/ lunes 30 de octubre de 2023

El laberinto, Babel y las horas de octubre

Mauricio D. Aceves

Aludiendo las palabras de Khaled Hosseini, escritor afgano, las malas hierbas del desierto permanecen con vida a través de las estaciones, mientras que la flor de primavera florece y al poco tiempo se marchita. En la esfera de la diplomacia y de las intervenciones, esta idea puede interpretarse metafóricamente a través los acuerdos firmados para desescalar tensiones, usualmente comprimiendo los conflictos y disminuyendo su cadencia fugazmente, empero, siendo incapaces de generar soluciones que desactiven los males que impiden una paz sostenible.

El pasado septiembre, Naciones Unidas ya reportaba los mayores niveles de violencia registrados desde 2005 en Palestina e Israel, al tiempo en el que se alertaba sobre la posibilidad de mayor inestabilidad. El amanecer del 7 de octubre selló el planteamiento de una nueva fase del conflicto detonada por el despliegue de una operación militar de Hamás sin precedentes. Las horas sucesivas se han caracterizado por una escalada de tensiones y la agudización del desastre humanitario, principalmente en Gaza.

Previamente, Israel experimentaba numerosas protestas, especialmente motivadas por las reformas en búsqueda de la centralización del poder político y en detrimento de las atribuciones de la Suprema Corte. Asimismo, la polarización en el gobierno en relación con Palestina se había intensificado debido a la influencia de figuras radicales en el gabinete. Por su parte, Palestina contaba con fracturas intestinas, Cisjordania y Gaza no sólo se encontraban separadas por la geografía, sino también por el desgaste de instituciones y desacuerdos entre liderazgos. Estos son algunos factores clave que obstaculizaron la unidad y la posibilidad de contar con una política propia cohesionada. Se trata de dos realidades eclipsadas por los episodios de violencia ulterior pero que no desaparecen y seguirán siendo determinantes en acontecimientos actuales y próximos.

El conflicto históricamente ha sido testigo de una cronología de actividades hostiles de diferentes intensidades y procesos de paz intermitentes que nunca concluyeron. En el reino de las relaciones internacionales, los pasos dados pueden revertirse y los efectos colaterales ensombrecen las decisiones de diplomacia. En este caso, las decisiones que se tomen pueden definir el balance geopolítico y exponer la política exterior de cada uno de los países de la región. De entre una lista de larga data de diálogos en el que han implicado a diversos actores y momentos históricos, los Acuerdos de Camp David y los Acuerdos de Abraham, cada uno representando hitos de la diplomacia destinados a moldear la estructura política regional, actualmente llegan a una encrucijada, atenuando la probabilidad de incorporación de nuevos actores en la ruta a la normalización de relaciones con Israel, al menos temporalmente.

Desde otro ángulo, la solución de dos estados y la restauración del Proceso de Oslo eran figuras improbables debido a las rutinas reflejadas en la oposición extrarregional a la creación de un Estado palestino y a la fractura interior de Gaza y Cisjordania. En el escenario actual, los procesos de paz anteriores quedan nulificados, no sólo por la configuración de una nueva fase denominada por actividades propiamente bélicas, sino porque ya no existen las condiciones en las que los acuerdos previos fueron negociados. En consecuencia, una vez que las tensiones se reduzcan, será imperativo desarrollar nuevas formatos y objetivos que integren las lecciones aprendidas, a todos los actores y que se establezcan garantías revisables en intervalos definidos.

La escalada de tensiones en Israel y Palestina ha generado una ola de repercusiones en el ámbito internacional. La preocupación humanitaria ha sido la más evidente y urgente ante la cual la capacidad de reacción internacional para la solución de conflictos queda en deuda. En materia de seguridad internacional, los hechos recientes requieren evaluaciones que serán cruciales para el replanteamiento de la seguridad regional, mientras que, la fiabilidad de la inteligencia y sistemas de defensa guiados por elementos automatizados está sujeta a reservas derivado de las vulnerabilidades percibidas recientemente. Considerando estos aspectos, los países de la región contarán con responsabilidades inéditas para obtener oportunidades de mediación, impedir la propagación del conflicto, y conseguir un acuerdo que provea de estabilidad a largo plazo.

Mauricio D. Aceves es Analista de seguridad internacional, asuntos migratorios y fronterizos, y temas contemporáneos de Medio Oriente y Asia Central.

Mauricio D. Aceves

Aludiendo las palabras de Khaled Hosseini, escritor afgano, las malas hierbas del desierto permanecen con vida a través de las estaciones, mientras que la flor de primavera florece y al poco tiempo se marchita. En la esfera de la diplomacia y de las intervenciones, esta idea puede interpretarse metafóricamente a través los acuerdos firmados para desescalar tensiones, usualmente comprimiendo los conflictos y disminuyendo su cadencia fugazmente, empero, siendo incapaces de generar soluciones que desactiven los males que impiden una paz sostenible.

El pasado septiembre, Naciones Unidas ya reportaba los mayores niveles de violencia registrados desde 2005 en Palestina e Israel, al tiempo en el que se alertaba sobre la posibilidad de mayor inestabilidad. El amanecer del 7 de octubre selló el planteamiento de una nueva fase del conflicto detonada por el despliegue de una operación militar de Hamás sin precedentes. Las horas sucesivas se han caracterizado por una escalada de tensiones y la agudización del desastre humanitario, principalmente en Gaza.

Previamente, Israel experimentaba numerosas protestas, especialmente motivadas por las reformas en búsqueda de la centralización del poder político y en detrimento de las atribuciones de la Suprema Corte. Asimismo, la polarización en el gobierno en relación con Palestina se había intensificado debido a la influencia de figuras radicales en el gabinete. Por su parte, Palestina contaba con fracturas intestinas, Cisjordania y Gaza no sólo se encontraban separadas por la geografía, sino también por el desgaste de instituciones y desacuerdos entre liderazgos. Estos son algunos factores clave que obstaculizaron la unidad y la posibilidad de contar con una política propia cohesionada. Se trata de dos realidades eclipsadas por los episodios de violencia ulterior pero que no desaparecen y seguirán siendo determinantes en acontecimientos actuales y próximos.

El conflicto históricamente ha sido testigo de una cronología de actividades hostiles de diferentes intensidades y procesos de paz intermitentes que nunca concluyeron. En el reino de las relaciones internacionales, los pasos dados pueden revertirse y los efectos colaterales ensombrecen las decisiones de diplomacia. En este caso, las decisiones que se tomen pueden definir el balance geopolítico y exponer la política exterior de cada uno de los países de la región. De entre una lista de larga data de diálogos en el que han implicado a diversos actores y momentos históricos, los Acuerdos de Camp David y los Acuerdos de Abraham, cada uno representando hitos de la diplomacia destinados a moldear la estructura política regional, actualmente llegan a una encrucijada, atenuando la probabilidad de incorporación de nuevos actores en la ruta a la normalización de relaciones con Israel, al menos temporalmente.

Desde otro ángulo, la solución de dos estados y la restauración del Proceso de Oslo eran figuras improbables debido a las rutinas reflejadas en la oposición extrarregional a la creación de un Estado palestino y a la fractura interior de Gaza y Cisjordania. En el escenario actual, los procesos de paz anteriores quedan nulificados, no sólo por la configuración de una nueva fase denominada por actividades propiamente bélicas, sino porque ya no existen las condiciones en las que los acuerdos previos fueron negociados. En consecuencia, una vez que las tensiones se reduzcan, será imperativo desarrollar nuevas formatos y objetivos que integren las lecciones aprendidas, a todos los actores y que se establezcan garantías revisables en intervalos definidos.

La escalada de tensiones en Israel y Palestina ha generado una ola de repercusiones en el ámbito internacional. La preocupación humanitaria ha sido la más evidente y urgente ante la cual la capacidad de reacción internacional para la solución de conflictos queda en deuda. En materia de seguridad internacional, los hechos recientes requieren evaluaciones que serán cruciales para el replanteamiento de la seguridad regional, mientras que, la fiabilidad de la inteligencia y sistemas de defensa guiados por elementos automatizados está sujeta a reservas derivado de las vulnerabilidades percibidas recientemente. Considerando estos aspectos, los países de la región contarán con responsabilidades inéditas para obtener oportunidades de mediación, impedir la propagación del conflicto, y conseguir un acuerdo que provea de estabilidad a largo plazo.

Mauricio D. Aceves es Analista de seguridad internacional, asuntos migratorios y fronterizos, y temas contemporáneos de Medio Oriente y Asia Central.