/ miércoles 1 de noviembre de 2023

Sobre cine de Terror

Andrea B. Romano

Hablar de cine es hablar de las diferencias culturales que caracterizan a cada país o región del mundo. Hablar del cine de terror es tocar sus miedos y peores pesadillas, aquellas que contemplan los temores internos y sociales de una persona, un territorio o de la misma humanidad.

Cada mes de octubre (e inicios de noviembre) se convierte en una festividad. Ya sea para los amantes del terror o para quienes gustan de celebrar el Día de muertos, esta época del año es el momento ideal para acercarse al misticismo que rodea a lo desconocido después de la muerte o a lo espeluznante de nuestros miedos más profundos, constantemente retratados en el cine de terror.

Y si bien como espectadores identificamos ya algunos de los códigos que involucran a las producciones estadounidenses de este prolífico género (la típica escena de jumpscare, la música aterradora y alta en momentos específicos, personajes que se acercan a lugares que no deben o que deciden separarse en lugar de mantenerse juntos, entre otros), la mayoría del público desconoce el vasto repertorio de propuestas que el cine internacional tiene para ofrecer.

Ahora, con el boom de la llamada ola coreana y el pasado deleite por la tradición japonesa, el mundo ha volteado a ver la filmografía asiática con más interés, sintiendo una atracción especial por sus producciones más terroríficas. Con el tiempo, esto ha llevado a una fama ya reconocible del cine asiático como buen cine de terror, distinguible por sus historias diferentes, con un horror más psicológico, enajenación por el deseo de venganza e, incluso, cierto afán por la violencia y lo grotesco. Todo aderezado con un aire de misterio, fantasmas femeninos de largos cabellos, un contexto tradicional religioso o seres monstruosos producto de las mentes perturbadas de sus personajes protagónicos.

Quizás para Asia todo esto se tratara de algo ya conocido, pero para Occidente era más bien algo novedoso. En su momento, el J-horror renovó el género de terror, puesto que permitió no sólo las versiones estadounidenses de estas producciones, sino que también inspiró a Hollywood a apostar por historias más frescas y, quizás, enfocadas en un terror más allá del típico slasher, ya gastado a finales de los años 80.

El terror asiático carga con un aire un poco más místico y tradicional, profundamente basado en sus mitos, supersticiones y leyendas, lo que ayuda a mantener su atmósfera sobrenatural y la ambigüedad previa a sus finales, a veces, catastróficos.

El folclore japonés se encuentra en cintas como Ringu (1998) y Ju-On (2002), protagonizadas por Sadako y Kayako, inspiradas en las vengativas Onryō, seres capaces de entrar al mundo físico para escarmentar a todo aquel que se les ponga en frente. Sobre sus víctimas recaerá una maldición que se extenderá cual virus hasta acabar con ellas, incapaces de salir ilesas o encontrar escapatoria.

Este aire de frescura para los fans occidentales del terror trajo consigo una serie de remakes que alcanzaron mayor o menor éxito en comparación con las películas originales. Hollywood miró a Japón con signo de dólares y, a su vez, los realizadores nipones se avocaron a una fórmula que deseaba emular continuamente a Ringu. Con el tiempo, dicha fórmula se desgastó y terminó por estancarse, diluyendo así la fama que Japón se había ganado en este género, pero abriendo paso a una ola de filmes de su continente, cada vez mejor recibidos a nivel internacional.

Como resultado, Asia comenzó a exportar cada vez más su filmografía y brindó títulos tan famosos como The Waling (2016) como menos conocidos, pero igual de relevantes, como Tumbbad (2018), de la India; la hongkonesa The Eye (2002) o Maleficio (2022), de Taiwán.

¿Por qué nos gusta tanto este "otro cine"? Considero que nos acerca a otros lugares, a otros espacios a través de sus diferencias culturales, a temores incluso desconocidos, lo que termina enriqueciendo al cine más comercial, el de Hollywood, aquel que vemos continuamente (especialmente en México, el mayor consumidor del cine de terror a nivel mundial).

Esto no es nuevo. Se ha visto antes con el expresionismo alemán, representado en clásicos como Nosferatu (1922) o El gabinete del Dr. Caligari (1920) y la forma en que éstos inspiraron al cine estadounidense al recordar filmes como Drácula, de 1931, o Frankenstein, de ese mismo año, cintas que marcaron una pauta para retratar a los grandes monstruos de este género.

Hoy en día, a la filmografía europea le debemos también algunos clásicos como REC (2007), El espinazo del diablo (2001), Raw (2016), Suspiria (1977), 28 días después (2002), Let the Right One In (2008), Possession (1981) o Speak no Evil (2002), por mencionar algunos, cintas que permiten al espectador explorar miedos diferentes a los que acostumbra.

Todo lo anterior ha derivado en una exploración creativa de Hollywood, de tal forma que ahora podemos ver convergencias entre los malestares que acechan en la tradición asiática, europea o americana -y sus formas de contarlos- y la producción cinematográfica estadounidense con grandes ejemplos como La Bruja (2015), coproducida con Canadá, o Midsommar (2019), coproducida con Suecia.

El cine asiático no se queda atrás, ya que sus propios cineastas empiezan a vislumbrar a un público internacional a la hora de pensar en sus historias, tal como dijo el director surcoreano Na Hong-Jin: “tengo en mente qué podría pensar un público extranjero”, aunque “en Corea no mucha gente quiere ver mis películas”. Todo esto apunta a una especia de fusión de culturas para mostrar un terror más complejo del que acostumbraba a darnos la industria fílmica estadounidense, reina absoluta de la producción cinematográfica.

Con todo esto, ¿es verdad que este género sufre una crisis tal como varios de sus detractores afirman? La respuesta es no. Además de mantenerse firme entre los gustos de los espectadores desde los inicios del propio cine, la filmografía internacional le ha dado perspectiva a Estados Unidos para renovar sus propias historias y sacudirse algunos de sus cansados clichés.

Al final, sumando pros y contras, el cine de terror internacional ha aportado mucho (y lo seguirá haciendo) a este género ampliamente criticado por su falta de originalidad.

Andrea B. Romano es egresada de Ciencias de la Comunicación por la FCPyS de la UNAM. Ha trabajado para DGTIC, de la misma UNAM, además de como editora y coeditora para SinEmbargo MX. Disfruta del cine, el anime y las buenas conversaciones.

Andrea B. Romano

Hablar de cine es hablar de las diferencias culturales que caracterizan a cada país o región del mundo. Hablar del cine de terror es tocar sus miedos y peores pesadillas, aquellas que contemplan los temores internos y sociales de una persona, un territorio o de la misma humanidad.

Cada mes de octubre (e inicios de noviembre) se convierte en una festividad. Ya sea para los amantes del terror o para quienes gustan de celebrar el Día de muertos, esta época del año es el momento ideal para acercarse al misticismo que rodea a lo desconocido después de la muerte o a lo espeluznante de nuestros miedos más profundos, constantemente retratados en el cine de terror.

Y si bien como espectadores identificamos ya algunos de los códigos que involucran a las producciones estadounidenses de este prolífico género (la típica escena de jumpscare, la música aterradora y alta en momentos específicos, personajes que se acercan a lugares que no deben o que deciden separarse en lugar de mantenerse juntos, entre otros), la mayoría del público desconoce el vasto repertorio de propuestas que el cine internacional tiene para ofrecer.

Ahora, con el boom de la llamada ola coreana y el pasado deleite por la tradición japonesa, el mundo ha volteado a ver la filmografía asiática con más interés, sintiendo una atracción especial por sus producciones más terroríficas. Con el tiempo, esto ha llevado a una fama ya reconocible del cine asiático como buen cine de terror, distinguible por sus historias diferentes, con un horror más psicológico, enajenación por el deseo de venganza e, incluso, cierto afán por la violencia y lo grotesco. Todo aderezado con un aire de misterio, fantasmas femeninos de largos cabellos, un contexto tradicional religioso o seres monstruosos producto de las mentes perturbadas de sus personajes protagónicos.

Quizás para Asia todo esto se tratara de algo ya conocido, pero para Occidente era más bien algo novedoso. En su momento, el J-horror renovó el género de terror, puesto que permitió no sólo las versiones estadounidenses de estas producciones, sino que también inspiró a Hollywood a apostar por historias más frescas y, quizás, enfocadas en un terror más allá del típico slasher, ya gastado a finales de los años 80.

El terror asiático carga con un aire un poco más místico y tradicional, profundamente basado en sus mitos, supersticiones y leyendas, lo que ayuda a mantener su atmósfera sobrenatural y la ambigüedad previa a sus finales, a veces, catastróficos.

El folclore japonés se encuentra en cintas como Ringu (1998) y Ju-On (2002), protagonizadas por Sadako y Kayako, inspiradas en las vengativas Onryō, seres capaces de entrar al mundo físico para escarmentar a todo aquel que se les ponga en frente. Sobre sus víctimas recaerá una maldición que se extenderá cual virus hasta acabar con ellas, incapaces de salir ilesas o encontrar escapatoria.

Este aire de frescura para los fans occidentales del terror trajo consigo una serie de remakes que alcanzaron mayor o menor éxito en comparación con las películas originales. Hollywood miró a Japón con signo de dólares y, a su vez, los realizadores nipones se avocaron a una fórmula que deseaba emular continuamente a Ringu. Con el tiempo, dicha fórmula se desgastó y terminó por estancarse, diluyendo así la fama que Japón se había ganado en este género, pero abriendo paso a una ola de filmes de su continente, cada vez mejor recibidos a nivel internacional.

Como resultado, Asia comenzó a exportar cada vez más su filmografía y brindó títulos tan famosos como The Waling (2016) como menos conocidos, pero igual de relevantes, como Tumbbad (2018), de la India; la hongkonesa The Eye (2002) o Maleficio (2022), de Taiwán.

¿Por qué nos gusta tanto este "otro cine"? Considero que nos acerca a otros lugares, a otros espacios a través de sus diferencias culturales, a temores incluso desconocidos, lo que termina enriqueciendo al cine más comercial, el de Hollywood, aquel que vemos continuamente (especialmente en México, el mayor consumidor del cine de terror a nivel mundial).

Esto no es nuevo. Se ha visto antes con el expresionismo alemán, representado en clásicos como Nosferatu (1922) o El gabinete del Dr. Caligari (1920) y la forma en que éstos inspiraron al cine estadounidense al recordar filmes como Drácula, de 1931, o Frankenstein, de ese mismo año, cintas que marcaron una pauta para retratar a los grandes monstruos de este género.

Hoy en día, a la filmografía europea le debemos también algunos clásicos como REC (2007), El espinazo del diablo (2001), Raw (2016), Suspiria (1977), 28 días después (2002), Let the Right One In (2008), Possession (1981) o Speak no Evil (2002), por mencionar algunos, cintas que permiten al espectador explorar miedos diferentes a los que acostumbra.

Todo lo anterior ha derivado en una exploración creativa de Hollywood, de tal forma que ahora podemos ver convergencias entre los malestares que acechan en la tradición asiática, europea o americana -y sus formas de contarlos- y la producción cinematográfica estadounidense con grandes ejemplos como La Bruja (2015), coproducida con Canadá, o Midsommar (2019), coproducida con Suecia.

El cine asiático no se queda atrás, ya que sus propios cineastas empiezan a vislumbrar a un público internacional a la hora de pensar en sus historias, tal como dijo el director surcoreano Na Hong-Jin: “tengo en mente qué podría pensar un público extranjero”, aunque “en Corea no mucha gente quiere ver mis películas”. Todo esto apunta a una especia de fusión de culturas para mostrar un terror más complejo del que acostumbraba a darnos la industria fílmica estadounidense, reina absoluta de la producción cinematográfica.

Con todo esto, ¿es verdad que este género sufre una crisis tal como varios de sus detractores afirman? La respuesta es no. Además de mantenerse firme entre los gustos de los espectadores desde los inicios del propio cine, la filmografía internacional le ha dado perspectiva a Estados Unidos para renovar sus propias historias y sacudirse algunos de sus cansados clichés.

Al final, sumando pros y contras, el cine de terror internacional ha aportado mucho (y lo seguirá haciendo) a este género ampliamente criticado por su falta de originalidad.

Andrea B. Romano es egresada de Ciencias de la Comunicación por la FCPyS de la UNAM. Ha trabajado para DGTIC, de la misma UNAM, además de como editora y coeditora para SinEmbargo MX. Disfruta del cine, el anime y las buenas conversaciones.