/ viernes 2 de noviembre de 2018

El paseo de los muertos en el Centro Histórico

Son miles los que observan y otros tantos los que participan, la fiesta tiene su corazón más concurrido en el Jardín Borda

Si uno sale el 1 de noviembre por el centro de Cuernavaca encontrará cosas que no se ven comúnmente. Los muertos desfilan con los vivos desde El Calvario hasta el Jardín Borda y quienes los miran desde las banquetas son también difuntos, o monstruos, o zombis, o algo que no se atreven a ser ningún otro día del año. No es a cualquier hora, tiene que haber luz de día, pero no mucha, porque después se usará la iluminación de neón para darles un tono macabro a los disfraces que la gente procura durante días, semanas antes del desfile previo al Miquiztli del Jardín Borda que, siendo la celebración oficial, auspiciada por el gobierno y toda la cosa, no es la más importante desde hace varios años ya.

Uno puede abordar la celebración desde varios puntos, y hasta incorporarse al desfile si trae un buen disfraz, aunque si se trata del gobernador, Cuauhtémoc Blanco, o de figuras de su gabinete, pueden omitirse la máscara y la botarga. No se recomienda, porque entonces lo pueden reconocer humano a uno, y quién sabe cómo pudiera irle entre tanta catrina, diablo, calavera revolucionaria, guerrero prehispánico, y otros espíritus que han poseído ya a los cuerpos que avanzan entre música de chinelos, mariachis, tambores, porque también hay que hacer ruido.

En las banquetas, demonios, catrinas, y hasta Pennywise, el payaso de la Película Eso, o Leatherface, de Masacre en Texas, presencian el desfile en que las catrinas van, unas en zancos, otras motorizadas, las más humildes en huaraches, porque hasta entre los muertos hay clases, detrás del gobernador Cuauhtémoc.

Son miles los que observan y otros tantos los que participan, la fiesta tiene su corazón más concurrido en el Jardín Borda, donde se ha colocado un tianguis con artesanía oaxaqueña y productos de Orgullo Morelos, hay cerámica, alpargatas, papel maché; y pocas, pero representativas de siete pueblos del estado, ofrendas a los muertos. Hay banda de viento, danzantes prehispánicos en el escenario del Borda, pero la fiesta afuera está mucho mejor.

En el Jardín que fuera de Maximiliano uno de los mayores atractivos es el ensamble de catrinas de la Familia Burrón, los personajes creados por Gabriel Vargas, que aún arrinconados en un extremo llaman la atención de los asistentes. Afuera, en cambio, las catrinas siguen bailando, jugando con la gente, tomándose retratos múltiples. Igual lo hacen los disfrazados de monstruos de Hollywood. A unos metros, en la Casona Spencer, el Festival Copalli, recién inaugurado, exhibe más ofrendas que el Jardín Borda, y las acompaña con piezas de plástica creadas para honrar a la tradición de muertos, cuadros, tallados y esculturas de calaveras y catrinas se entremezclan con las ofrendas que han atraído a miles de personas.

La calle de Hidalgo, justo frente al Borda, y donde se ubican la Casona y la entrada al complejo de Catedral, se ha vuelto una verbena ya para esta hora, la noche ha caído y las catrinas siguen festejando, unos pasos abajo, frente a la Primaria Benito Juárez, la estudiantina ameniza una esquina que corría el riesgo de permanecer callada, aunque llena de gente. Pasos adelante, un violinista interpreta El Cóndor Pasa acompañado de una orquesta grabada. Lo observan decenas de disfrazados y otros que no lo están. Las catrinas y los disfraces siguen hasta casi el Palacio de Cortés y hasta pasadas las diez de la noche. Por unos momentos, muchos, Cuernavaca se olvidó de sus problemas y cantó y bailó de la mano de sus muertos, de sus horrores, de sus disfraces.

Si uno sale el 1 de noviembre por el centro de Cuernavaca encontrará cosas que no se ven comúnmente. Los muertos desfilan con los vivos desde El Calvario hasta el Jardín Borda y quienes los miran desde las banquetas son también difuntos, o monstruos, o zombis, o algo que no se atreven a ser ningún otro día del año. No es a cualquier hora, tiene que haber luz de día, pero no mucha, porque después se usará la iluminación de neón para darles un tono macabro a los disfraces que la gente procura durante días, semanas antes del desfile previo al Miquiztli del Jardín Borda que, siendo la celebración oficial, auspiciada por el gobierno y toda la cosa, no es la más importante desde hace varios años ya.

Uno puede abordar la celebración desde varios puntos, y hasta incorporarse al desfile si trae un buen disfraz, aunque si se trata del gobernador, Cuauhtémoc Blanco, o de figuras de su gabinete, pueden omitirse la máscara y la botarga. No se recomienda, porque entonces lo pueden reconocer humano a uno, y quién sabe cómo pudiera irle entre tanta catrina, diablo, calavera revolucionaria, guerrero prehispánico, y otros espíritus que han poseído ya a los cuerpos que avanzan entre música de chinelos, mariachis, tambores, porque también hay que hacer ruido.

En las banquetas, demonios, catrinas, y hasta Pennywise, el payaso de la Película Eso, o Leatherface, de Masacre en Texas, presencian el desfile en que las catrinas van, unas en zancos, otras motorizadas, las más humildes en huaraches, porque hasta entre los muertos hay clases, detrás del gobernador Cuauhtémoc.

Son miles los que observan y otros tantos los que participan, la fiesta tiene su corazón más concurrido en el Jardín Borda, donde se ha colocado un tianguis con artesanía oaxaqueña y productos de Orgullo Morelos, hay cerámica, alpargatas, papel maché; y pocas, pero representativas de siete pueblos del estado, ofrendas a los muertos. Hay banda de viento, danzantes prehispánicos en el escenario del Borda, pero la fiesta afuera está mucho mejor.

En el Jardín que fuera de Maximiliano uno de los mayores atractivos es el ensamble de catrinas de la Familia Burrón, los personajes creados por Gabriel Vargas, que aún arrinconados en un extremo llaman la atención de los asistentes. Afuera, en cambio, las catrinas siguen bailando, jugando con la gente, tomándose retratos múltiples. Igual lo hacen los disfrazados de monstruos de Hollywood. A unos metros, en la Casona Spencer, el Festival Copalli, recién inaugurado, exhibe más ofrendas que el Jardín Borda, y las acompaña con piezas de plástica creadas para honrar a la tradición de muertos, cuadros, tallados y esculturas de calaveras y catrinas se entremezclan con las ofrendas que han atraído a miles de personas.

La calle de Hidalgo, justo frente al Borda, y donde se ubican la Casona y la entrada al complejo de Catedral, se ha vuelto una verbena ya para esta hora, la noche ha caído y las catrinas siguen festejando, unos pasos abajo, frente a la Primaria Benito Juárez, la estudiantina ameniza una esquina que corría el riesgo de permanecer callada, aunque llena de gente. Pasos adelante, un violinista interpreta El Cóndor Pasa acompañado de una orquesta grabada. Lo observan decenas de disfrazados y otros que no lo están. Las catrinas y los disfraces siguen hasta casi el Palacio de Cortés y hasta pasadas las diez de la noche. Por unos momentos, muchos, Cuernavaca se olvidó de sus problemas y cantó y bailó de la mano de sus muertos, de sus horrores, de sus disfraces.

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