/ miércoles 15 de noviembre de 2023

La necesidad de partir de la práctica docente ante escenarios de irrupción tecnológica

Tanya González

El docente de nuestros tiempos se enfrenta constantemente a escenarios de reto, de cambio, incluso de incertidumbre. Empecemos por aceptar que “nuestros tiempos” se han caracterizado por su gran velocidad de cambio. No en vano, la llamada era digital nos remite al cambio constante e incontenible de las tecnologías digitales y el Internet. Dichas herramientas trastocan y moldean diversos ámbitos de nuestra cotidianidad y el ámbito educativo no escapa a sus alcances. En particular, el quehacer docente merece especial atención, ya que en ocasiones los esfuerzos educativos se centran en la inserción tecnológica como una posible vía de acceso a la innovación de la práctica, cuando en realidad este tecno centrismo no constituye innovación alguna.

Por ejemplo, retomemos el caso de una iniciativa que fracasó en este sentido. El programa de equipamiento “Enciclomedia” del año 2003, para el cual se instalaron alrededor de 80,000 mil pizarrones de SMART Tecnologies en diversas primarias del sistema educativo nacional. Desafortunadamente, a pesar de las muy buenas intenciones de las autoridades educativas de aquel momento, la gran mayoría de esos pizarrones dejaron de usarse muy pronto, si es que llegaron a usarse, y en algunos casos aún se conservan como parte de una colección a la obsolescencia. Su uso estuvo lejos de tener impacto alguno en la mejora o enriquecimiento de la práctica docente y por supuesto del aprendizaje. A pesar de los grandes beneficios que se anticipaban y esta idea de modernidad que se le imprimió al proyecto, el hecho de incorporar una tecnología novedosa no se vinculó a una verdadera intención educativa. Entonces cabe preguntarse, ¿qué falló en este esfuerzo?, ¿cómo habríamos de responder de manera efectiva a las irrupciones tecnológicas que caracterizan nuestra era?, ¿es realmente útil incorporarlas con el fin de mejorar o innovar la práctica docente? O, ¿cuál es realmente el beneficio para el aprendizaje a partir de su implementación?

Las probables respuestas a las anteriores interrogantes podrían tener sus indicios en el planteamiento base de que la aplicación de toda tecnología emergente, en el ámbito educativo, solo es posible y deseable en tanto incremente oportunidades y capacidades para la enseñanza y el aprendizaje. Ya que el proceso educativo no es una solución que ha de centrarse en tecnología, sino un esfuerzo centrado en lo humano.

Partir de la práctica docente ante la irrupción tecnológica, es quizá el primer planteamiento de relevancia.

Hablar de práctica docente, es reconocer su complejidad y sus amplias derivaciones. Así como aceptar que su conformación incluye un amplio abanico de capacidades que los profesores despliegan ante con una clara intención educativa, en la que caben cuestiones como las propuestas de enseñanza; la construcción metodológica; el manejo y gestión de espacios; el manejo de grupos de alumnos; la selección de recursos de enseñanza e información y por supuesto la evaluación (Davini, 2015, p. 83). Asimismo, es admitir que en la práctica convergen aspectos sociológicos, psicológicos, filosóficos e incluso aquellos que nos remiten a asuntos epistemológicos. Entendiendo a estos últimos como aquellos que versan sobre el cómo se desarrolla el conocimiento. Por lo anterior, cobra especial relevancia centrarse en la práctica y no en la solución tecnológica de novedad.

Autores como Pérez Gómez (2019) reconocen en la era digital una serie de retos que delinean a un nuevo profesional docente capaz de provocar, orientar y estimular el tránsito de cada aprendizaje de la información al conocimiento y del conocimiento a la sabiduría. Situando el debate en la formación del “pensamiento práctico” que ha de ubicarse como respuesta a los desafíos educativos en la era de la información y la perplejidad. Porque en efecto, estos tiempos de frecuente irrupción tecnológica y de contextos altamente cambiantes, pueden dirigirnos a la confusión, de la que habremos de salir en busca de soluciones que provoquen la movilización de habilidades de pensamiento de orden superior, entre las que cabría el analizar, el evaluar y el crear.

Entendamos que nuestra sociedad seguirá moldeándose a partir de la constante del cambio. De esta forma, resultan importantes los planteamientos sobre la sociedad líquida de Morin (2011), que nos remiten a los cambios y adaptaciones permanentes que se anteponen a las prácticas docentes, las cuales han de fluir armónicamente para superar la confusión e incertidumbre. A partir de este asentimiento emerge la nueva cultura pedagógica centrada en la enseñanza activa, reflexiva, cooperativa y personalizada. En este sentido, ya otros estudiosos del tema han propuesto algunos principios en cuanto a las formas de enseñar, a destacar los siguientes: el estudiante como protagonista activo de su aprendizaje; el aprendizaje como fenómeno social y el requerimiento de que los aprendizajes sean significativos.

Empezar desde la aceptación de que el estudiante es un protagonista activo, quien lleva una verdadera responsabilidad con su proceso de aprendizaje, y que en ello requiere involucrarse de una forma dinámica para movilizar habilidades, conceptos y hasta actitudes y valores con la finalidad de aprender. Asimismo, considerar en la práctica docente, que el aprendizaje es social, y que se relaciona de manera innegable con esta etapa hiperconectada que está dando forma a un potencial nuevo paradigma como lo sería “el conectivismo”. En el sentido de que nos encontramos conectados sin cesar en el uso de las redes sociales y de las nuevas tecnologías que continúan irrumpiendo.

Por ello, la implementación de cualquier solución tecnológica no se centra, ni en la solución tecnológica, ni tampoco en la adopción de competencias instrumentales para su uso, sino que exige al docente el ajuste, adaptación y reinvención de su práctica. Solo desde este punto de partida cobraría un sentido pedagógico. De otra forma, se reduciría a un desatinado equipamiento, que lejos de contribuir al enriquecimiento de la práctica docente, la distraería de sus propósitos fundamentales.

TANYA GONZÁLEZ es profesora de tiempo completo en la Escuela Superior de Comercio y Administración, Unidad Santo Tomás, en el IPN. Es Maestra en Innovación en la Universidad Intercontinental. Se ha desempeñado como subdirectora de Formación Docente del IPN.

Tanya González

El docente de nuestros tiempos se enfrenta constantemente a escenarios de reto, de cambio, incluso de incertidumbre. Empecemos por aceptar que “nuestros tiempos” se han caracterizado por su gran velocidad de cambio. No en vano, la llamada era digital nos remite al cambio constante e incontenible de las tecnologías digitales y el Internet. Dichas herramientas trastocan y moldean diversos ámbitos de nuestra cotidianidad y el ámbito educativo no escapa a sus alcances. En particular, el quehacer docente merece especial atención, ya que en ocasiones los esfuerzos educativos se centran en la inserción tecnológica como una posible vía de acceso a la innovación de la práctica, cuando en realidad este tecno centrismo no constituye innovación alguna.

Por ejemplo, retomemos el caso de una iniciativa que fracasó en este sentido. El programa de equipamiento “Enciclomedia” del año 2003, para el cual se instalaron alrededor de 80,000 mil pizarrones de SMART Tecnologies en diversas primarias del sistema educativo nacional. Desafortunadamente, a pesar de las muy buenas intenciones de las autoridades educativas de aquel momento, la gran mayoría de esos pizarrones dejaron de usarse muy pronto, si es que llegaron a usarse, y en algunos casos aún se conservan como parte de una colección a la obsolescencia. Su uso estuvo lejos de tener impacto alguno en la mejora o enriquecimiento de la práctica docente y por supuesto del aprendizaje. A pesar de los grandes beneficios que se anticipaban y esta idea de modernidad que se le imprimió al proyecto, el hecho de incorporar una tecnología novedosa no se vinculó a una verdadera intención educativa. Entonces cabe preguntarse, ¿qué falló en este esfuerzo?, ¿cómo habríamos de responder de manera efectiva a las irrupciones tecnológicas que caracterizan nuestra era?, ¿es realmente útil incorporarlas con el fin de mejorar o innovar la práctica docente? O, ¿cuál es realmente el beneficio para el aprendizaje a partir de su implementación?

Las probables respuestas a las anteriores interrogantes podrían tener sus indicios en el planteamiento base de que la aplicación de toda tecnología emergente, en el ámbito educativo, solo es posible y deseable en tanto incremente oportunidades y capacidades para la enseñanza y el aprendizaje. Ya que el proceso educativo no es una solución que ha de centrarse en tecnología, sino un esfuerzo centrado en lo humano.

Partir de la práctica docente ante la irrupción tecnológica, es quizá el primer planteamiento de relevancia.

Hablar de práctica docente, es reconocer su complejidad y sus amplias derivaciones. Así como aceptar que su conformación incluye un amplio abanico de capacidades que los profesores despliegan ante con una clara intención educativa, en la que caben cuestiones como las propuestas de enseñanza; la construcción metodológica; el manejo y gestión de espacios; el manejo de grupos de alumnos; la selección de recursos de enseñanza e información y por supuesto la evaluación (Davini, 2015, p. 83). Asimismo, es admitir que en la práctica convergen aspectos sociológicos, psicológicos, filosóficos e incluso aquellos que nos remiten a asuntos epistemológicos. Entendiendo a estos últimos como aquellos que versan sobre el cómo se desarrolla el conocimiento. Por lo anterior, cobra especial relevancia centrarse en la práctica y no en la solución tecnológica de novedad.

Autores como Pérez Gómez (2019) reconocen en la era digital una serie de retos que delinean a un nuevo profesional docente capaz de provocar, orientar y estimular el tránsito de cada aprendizaje de la información al conocimiento y del conocimiento a la sabiduría. Situando el debate en la formación del “pensamiento práctico” que ha de ubicarse como respuesta a los desafíos educativos en la era de la información y la perplejidad. Porque en efecto, estos tiempos de frecuente irrupción tecnológica y de contextos altamente cambiantes, pueden dirigirnos a la confusión, de la que habremos de salir en busca de soluciones que provoquen la movilización de habilidades de pensamiento de orden superior, entre las que cabría el analizar, el evaluar y el crear.

Entendamos que nuestra sociedad seguirá moldeándose a partir de la constante del cambio. De esta forma, resultan importantes los planteamientos sobre la sociedad líquida de Morin (2011), que nos remiten a los cambios y adaptaciones permanentes que se anteponen a las prácticas docentes, las cuales han de fluir armónicamente para superar la confusión e incertidumbre. A partir de este asentimiento emerge la nueva cultura pedagógica centrada en la enseñanza activa, reflexiva, cooperativa y personalizada. En este sentido, ya otros estudiosos del tema han propuesto algunos principios en cuanto a las formas de enseñar, a destacar los siguientes: el estudiante como protagonista activo de su aprendizaje; el aprendizaje como fenómeno social y el requerimiento de que los aprendizajes sean significativos.

Empezar desde la aceptación de que el estudiante es un protagonista activo, quien lleva una verdadera responsabilidad con su proceso de aprendizaje, y que en ello requiere involucrarse de una forma dinámica para movilizar habilidades, conceptos y hasta actitudes y valores con la finalidad de aprender. Asimismo, considerar en la práctica docente, que el aprendizaje es social, y que se relaciona de manera innegable con esta etapa hiperconectada que está dando forma a un potencial nuevo paradigma como lo sería “el conectivismo”. En el sentido de que nos encontramos conectados sin cesar en el uso de las redes sociales y de las nuevas tecnologías que continúan irrumpiendo.

Por ello, la implementación de cualquier solución tecnológica no se centra, ni en la solución tecnológica, ni tampoco en la adopción de competencias instrumentales para su uso, sino que exige al docente el ajuste, adaptación y reinvención de su práctica. Solo desde este punto de partida cobraría un sentido pedagógico. De otra forma, se reduciría a un desatinado equipamiento, que lejos de contribuir al enriquecimiento de la práctica docente, la distraería de sus propósitos fundamentales.

TANYA GONZÁLEZ es profesora de tiempo completo en la Escuela Superior de Comercio y Administración, Unidad Santo Tomás, en el IPN. Es Maestra en Innovación en la Universidad Intercontinental. Se ha desempeñado como subdirectora de Formación Docente del IPN.