/ lunes 15 de agosto de 2022

Poliescenarios | Kenia, pivote de estabilidad en África oriental

Omer Freixa

El país del Cuerno de África celebró elecciones generales el pasado martes 9 de agosto en un clima interno bastante tranquilo pese a algunas irregularidades del orden más bien técnico. Ahora bien, la situación al interior contrasta con la externa, aunque las alarmas se hayan encendido respecto del pasado. Esto último se debe a la terrible crisis desatada en las postrimerías de 2007 que amargó los comicios en esa oportunidad por una coyuntura violenta de varias semanas y saldada con más de 1.100 muertes y unas 500.000 personas desplazadas. Se trató de una situación inédita respecto de una democracia bastante sólida y en contraste a una región muy volátil.

Kenia es un país de ingresos medios y una potencia emergente no solo de la zona oriental africana sino de todo el continente. Con unos 56 millones de habitantes y una economía dependiente 70% de su sector agrícola, su peso es importante ya que, como ejemplo, participó de un intento reciente de mediación para atenuar la durísima crisis que vive hace más de dos décadas Congo-Kinshasa, nación inmersa en un conflicto focalizado principalmente en su región noreste. Por otra parte, Kenia hace años interviene en la vecina Somalia como parte de la misión de paz de la Unión Africana (AMISOM) y también Nairobi, a finales del siglo pasado, fue sede de un acuerdo entre los vecinos Sudán y Uganda. En 2005, ofició de garante de un tratado de paz sudanés que puso término a la segunda guerra civil.

Kenia está rodeado de vecinos cuyas situaciones podrían generarle mayores compromisos. Desde el punto de vista de la seguridad, los puntos difíciles son una Somalia tendiente siempre al caos, Sudán del Sur en guerra civil intermitente desde diciembre de 2013 y Etiopía, un país que debiera garantizar la seguridad de la región, con un peso militar no desdeñable, pero atravesando un conflicto gravísimo al norte desde finales de 2020. Al sur, Tanzania pudiera ser el país más estable y al oeste Uganda, sede de un gobierno bastante autoritario y personalista desde 1986.

A las situaciones inestables propias de cada uno de estos países referidos se agregan circunstancias regionales e internacionales. En meses precedentes, el Cuerno de África sufrió una inusitada plaga de langostas que devoró cultivos a mansalva, fenómeno natural combinado con la pandemia de coronavirus. Se trata de un cóctel explosivo debido a que, si no fuera suficiente, toda la zona padece la peor sequía registrada desde 1981, con unas 80 millones de personas afectadas en forma directa, a lo que se suman las dificultades propias del suministro de alimentos, combustibles y fertilizantes derivadas de la guerra en Ucrania, desde febrero pasado.

No obstante, los problemas arriba reseñados, en materia de debate durante la campaña la preocupación mayor estuvo dictada por la economía. De entre los cuatro candidatos, el número más bajo desde que llegó la democracia a Kenia, en 1992, dos tienen mayores posibilidades de acceder a la presidencia y los resultados son más que reñidos.

Raila Odinga, quien se presentó por quinta vez como aspirante presidencial, es un político con experiencia, de 77 años, que ocupó el cargo de Primer Ministro al término de la crisis electoral indicada antes y se ha convertido en un empresario respetado. Del otro lado, William Ruto, el actual vicepresidente de 55, es un candidato de centroderecha con una prédica antichina y denuncia que su principal rival es parte de una casta política alejada de las necesidades del pueblo a diferencia de Ruto, quien enfatiza su posición como venido de bien abajo y, por tal motivo, muy cercano al sentir de la gente de a pie (el nombre de su partido así lo evidencia).

Como las alianzas son maleables, ambos políticos fueron aliados, pero hoy se presentan enfrentados. Odinga cuenta con el aval del actual presidente, Uhuru Kenyatta, hijo del “Padre de la Nación”, Jomo, ícono de las independencias africanas. Sin embargo, Ruto se ha despegado de la figura presidencial a casi una década de haber comenzado su mandato. Al igual que a Odinga, lo inscribe críticamente dentro de un sector acomodado con el que el actual vicepresidente no se identifica en absoluto.

El aumento del costo de vida incidió en la campaña. Ambos candidatos plantearon ayudas para los sectores más vulnerables, aunque Odinga con más énfasis. Las múltiples complicaciones que atraviesa la agricultura preocupan y derivaron en la necesidad de poner la lupa sobre la asistencia social. La falta de oportunidades fue otra clave de campaña, pensar la forma de reducir el desempleo que castiga al 40% de jóvenes de entre 18 a 40 años.

Finalmente, el problema de la deuda. Kenia es muy dependiente del préstamo, su principal acreedor es el Banco Mundial y el segundo China. Ruto cargó las tintas sobre la segunda y su plataforma apuntó a cortar la dependencia del gigante asiático, al punto de expulsar a ilegales de ese origen que desplacen a locales en los trabajos. El peso chino en la economía keniana se siente, por caso en inversiones sobre infraestructura.

Siempre dentro de la clave económica, el otro gran tema, aunque netamente de corte político, es la corrupción. Odinga subrayó que los estipendios destinados al asistencialismo deberían provenir de la lucha anticorrupción. Su aliado Kenyatta, al respecto, señaló el año pasado que en el país se pierde el equivalente a $16 millones de dólares diarios en concepto de corruptela.

Si bien Kenia es un país bastante próspero y estable, los desafíos están allí presentes. Una futura buena gestión debiera no perderlos de vista para que la situación no se desestabilice a nivel doméstico y eso contribuya a un empeoramiento en una región ya de por sí escasamente estable.

Twitter: @OmerFreixa

Omer Freixa

El país del Cuerno de África celebró elecciones generales el pasado martes 9 de agosto en un clima interno bastante tranquilo pese a algunas irregularidades del orden más bien técnico. Ahora bien, la situación al interior contrasta con la externa, aunque las alarmas se hayan encendido respecto del pasado. Esto último se debe a la terrible crisis desatada en las postrimerías de 2007 que amargó los comicios en esa oportunidad por una coyuntura violenta de varias semanas y saldada con más de 1.100 muertes y unas 500.000 personas desplazadas. Se trató de una situación inédita respecto de una democracia bastante sólida y en contraste a una región muy volátil.

Kenia es un país de ingresos medios y una potencia emergente no solo de la zona oriental africana sino de todo el continente. Con unos 56 millones de habitantes y una economía dependiente 70% de su sector agrícola, su peso es importante ya que, como ejemplo, participó de un intento reciente de mediación para atenuar la durísima crisis que vive hace más de dos décadas Congo-Kinshasa, nación inmersa en un conflicto focalizado principalmente en su región noreste. Por otra parte, Kenia hace años interviene en la vecina Somalia como parte de la misión de paz de la Unión Africana (AMISOM) y también Nairobi, a finales del siglo pasado, fue sede de un acuerdo entre los vecinos Sudán y Uganda. En 2005, ofició de garante de un tratado de paz sudanés que puso término a la segunda guerra civil.

Kenia está rodeado de vecinos cuyas situaciones podrían generarle mayores compromisos. Desde el punto de vista de la seguridad, los puntos difíciles son una Somalia tendiente siempre al caos, Sudán del Sur en guerra civil intermitente desde diciembre de 2013 y Etiopía, un país que debiera garantizar la seguridad de la región, con un peso militar no desdeñable, pero atravesando un conflicto gravísimo al norte desde finales de 2020. Al sur, Tanzania pudiera ser el país más estable y al oeste Uganda, sede de un gobierno bastante autoritario y personalista desde 1986.

A las situaciones inestables propias de cada uno de estos países referidos se agregan circunstancias regionales e internacionales. En meses precedentes, el Cuerno de África sufrió una inusitada plaga de langostas que devoró cultivos a mansalva, fenómeno natural combinado con la pandemia de coronavirus. Se trata de un cóctel explosivo debido a que, si no fuera suficiente, toda la zona padece la peor sequía registrada desde 1981, con unas 80 millones de personas afectadas en forma directa, a lo que se suman las dificultades propias del suministro de alimentos, combustibles y fertilizantes derivadas de la guerra en Ucrania, desde febrero pasado.

No obstante, los problemas arriba reseñados, en materia de debate durante la campaña la preocupación mayor estuvo dictada por la economía. De entre los cuatro candidatos, el número más bajo desde que llegó la democracia a Kenia, en 1992, dos tienen mayores posibilidades de acceder a la presidencia y los resultados son más que reñidos.

Raila Odinga, quien se presentó por quinta vez como aspirante presidencial, es un político con experiencia, de 77 años, que ocupó el cargo de Primer Ministro al término de la crisis electoral indicada antes y se ha convertido en un empresario respetado. Del otro lado, William Ruto, el actual vicepresidente de 55, es un candidato de centroderecha con una prédica antichina y denuncia que su principal rival es parte de una casta política alejada de las necesidades del pueblo a diferencia de Ruto, quien enfatiza su posición como venido de bien abajo y, por tal motivo, muy cercano al sentir de la gente de a pie (el nombre de su partido así lo evidencia).

Como las alianzas son maleables, ambos políticos fueron aliados, pero hoy se presentan enfrentados. Odinga cuenta con el aval del actual presidente, Uhuru Kenyatta, hijo del “Padre de la Nación”, Jomo, ícono de las independencias africanas. Sin embargo, Ruto se ha despegado de la figura presidencial a casi una década de haber comenzado su mandato. Al igual que a Odinga, lo inscribe críticamente dentro de un sector acomodado con el que el actual vicepresidente no se identifica en absoluto.

El aumento del costo de vida incidió en la campaña. Ambos candidatos plantearon ayudas para los sectores más vulnerables, aunque Odinga con más énfasis. Las múltiples complicaciones que atraviesa la agricultura preocupan y derivaron en la necesidad de poner la lupa sobre la asistencia social. La falta de oportunidades fue otra clave de campaña, pensar la forma de reducir el desempleo que castiga al 40% de jóvenes de entre 18 a 40 años.

Finalmente, el problema de la deuda. Kenia es muy dependiente del préstamo, su principal acreedor es el Banco Mundial y el segundo China. Ruto cargó las tintas sobre la segunda y su plataforma apuntó a cortar la dependencia del gigante asiático, al punto de expulsar a ilegales de ese origen que desplacen a locales en los trabajos. El peso chino en la economía keniana se siente, por caso en inversiones sobre infraestructura.

Siempre dentro de la clave económica, el otro gran tema, aunque netamente de corte político, es la corrupción. Odinga subrayó que los estipendios destinados al asistencialismo deberían provenir de la lucha anticorrupción. Su aliado Kenyatta, al respecto, señaló el año pasado que en el país se pierde el equivalente a $16 millones de dólares diarios en concepto de corruptela.

Si bien Kenia es un país bastante próspero y estable, los desafíos están allí presentes. Una futura buena gestión debiera no perderlos de vista para que la situación no se desestabilice a nivel doméstico y eso contribuya a un empeoramiento en una región ya de por sí escasamente estable.

Twitter: @OmerFreixa