Hasta hace algunos meses la raza humana seguía sentada en el trono del centro del universo. Sus vastos dominios seguían extendiéndose con la seguridad fundada en la promesa Moderna del camino hacia el Progreso, en la creencia ciega puesta en la razón humana instrumental de la dominación, en la confianza de un futuro comprado y la insistencia constante de intercambiar el tener por el ser.
Ahora en cambio, en este inmenso territorio compartido de inquietudes, dolores y tristezas, de sufrimiento enorme, hemos vuelto ha recordar nuestra fragilidad humana.
Inmersos entonces en la consciencia de esta puesta en cuestión de la continuidad de la vida, en la preocupación que amenaza la permanencia en el mundo, en esta muerte que nos acompaña desde el alba hasta la noche, hemos también de entregar el pensamiento a replantear nuestras prácticas de vida y muerte.
Comenzar por sentir la urgencia de un resurgimiento necesario para trazar nuevos senderos es la guía que nos ofrecen las palabras de Donna Haraway. Seguir su voz parece un camino necesario. El resurgimiento implica reconocer el daño que los seres humanos hemos hecho a todas las especies compañeras de vida en el planeta, detenerlo, y aún más, tejer nuevos lazos de alianza y convivencia para cambiar nuestro proceder. Florecer la tierra para la vida plena de todas y todos los seres que habitan este mundo desde otra experiencia que termine con las prácticas destructivas de la dominación humana, que recuperen la vida de esta tierra herida iniciándose en acciones colaborativas sensibles de solidaridad. Construir lugares tranquilos a partir de cadenas de cuidados y terminar al fin con este asesinato innecesario son sus trazos principales.
Seguir a Haraway y caer del reino del dominio y la devastación que nos ha marcado la mentira del Progreso son los pasos necesarios para armar otros mundos habitables que terminen con esta muerte colectiva; para matar la muerte, para salvar la vida, para seguir sabiendo que la muerte no tendrá dominio como nos enseña Dylan Thomas.