz; construyendo ciudadanía libre e informada. Inspirados en la verdad que desata las ataduras y nos hace libres.

Desgraciadamente La violencia en México ya alcanzó a personas tan queridas como los jesuitas de la Tarahumara.

La descomposición del estado mexicano alcanza niveles de horror, cada vez más regiones y territorios dominados por las bandas de la delincuencia.

La respuesta del estado es decepcionante, echándole la culpa al pasado y negándose a asumir su responsabilidad en el presente.

Basta de demagogia: los "abrazos y no balazos", "cuidamos a los delincuentes" y "no me salgan con que la ley es la ley" han sido el mejor caldo de cultivo para que la violencia y la impunidad, arraigadas desde décadas atrás, sean la realidad cotidiana y las reglas de convivencia del presente y del futuro en México.

El Estado no puede claudicar. Hacerlo es renunciar a su propia condición de Estado.

Levantemos la voz para condenar estos lamentables asesinatos y exigir a la autoridad que trabaje en la construcción de una paz duradera, respetando la ley y castigar, sin titubeos, a los responsables de la violencia. Cada día el Estado pierde un pedazo de territorio que pasa a manos de la delincuencia. ¿Hasta cuándo?

"¡Cuantos asesinatos en México!" escribió en un tweet el Papa Francisco. Se refería a los hechos terribles que sucedieron el lunes 20 de junio en el estado de Chihuahua, en la comunidad de Cerocahui de la sierra Tarahumara. Dos sacerdotes jesuitas y un guía de turistas fueron asesinados a sangre fría, con toda impunidad, sin pudor, con alevosía, y además se llevaron los cuerpos en la batea de una camioneta pick up. Los sicarios secuestraron a otras personas.

Los jesuitas Javier Campos y Joaquín Mora mejor conocidos como el padre Gallo y el padre Morita, llevaban décadas viviendo en esta alejada región, trabajando y viviendo con la comunidad Raramuri, siendo parte de esta, fusionando su iglesia con la comunidad.

Los jesuitas están presentes desde hace más de un siglo en la sierra Tarahumara y en tantas otras comunidades alejadas y abandonadas en todo el territorio nacional. Estos misioneros que van a donde nadie más quiere ir, para llevar un mensaje de esperanza, de justicia y de libertada los más excluidos.

Cuando estudiaba Ingeniería, en la Universidad Iberoamericana tuve la fortuna de ser parte de un proyecto de servicio social social encabezado por un sacerdote jesuita, el padre Jesús Quiroz Quiroz. El proyecto consistía en asesorar a los habitantes de Muñoztla, una pequeña comunidad en Tlaxcala a los pies de la Malinche. La asesoría consistía en la implementación de varias ecotecnias en las viviendas de la comunidad: construcción de cisternas de ferrocemento para la captación de agua de lluvia, fabricación de calentadores solares para el baño, construcción de un sistema de reciclaje doméstico de aguas residuales y su aprovechamiento, construcción de digestores para obtener abono orgánico, entre otros.

El padre Quiroz era un entusiasta impulsor de estas tecnologías ecológicas que cambiaban la vida de los campesinos de la comunidad. El gran valor agregado del proyecto tenía que ver con el cambio que experimentaban las familias campesinas en su manera de vivir en armonía con el medio ambiente.

El padre jesuita era el vínculo entre la universidad y la comunidad, además de conseguir los fondos necesarios para comprar los materiales, la comunidad participaba solidariamente con la mano de obra, las familias se ayudaban entre sí.

Los estudiantes de ingeniería y arquitectura hacíamos las veces de capacitadores para la comunidad, en muchas ocasiones nos tocaba agarrar la cuchara de albañil y darle al trabajo. Este proyecto nunca hubiera sido posible sin la participación del padre Quiroz, su voluntad y compromiso con la gente y con el medio ambiente; desde luego su condición de sacerdote era indispensable para contar con el respaldo de la comunidad, de otra manera hubiera sido muy difícil entrar.

El padre llegaba los sábados en su "vocho" recorriendo a todo vapor la terracería que comunicaba al pueblo con la carretera. Las familias beneficiarias del proyecto nos recibían con deliciosas tortillas hechas a mano y un café de olla.

El trabajo de los jesuitas en México en colegios, universidades, comunidades y parroquias ha sido en favor de la justicia y la paz; construyendo ciudadanía libre e informada. Inspirados en la verdad que desata las ataduras y nos hace libres.

Desgraciadamente La violencia en México ya alcanzó a personas tan queridas como los jesuitas de la Tarahumara.

La descomposición del estado mexicano alcanza niveles de horror, cada vez más regiones y territorios dominados por las bandas de la delincuencia.

La respuesta del estado es decepcionante, echándole la culpa al pasado y negándose a asumir su responsabilidad en el presente.

Basta de demagogia: los "abrazos y no balazos", "cuidamos a los delincuentes" y "no me salgan con que la ley es la ley" han sido el mejor caldo de cultivo para que la violencia y la impunidad, arraigadas desde décadas atrás, sean la realidad cotidiana y las reglas de convivencia del presente y del futuro en México.

El Estado no puede claudicar. Hacerlo es renunciar a su propia condición de Estado.

Levantemos la voz para condenar estos lamentables asesinatos y exigir a la autoridad que trabaje en la construcción de una paz duradera, respetando la ley y castigar, sin titubeos, a los responsables de la violencia. Cada día el Estado pierde un pedazo de territorio que pasa a manos de la delincuencia. ¿Hasta cuándo?

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