/ lunes 21 de enero de 2019

La tragedia estalló

El Presidente Andrés Manuel López Obrador había hecho un llamado a la gente para que no se robe el combustible, porque advertía: “Implica mucho riesgo, es muy peligroso”

“Sin importarles los riesgos y pasando por alto la incursión de corporaciones policiacas, decenas de pobladores cargaron con el combustible fugado de una toma clandestina en la comunidad de Dos Caminos".

“Niños, jóvenes y adultos, llegaron a pie, en bicicleta, motocicleta y vehículos aprovecharon la fuga de hidrocarburo para llenar bidones de distintas capacidades que comercializarán en sus comunidades para obtener recursos para el fin de semana, otros lo utilizarán para sus propios vehículos".

“Ante el temor a una posible desgracia, debido a la corriente que llevaba el combustible fugado, una cuadrilla de trabajadores e ingenieros de Petróleos Mexicanos (Pemex) controlaron la fuga de hidrocarburo (provocada por un presunto descuido de bandas de huachicoleros) y selló la toma clandestina”.

Los párrafos anteriores es parte de la crónica de José Luis Jiménez en El Sol de Córdoba del 27 de octubre del año pasado, cuya cabeza denunciaba: “Flamable rapiña: pobladores arriesgan todo por robar gasolina en Veracruz”.

El relato describía a personas que los iguala con la pobreza y la desgracia, y cómo después llenar cubetas y bidones, “algunos jóvenes ofrecían el combustible que juntaron de la fuga en 10 pesos por litro”. El reportero citaba que el hecho ocurrió dos días después una explosión en otra toma clandestina que había dejado tres muertos, cuatro heridos y varios desaparecidos.

El 15 de enero, el diario El país entrevistó a un huachicolero que pidió el anonimato, donde describe que como policía ganaba 2 mil 700 pesos a la quincena, y como ladrón de combustible, “ahora puedo ganar 250 mil a la semana”, le dijo al medio español.

Narra cómo el crimen organizado lo reclutó aprovechando su pobreza; cuando le preguntaron qué cuanto tiempo llevaba sin trabajar, detalló que un mes. Dadivosos, éstos –cuenta-: “Me regalaron cerca de 15 mil pesos. Fue como, 'toma, aliviánate'. Me dieron la facilidad de una camioneta. Y me dijeron, '¿sabes qué? Vas a trabajar con nosotros. Vas a halconear y te vas a llevar tu lana”.

Estas narraciones son parte de la triste historia de un país, de nuestro México, donde unos cuantos son los ganadores en un sistema injusto que privilegia a la riqueza y castiga la pobreza, donde hasta en el robo de combustibles, los más desheredados son los que ponen los muertos, mientras que los capos son quienes dirigen y llenan sus pipas sin arriesgar sus vidas.

Pero además se aprovechan de la ignorancia, sobre todo de la fe y de la esperanza de la gente, de sus creencias, por eso les inventan deidades para “evitar detenciones, incendios, explosiones, además de un ‘blindaje celestial´” a las familias, quienes, se dice, le rezan al “Santo Niño Huachicolero”, quien en lugar de traer un báculo, trae un bidón y una herramienta para robar el combustible”.

Este es el marco de un retrato donde el “foco” es el infortunio de una sociedad empobrecida que arriesga su vida por unos cuantos litros de huachicol para aliviar su desgracia, de la que se aprovechan los saboteadores que pretenden desafiar, al Estado mexicano y que, lamentablemente, el pasado viernes, en Tlahualipan, Hidalgo, recogían con bandejas gasolina de un ducto que fue saboteado donde un chispazo, lamentablemente, hizo estallar una desgracia, una realidad, pero también, duele decirlo, una triste lección.

Decidido acabar con este gran asalto a la nación, el viernes mismo por la mañana en la conferencia de prensa, el Presidente Andrés Manuel López Obrador había hecho un llamado a la gente para que no se robe el combustible, porque advertía: “Implica mucho riesgo, es muy peligroso”. Lamentablemente la tragedia estalló.

“Sin importarles los riesgos y pasando por alto la incursión de corporaciones policiacas, decenas de pobladores cargaron con el combustible fugado de una toma clandestina en la comunidad de Dos Caminos".

“Niños, jóvenes y adultos, llegaron a pie, en bicicleta, motocicleta y vehículos aprovecharon la fuga de hidrocarburo para llenar bidones de distintas capacidades que comercializarán en sus comunidades para obtener recursos para el fin de semana, otros lo utilizarán para sus propios vehículos".

“Ante el temor a una posible desgracia, debido a la corriente que llevaba el combustible fugado, una cuadrilla de trabajadores e ingenieros de Petróleos Mexicanos (Pemex) controlaron la fuga de hidrocarburo (provocada por un presunto descuido de bandas de huachicoleros) y selló la toma clandestina”.

Los párrafos anteriores es parte de la crónica de José Luis Jiménez en El Sol de Córdoba del 27 de octubre del año pasado, cuya cabeza denunciaba: “Flamable rapiña: pobladores arriesgan todo por robar gasolina en Veracruz”.

El relato describía a personas que los iguala con la pobreza y la desgracia, y cómo después llenar cubetas y bidones, “algunos jóvenes ofrecían el combustible que juntaron de la fuga en 10 pesos por litro”. El reportero citaba que el hecho ocurrió dos días después una explosión en otra toma clandestina que había dejado tres muertos, cuatro heridos y varios desaparecidos.

El 15 de enero, el diario El país entrevistó a un huachicolero que pidió el anonimato, donde describe que como policía ganaba 2 mil 700 pesos a la quincena, y como ladrón de combustible, “ahora puedo ganar 250 mil a la semana”, le dijo al medio español.

Narra cómo el crimen organizado lo reclutó aprovechando su pobreza; cuando le preguntaron qué cuanto tiempo llevaba sin trabajar, detalló que un mes. Dadivosos, éstos –cuenta-: “Me regalaron cerca de 15 mil pesos. Fue como, 'toma, aliviánate'. Me dieron la facilidad de una camioneta. Y me dijeron, '¿sabes qué? Vas a trabajar con nosotros. Vas a halconear y te vas a llevar tu lana”.

Estas narraciones son parte de la triste historia de un país, de nuestro México, donde unos cuantos son los ganadores en un sistema injusto que privilegia a la riqueza y castiga la pobreza, donde hasta en el robo de combustibles, los más desheredados son los que ponen los muertos, mientras que los capos son quienes dirigen y llenan sus pipas sin arriesgar sus vidas.

Pero además se aprovechan de la ignorancia, sobre todo de la fe y de la esperanza de la gente, de sus creencias, por eso les inventan deidades para “evitar detenciones, incendios, explosiones, además de un ‘blindaje celestial´” a las familias, quienes, se dice, le rezan al “Santo Niño Huachicolero”, quien en lugar de traer un báculo, trae un bidón y una herramienta para robar el combustible”.

Este es el marco de un retrato donde el “foco” es el infortunio de una sociedad empobrecida que arriesga su vida por unos cuantos litros de huachicol para aliviar su desgracia, de la que se aprovechan los saboteadores que pretenden desafiar, al Estado mexicano y que, lamentablemente, el pasado viernes, en Tlahualipan, Hidalgo, recogían con bandejas gasolina de un ducto que fue saboteado donde un chispazo, lamentablemente, hizo estallar una desgracia, una realidad, pero también, duele decirlo, una triste lección.

Decidido acabar con este gran asalto a la nación, el viernes mismo por la mañana en la conferencia de prensa, el Presidente Andrés Manuel López Obrador había hecho un llamado a la gente para que no se robe el combustible, porque advertía: “Implica mucho riesgo, es muy peligroso”. Lamentablemente la tragedia estalló.

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