/ jueves 4 de marzo de 2021

Voluntad de vivir

Hace algún tiempo platicaba con Carlos que la vida -con sus múltiples formas y grandes excepciones- implica también una cuestión de elección, y es que permanecer en ella o dejar de hacerlo es una posibilidad siempre abierta, y haber nacido alguna vez no basta para decir que vivimos.

Así como la pérdida de un cuerpo no alcanza para aceptar la muerte.

En este tiempo en que la muerte parece presentarse como presagio anticipado, norma prematura irremediable, como catástrofe indiscutible, resulta difícil sostener aquella idea compartida a la que miles de acontecimientos reclaman justificación, pero es posible que recurrir brevemente a la historia como lugar de posibilidades nos lleve a seguir sosteniéndola.

Digo esto porque al igual que a Simone de Beauvoir, me resulta sumamente complicado pensar que la vida humana puede justificarse a sí misma por su mera presencia en el mundo, y no por su negación a la pasividad y por su necesidad de remodelar la existencia, porque ¿cómo podríamos entender la prevalencia de la vida habiendo pasado la humanidad por tan grandes hecatombes sino es por causa de la colaboración de su empeño por seguir habitando este mundo? ¿cómo podríamos explicar las supervivencias a tantas guerras, persecuciones y atentados sino por el impulso compartido de seguir viviendo?, y ¿cómo podríamos entender la urgencia de acabar con esta pandemia sino es por la existente voluntad de vivir? Beauvoir dice, vivir es la voluntad de vivir.

Pero es cierto que en este tránsito por la historia hay y ha habido también quienes contra su voluntad de seguir viviendo han perdido la vida; hay a quienes la violencia, el hambre y la enfermedad se las ha arrebatado repentinamente. Seguramente hay un sinfín de personas que han dejado este mundo no queriendo hacerlo, y con ello, han tenido que dejar a otro sinfín de personas con la sensación de estar más cerca de la muerte que de la vida, porque es posible sentir la muerte en vida cuando quien muere ha sido un ser amado, como ha dicho Gabriel Marcel. Seguramente, hay quienes han atravesado por esta sensación en estos días y mis palabras puedan llegar a parecer injustas ante el dolor, pero creo que incluso en esta terrible circunstancia existe aún la posibilidad de elección.

Porque es posible elegir vencernos ante la adversidad y entregarnos a la pasividad, a la indiferencia y a la insensibilidad; entregarnos a la muerte, vivir muriendo; pero es posible también elegir la vida, la esperanza, el perdón, la alegría y el amor; porque incluso quienes se han ido seguirán permaneciendo en la inmortalidad del pensamiento de quien les ama, pues "los que son amados no pueden morir" dice Emily Dickinson, y solo aquellos a quienes se olvida mueren.

Entonces quizá lo que queda por preguntarnos es la misma pregunta que hizo Teresa de Calcuta a Facundo Cabral cuando murió su hija y compañera: "¿dónde poner todo el amor que nos sobra?", pues el amor a la vida implica volver a empezar dice José Mújica.

Hace algún tiempo platicaba con Carlos que la vida -con sus múltiples formas y grandes excepciones- implica también una cuestión de elección, y es que permanecer en ella o dejar de hacerlo es una posibilidad siempre abierta, y haber nacido alguna vez no basta para decir que vivimos.

Así como la pérdida de un cuerpo no alcanza para aceptar la muerte.

En este tiempo en que la muerte parece presentarse como presagio anticipado, norma prematura irremediable, como catástrofe indiscutible, resulta difícil sostener aquella idea compartida a la que miles de acontecimientos reclaman justificación, pero es posible que recurrir brevemente a la historia como lugar de posibilidades nos lleve a seguir sosteniéndola.

Digo esto porque al igual que a Simone de Beauvoir, me resulta sumamente complicado pensar que la vida humana puede justificarse a sí misma por su mera presencia en el mundo, y no por su negación a la pasividad y por su necesidad de remodelar la existencia, porque ¿cómo podríamos entender la prevalencia de la vida habiendo pasado la humanidad por tan grandes hecatombes sino es por causa de la colaboración de su empeño por seguir habitando este mundo? ¿cómo podríamos explicar las supervivencias a tantas guerras, persecuciones y atentados sino por el impulso compartido de seguir viviendo?, y ¿cómo podríamos entender la urgencia de acabar con esta pandemia sino es por la existente voluntad de vivir? Beauvoir dice, vivir es la voluntad de vivir.

Pero es cierto que en este tránsito por la historia hay y ha habido también quienes contra su voluntad de seguir viviendo han perdido la vida; hay a quienes la violencia, el hambre y la enfermedad se las ha arrebatado repentinamente. Seguramente hay un sinfín de personas que han dejado este mundo no queriendo hacerlo, y con ello, han tenido que dejar a otro sinfín de personas con la sensación de estar más cerca de la muerte que de la vida, porque es posible sentir la muerte en vida cuando quien muere ha sido un ser amado, como ha dicho Gabriel Marcel. Seguramente, hay quienes han atravesado por esta sensación en estos días y mis palabras puedan llegar a parecer injustas ante el dolor, pero creo que incluso en esta terrible circunstancia existe aún la posibilidad de elección.

Porque es posible elegir vencernos ante la adversidad y entregarnos a la pasividad, a la indiferencia y a la insensibilidad; entregarnos a la muerte, vivir muriendo; pero es posible también elegir la vida, la esperanza, el perdón, la alegría y el amor; porque incluso quienes se han ido seguirán permaneciendo en la inmortalidad del pensamiento de quien les ama, pues "los que son amados no pueden morir" dice Emily Dickinson, y solo aquellos a quienes se olvida mueren.

Entonces quizá lo que queda por preguntarnos es la misma pregunta que hizo Teresa de Calcuta a Facundo Cabral cuando murió su hija y compañera: "¿dónde poner todo el amor que nos sobra?", pues el amor a la vida implica volver a empezar dice José Mújica.

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