La imposibilidad de un amigo

Opinión

Anthony Joab

  · jueves 9 de abril de 2020

Umberto Eco cuenta que en una visita a New York, al subir a un taxi, tuvo la suerte de tener de conductor a un paquistaní curioso. ¿De dónde venía? preguntó, respondiendo el escritor que era italiano. Los siguientes minutos contestó las extrañezas que cualquier individuo tendría por una nación.

Sin embargo, la última pregunta desarmó al novelista: ¿Quiénes son sus enemigos? Dubitativo, Eco respondió que no tenían uno, nada de adversarios históricos. Ninguna guerra con nadie y la última fue comenzada con unos y terminada con otros. Insatisfecho, el taxista no creía posible un pueblo sin enemigos.

Momentos después de bajar, el escritor cayó en cuenta que en realidad no tenían enemigos en el sentido estricto del exterior, no que en realidad no tuviera enemigos en absoluto; mucho peor, los italianos no acordaban quién era su enemigo porque estaban en constantes disputas los unos con otros. El norte contra el sur, la mafia contra el Estado. En pocas palabras, el enemigo del italiano era otro italiano. Para Eco tener un enemigo permite definir nuestra identidad y medir el sistema de valores. De ahí la necesidad de un enemigo real. Y en el caso de no tenerlo, crearlo.

La idea de fabricar un enemigo para otorgarle cohesión a una comunidad débil y dispersa resulta romántica, pero la realidad se vuelve sinuosa en cuanto comienzan emerger crisis y los sentimientos de identidad se radicalizan más allá de los límites imaginables. Y la acción política no parece escapar de tal acometido, pues los dirigentes no escatiman en juicios al momento de hacer distinciones de los diferentes países, separándolos en el binomio amigo-enemigo, infligiendo en los ciudadanos un sentimiento de nacionalismo desmedido, que termina por materializarse en xenofobia y racismo.

Países comienzan a presentar medidas que manifiestan desinterés hacia gobiernos vecinos al enfrentar el covid-19. Es el caso de Estados Unidos al informar que se invocará la Ley de Producción de Defensa, que prohíbe la exportación de suministros médicos, resguardándolos para uso doméstico, sin mencionar el despliegue de sus buques en aguas venezolanas. Suiza ahora exige licencias para la exportación de mascarillas, guantes y gafas. En la parte del mercado de alimentos, Rusia, el mayor exportador de trigo del mundo, planea limitar las exportaciones de grano para proteger sus propios suministros. Igualmente Kazajstán ha prohibido las exportaciones de harina de trigo y algunas hortalizas como la zanahorias y patatas para acumular reservas. Dejando en jaque a las zonas más pobres de África donde puede provocarse un ascenso abrupto de precio en artículos como el pan.

Frente a la crisis económica que se avecina los países de la UE no logran un consenso sobre la aceptación de los coronabonos, pues resulta una deuda común de los estados implicados, significando un riesgo compartido por igual; los primeros en solicitar rescate fueron España, Italia y Grecia, frente la negación de los países de la liga Hanseática, enfilándose con Holanda, Alemania, Austria y Finlandia. Polarizando la Unión Europea en “los ricos y ahorradores del norte, hacia los pobres derrochadores del sur” según Lidia Brun, investigadora universitaria en Bruselas.

Y la cuestión del enemigo sigue expectante: ¿Son los países que optan por medidas drásticas? ¿Un sistema económico que sólo favorece a unos cuantos? ¿A caso los dirigentes políticos? Por lo pronto los medios de comunicación insisten en alargar la vista y afirmar que la pandemia es el enemigo real, pero el caso de Eco no es excepcional: somos nuestro propio enemigo.

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