/ jueves 29 de agosto de 2019

La violencia ideológica

Diócesis de Cuernavaca

Las luchas libertarias son legítimas en su razón dinámica de transformación, siempre y cuando prevalezca la intención de restablecer un diálogo sincero, en mayor horizontalidad ecuánime de las partes. De lo contrario, incurriremos en una desenfrenada exigencia de demandas sin disposición a la negociación de acuerdos. Estar en una actitud defensiva sobre el antagonista de mi discurso, es la antesala de una guerra fría.

Cada postura es plausible de ser escucha en total respeto irrestricto de la libertad de expresión, no obstante, la trasgresión describe la ruptura de un consenso ético. La pretensión de cualquier argumentación debe enmarcarse en un mínimo de cordialidad recíproca de los interlocutores. Amenazar los principios básicos de civilidad, aún a pesar de la legítima demanda, fracturan los vínculos respectivos del bien común.

Accionar desde la fuerza del hastío, aminora la posibilidad de la reconciliación, porque el dolor de la injustica se hace mutar en un grito de venganza. Ya no se busca la justicia, sino la perpetuación de una memoria del crimen. Cuál es el beneficio de dar a conocer al mundo la tragedia de la víctima, si en su reivindicación devala una violencia intransigente. La contradicción de la forma es la confusión del fondo. Sin el tacto político, el convencimiento legítimo de nuestra lucha queda menguado en una polarización social.

Estamos en contra de cualquier violencia contra la mujer, pero no por ello adoptamos o totalizamos un discurso unívoco y agresor contra los hombres. Apoyamos la lucha reivindicadora de las feministas, pero cuestionamos las formas expresivas y comportamientos antisociales. Crispar a la sociedad no favorece a su propia lucha, por el contrario, ha deslizado el debate esencial a una infructífera discusión de las conductas asumidas en sus manifestaciones. Han llevado su epicentro emancipador, a una periferia de contrastes.

Hasta cuándo nuestra radicalidad ideológica aprenderá nuevas formas pacíficas de hacer valer sus planteamientos. El ser humano no dejará de sentir desaprobación por la violencia, de manera innata repudia ser vulnerabilizado por la agresión de otro, activando sus mecanismos de defensa y ataque. Si el deseo de las feministas es generar un movimiento de consciencia social de la violencia sufrida por las mujeres, ésta no es la mejor manera de lograrlo. Los medios no pueden justificar el fin.

Pero más allá de los daños a la vía pública y monumentos históricos, hay imágenes más impactantes como las frases de odio injustificado, las cuales proyectan un fascismo disfrazado, las cuales espero no sean en el fondo los actores principales del movimiento. Esa ideología recalcitrante es abrir una brecha más de intolerancia nacional, con graves consecuencias sociales.

La Iglesia de Morelos se suma a cualquier propuesta a favor del respeto a la mujer, pero no creemos en una libertad de expresión manifestada desde la transgresión. Violentar el espacio público no construye ni reivindica, más bien, agrieta los puentes de comprensión. Es primordial que los movimientos sociales trasciendan las formas convencionales o caducas de expresión, las cuales desde siempre han sido una estrategia de doble filo. Madurar la lucha no-violenta y creativamente reivindicadora, debe ser un menester evolutivo en los movimientos sociales.

Las luchas libertarias son legítimas en su razón dinámica de transformación, siempre y cuando prevalezca la intención de restablecer un diálogo sincero, en mayor horizontalidad ecuánime de las partes. De lo contrario, incurriremos en una desenfrenada exigencia de demandas sin disposición a la negociación de acuerdos. Estar en una actitud defensiva sobre el antagonista de mi discurso, es la antesala de una guerra fría.

Cada postura es plausible de ser escucha en total respeto irrestricto de la libertad de expresión, no obstante, la trasgresión describe la ruptura de un consenso ético. La pretensión de cualquier argumentación debe enmarcarse en un mínimo de cordialidad recíproca de los interlocutores. Amenazar los principios básicos de civilidad, aún a pesar de la legítima demanda, fracturan los vínculos respectivos del bien común.

Accionar desde la fuerza del hastío, aminora la posibilidad de la reconciliación, porque el dolor de la injustica se hace mutar en un grito de venganza. Ya no se busca la justicia, sino la perpetuación de una memoria del crimen. Cuál es el beneficio de dar a conocer al mundo la tragedia de la víctima, si en su reivindicación devala una violencia intransigente. La contradicción de la forma es la confusión del fondo. Sin el tacto político, el convencimiento legítimo de nuestra lucha queda menguado en una polarización social.

Estamos en contra de cualquier violencia contra la mujer, pero no por ello adoptamos o totalizamos un discurso unívoco y agresor contra los hombres. Apoyamos la lucha reivindicadora de las feministas, pero cuestionamos las formas expresivas y comportamientos antisociales. Crispar a la sociedad no favorece a su propia lucha, por el contrario, ha deslizado el debate esencial a una infructífera discusión de las conductas asumidas en sus manifestaciones. Han llevado su epicentro emancipador, a una periferia de contrastes.

Hasta cuándo nuestra radicalidad ideológica aprenderá nuevas formas pacíficas de hacer valer sus planteamientos. El ser humano no dejará de sentir desaprobación por la violencia, de manera innata repudia ser vulnerabilizado por la agresión de otro, activando sus mecanismos de defensa y ataque. Si el deseo de las feministas es generar un movimiento de consciencia social de la violencia sufrida por las mujeres, ésta no es la mejor manera de lograrlo. Los medios no pueden justificar el fin.

Pero más allá de los daños a la vía pública y monumentos históricos, hay imágenes más impactantes como las frases de odio injustificado, las cuales proyectan un fascismo disfrazado, las cuales espero no sean en el fondo los actores principales del movimiento. Esa ideología recalcitrante es abrir una brecha más de intolerancia nacional, con graves consecuencias sociales.

La Iglesia de Morelos se suma a cualquier propuesta a favor del respeto a la mujer, pero no creemos en una libertad de expresión manifestada desde la transgresión. Violentar el espacio público no construye ni reivindica, más bien, agrieta los puentes de comprensión. Es primordial que los movimientos sociales trasciendan las formas convencionales o caducas de expresión, las cuales desde siempre han sido una estrategia de doble filo. Madurar la lucha no-violenta y creativamente reivindicadora, debe ser un menester evolutivo en los movimientos sociales.

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