/ jueves 19 de noviembre de 2020

Nos encontraremos otra vez

Era el 13 de octubre de 1940 la primera vez que la reina Isabel II, todavía princesa de York, se dirigió en discurso al Reino Unido.

Tenía catorce años y yacía enclaustrada en el castillo de Windsor, la Segunda Guerra Mundial había iniciado y ella, junto con miles de niños británicos, compartieron el destino de abandonar las principales ciudades para refugiarse en lugares seguros. El discurso fue emitido por la BBC durante la noche, en el que, junto con su hermana, llamaba a los niños a resistir y encontrar consuelo en momentos de tristeza y soledad, asegurando que todo saldría bien. En realidad, son pocas las ocasiones en que la reina se ha dirigido a la Commonwealth: el día que cumplió sesenta años de reinado, cuando Isabel la reina madre murió, al estallar la Guerra del Golfo y tras el fallecimiento de Diana de Gales, más conocida como Lady Di.

La más reciente fue hace pocos meses, el 5 de abril, a propósito de la pandemia. El mensaje fue televisado y exhortaba a las personas a sumar esfuerzos para lograr resistir el confinamiento, rememorando un paralelismo con su primer discurso, y haciendo recordar que no era la primera vez que ocurría un problema en el que debían solidarizarse para solucionarlo. El discurso finalizaba con la famosa línea de la canción “We’ll meet again” de Vera Lynn, cantada a los soldados en la época bélica contra la Alemania nazi.

La situación del confinamiento en México es penosamente distinta. A la fórmula de quedarse en casa y resistir la pandemia persiste la certeza de apenas cubrir los gastos y le persigue, después de muchos meses, el miedo de por fin contagiarse. La vida, con todas las escenas diarias que la definían, ha dejado de ser amigable para muchos y se ha convertido en un campo de supervivencia para todos. Es innegable que la solución para regresar a la normalidad es disminuir la movilidad y para proteger a las personas que nos interesan, irónicamente, debemos alejarnos de ellas. La cuestión del asunto no es qué tanto podemos resistir a las medidas restrictivas, sino lo mucho que ya lo hicimos y seguiremos haciendo, algunos en las condiciones más desfavorables.

Ahí donde antes veíamos un lugar para sentarnos ahora reconocemos un foco de infección. Cuando observamos calles abarrotadas de gente caminando en realidad vemos individuos que tal vez no creen en lo que otros tantos temen. Ya no son pocas las historias de familias deshechas a causa del virus y son muchas las de personas que apenas les interesa. El cubrebocas ya no sólo significa protección para nosotros mismos, también hacia los que nos importan.

El fin del año concluirá con el virus, pero el virus no concluirá con el fin del año. La alerta de un rebrote está creciendo en varios estados de la república y la mayoría de las personas están cansadas para volver a resistir medidas estrictas. Reducir la movilidad de cara a las festividades, cerrar negocios no necesarios y aumentar las medidas restrictivas resulta imposible para los que necesitan salir para laborar.

No sabemos cuándo terminará. Sin embargo, se tiene la leve esperanza de que las mejores cosas que hemos aprendido en los peores momentos por fin se traduzcan. Semejante a la canción de Vera Lynn, no sabemos dónde ni sabemos cuándo, pero algún día, nos encontraremos otra vez.


Era el 13 de octubre de 1940 la primera vez que la reina Isabel II, todavía princesa de York, se dirigió en discurso al Reino Unido.

Tenía catorce años y yacía enclaustrada en el castillo de Windsor, la Segunda Guerra Mundial había iniciado y ella, junto con miles de niños británicos, compartieron el destino de abandonar las principales ciudades para refugiarse en lugares seguros. El discurso fue emitido por la BBC durante la noche, en el que, junto con su hermana, llamaba a los niños a resistir y encontrar consuelo en momentos de tristeza y soledad, asegurando que todo saldría bien. En realidad, son pocas las ocasiones en que la reina se ha dirigido a la Commonwealth: el día que cumplió sesenta años de reinado, cuando Isabel la reina madre murió, al estallar la Guerra del Golfo y tras el fallecimiento de Diana de Gales, más conocida como Lady Di.

La más reciente fue hace pocos meses, el 5 de abril, a propósito de la pandemia. El mensaje fue televisado y exhortaba a las personas a sumar esfuerzos para lograr resistir el confinamiento, rememorando un paralelismo con su primer discurso, y haciendo recordar que no era la primera vez que ocurría un problema en el que debían solidarizarse para solucionarlo. El discurso finalizaba con la famosa línea de la canción “We’ll meet again” de Vera Lynn, cantada a los soldados en la época bélica contra la Alemania nazi.

La situación del confinamiento en México es penosamente distinta. A la fórmula de quedarse en casa y resistir la pandemia persiste la certeza de apenas cubrir los gastos y le persigue, después de muchos meses, el miedo de por fin contagiarse. La vida, con todas las escenas diarias que la definían, ha dejado de ser amigable para muchos y se ha convertido en un campo de supervivencia para todos. Es innegable que la solución para regresar a la normalidad es disminuir la movilidad y para proteger a las personas que nos interesan, irónicamente, debemos alejarnos de ellas. La cuestión del asunto no es qué tanto podemos resistir a las medidas restrictivas, sino lo mucho que ya lo hicimos y seguiremos haciendo, algunos en las condiciones más desfavorables.

Ahí donde antes veíamos un lugar para sentarnos ahora reconocemos un foco de infección. Cuando observamos calles abarrotadas de gente caminando en realidad vemos individuos que tal vez no creen en lo que otros tantos temen. Ya no son pocas las historias de familias deshechas a causa del virus y son muchas las de personas que apenas les interesa. El cubrebocas ya no sólo significa protección para nosotros mismos, también hacia los que nos importan.

El fin del año concluirá con el virus, pero el virus no concluirá con el fin del año. La alerta de un rebrote está creciendo en varios estados de la república y la mayoría de las personas están cansadas para volver a resistir medidas estrictas. Reducir la movilidad de cara a las festividades, cerrar negocios no necesarios y aumentar las medidas restrictivas resulta imposible para los que necesitan salir para laborar.

No sabemos cuándo terminará. Sin embargo, se tiene la leve esperanza de que las mejores cosas que hemos aprendido en los peores momentos por fin se traduzcan. Semejante a la canción de Vera Lynn, no sabemos dónde ni sabemos cuándo, pero algún día, nos encontraremos otra vez.


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