/ viernes 10 de enero de 2020

La tortuga emergiendo de las profundidades

La complejidad y riqueza simbólica que se atribuyó a los animales en la cosmovisión mesoamericana parte de la observación de algunos de sus comportamientos más sobresalientes o bien similares a los humanos, así como de algunas características físicas que los distinguen. Este es el caso de la tortuga cuya capacidad de vivir tanto en la tierra como en el agua la relacionan con estos elementos y la convierten en un ser dual, es decir, que se mueve entre dos planos: el inframundo y el terrestre. Otros seres con características semejantes son el sapo y el cocodrilo, pues los tres tienen la capacidad de emerger de las profundidades, como lo menciona Carrillo en 2018.

Cortesía | INAH

Es esta analogía de la tortuga con el nivel terrestre y las aguas subterráneas, por lo que es común encontrar representaciones de ella asociada a entierros. Un ejemplo de esto lo constituye un botellón zoomorfo, descubierta recientemente durante las excavaciones en el valle de Chautla, en la región centro – sur del estado de Morelos (figura 1). Esta vasija cerámica presenta elementos y características que lo asociación con la tradición olmeca temprana (1200 – 1000 a.C.), que traslapa con la tradición cerámica Tlatilco (1500-1000 a.C.). La convivencia de ambas tradiciones cerámicas se encuentra en tanto en la Cuenca de México como en Morelos, en esta última región en sitios como Zazacatla (fase Caliza) y Chalcatzingo (fase Amate).

Ahora bien, este botellón fue encontrado asociado a una acumulación de restos óseos de varios individuos; se trata de un entierro secundario, pero el cual conlleva una intensión que es la de preservar los huesos de los antepasados en un solo punto, es decir, concentrar la fuerza mántica, telúrica de los difuntos y con ello sacralizar un espacio. De tal manera, se propone que los antiguos pobladores del asentamiento exhumaron los restos de varios individuos de un estatus especial, chamanes que fueron enterrados en un primer momento en diferentes partes del asentamiento y los volvieron a enterrar en esa área. En el área se encontraron otros entierros, tanto primarios como de bulto, la acumulación de huesos, por lo que se le consideró un “Área de Enterramiento”. Se debe aclarar que los entierros no son de un mismo momento, sino que se dieron a lo largo de cuando menos 200 años.

Ejemplos de enterramientos de esta misma época los tenemos en Tlatilco, Entierro 154, pero en este caso se trata de un individuo masculino, probablemente un chamán, acompañado de una numerosa ofrenda y otros individuos a su alrededor. Para Romano (2002) este entierro está relacionado con algún tipo de ceremonia para propiciar los ciclos de renovación vegetal y agrícola, en donde los muertos acompañados de ofrendas funerarias desempeñaban el papel de potencias fecundadoras.

Cortesía | INAH


Por su parte, Grove reporta un montículo de aproximadamente 30m de diámetro y 1.6m de alto al norte de San Pablo Hidalgo, en el municipio de Tlaltizapán, el cual excavó en 1967, en el que detectó una gran cantidad de osamentas humanas acompañadas de vasijas y figurillas de barro, lo que le indicó que el montículo mortuorio podría fecharse como una edificación del Preclásico Medio temprano o finales del Preclásico Temprano.

Esta “Área de enterramiento” del valle de Chautla es contemporáneo al montículo de San Pablo, por lo que es probable que sobre los entierros se encontrara un montículo funerario similar, desgraciadamente el área fue arrasada en los años 80’s del siglo pasado por la maquinaria agrícola, quedando solamente unos cuantos entierros y sus ofrendas, como es el caso del botellón en forma de tortuga.

Este botellón en forma de tortuga no presenta ningún símbolo en su superficie, lo cual limita su interpretación; sin embargo, en este mismo estado de Morelos se tiene una escultura del mismo periodo con una serie de símbolos que permitan llegar a interpretar el por qué aparece una tortuga en un entierro y cuál es su importancia.

En el zócalo de Coatlán del Río, Morelos, se encuentra una escultura de gran formato y en ella podemos ver el cuerpo de una tortuga y en el costado del caparazón fue tallado el motivo de bandas cruzadas, llamado Cruz de San Andrés, uno de los símbolos más representativos de la tradición olmeca temprana, razón por la que se puede fechar para finales del Preclásico Temprano (1200 – 1000 a.C.).

El motivo de bandas cruzadas se ha relacionado, de acuerdo a Piña Chan y Covarrubias, con las manchas del jaguar, el sol, el calor y la luz solar; por otro lado, Magni en su trabajo de 2014, registra el símbolo sobre el tocado de los gobernantes olmecas, constituyendo un emblema de poder y legitimación como descendientes del jaguar y, a su vez, al relacionarse con el jaguar y el inframundo muestra un vínculo con el mundo subterráneo y la morada de los antepasados.

Siguiendo el trabajo de Magni, el motivo bandas cruzadas también se enlaza con la concepción espacial en donde los distintos niveles del universo se dividen en cuatro rumbos y un centro que los une, como una especie de cosmograma. De ahí que, en la tortuga de Coatlán el símbolo acompañado por gotas de lluvia que caen sobre el caparazón, puede ser interpretado como la unión de contrarios opuestos y complementarios, es decir, la unión entre un mundo de arriba, caliente y masculino y un mundo de abajo, ámbito de lo frío y de lo femenino.


Cortesía | INAH


De tal manera, el plano celeste es representado por las gotas de lluvia, las cuales son similares a otras plasmadas en monumentos de estilo olmeca como el Altar 5 de La Venta, Tabasco, y el Monumento 1 de Chalcatzingo, Morelos. Asimismo, Taube en diversos trabajos ha propuesto que el caparazón de la tortuga simboliza la tierra flotando en el mar, de la que brotan los frutos del ciclo vegetal, o bien, equipara el caparazón de la tortuga con la Montaña del Maíz o la montaña primordial que se levanta de las aguas del caos de la creación. También para Panico, en su tesis de 2006, estas gotas están vinculadas al agua celeste e indican los dominios “calientes” del cielo y una vez que las gotas han pasado por este espacio adquieren la capacidad de fecundar el plano terrenal, personificada por la tortuga (figura 3 y 4).

En el trabajo de 1986, Taube analiza la representación del joven dios del maíz que emerge de un caparazón de tortuga que es abierto violentamente por los rayos de las deidades pluviales, que aparece en los murales del Preclásico Tardío (100 a. C.) de San Bartolo, Guatemala. Para el mismo autor, este mito tiene su origen en el área nuclear olmeca, basándose en un pectoral encontrado en el sitio de Encrucijada, Tabasco, con forma de caparazón de tortuga que representa la tierra y sus poderes generativos, así como la montaña y la cueva, pues de este caparazón emerge la figura del dios olmeca del maíz, con su cabeza hendida (figura 5 y 6).

Así que el motivo de las bandas cruzadas que es visible en la escultura de Coatlán determina un punto de convergencia de las cuatro esquinas del mundo y la unión que se genera por el encuentro de las sustancias opuestas y complementaria, de lo caliente y lo frío, necesaria para el crecimiento de las plantas, en especial el maíz. Como menciona Panico, los seres señalados por este motivo iconográfico, son los sujetos que participaron directamente de los sucesos de la creación del mundo, de los animales, de las plantas, del hombre y de los grupos sociales.

La tortuga de Chautla

Si bien el botellón en forma de tortuga no tiene símbolos que nos permitan su interpretación, podemos proponer que se incluyó en la ofrenda que acompaña la acumulación de huesos del “Área de entierros” para acrecentar y formar parte de la fuerza mántica que éstos emanan, y entre esta fuerza esta la capacidad de viajar entre dos planos, del inframundo para emerger en el terrestre, de ahí que sean seres importantes para llevar al mundo de los hombres las fuerzas generativas que se guardan al interior de la tierra y que acompañan al ciclo agrícola. Esta relación la podemos observar en la tortuga de Coatlán, un ser que liga a la lluvia y a la fertilidad de la tierra con las fuerzas sobrenaturales del inframundo.

Los animales en tiempos mesoamericanos, aparte de fuente de alimento y/o materia prima, fueron relacionados con deidades y fuerzas sobrenaturales. ¿Cómo lo sabemos? Pues se les representó en escultura, tanto en piedra como en cerámica, llegando a ser parte de las insignias de poder y linaje; también aparecen pintado en los códices y en los paredones de altos cerros, y sobre todo los tenemos en las narraciones de carácter mítico en las cuales aparecen acompañando a los dioses en sus andanzas o bien ellos mismos convertidos en protagonistas.


La complejidad y riqueza simbólica que se atribuyó a los animales en la cosmovisión mesoamericana parte de la observación de algunos de sus comportamientos más sobresalientes o bien similares a los humanos, así como de algunas características físicas que los distinguen. Este es el caso de la tortuga cuya capacidad de vivir tanto en la tierra como en el agua la relacionan con estos elementos y la convierten en un ser dual, es decir, que se mueve entre dos planos: el inframundo y el terrestre. Otros seres con características semejantes son el sapo y el cocodrilo, pues los tres tienen la capacidad de emerger de las profundidades, como lo menciona Carrillo en 2018.

Cortesía | INAH

Es esta analogía de la tortuga con el nivel terrestre y las aguas subterráneas, por lo que es común encontrar representaciones de ella asociada a entierros. Un ejemplo de esto lo constituye un botellón zoomorfo, descubierta recientemente durante las excavaciones en el valle de Chautla, en la región centro – sur del estado de Morelos (figura 1). Esta vasija cerámica presenta elementos y características que lo asociación con la tradición olmeca temprana (1200 – 1000 a.C.), que traslapa con la tradición cerámica Tlatilco (1500-1000 a.C.). La convivencia de ambas tradiciones cerámicas se encuentra en tanto en la Cuenca de México como en Morelos, en esta última región en sitios como Zazacatla (fase Caliza) y Chalcatzingo (fase Amate).

Ahora bien, este botellón fue encontrado asociado a una acumulación de restos óseos de varios individuos; se trata de un entierro secundario, pero el cual conlleva una intensión que es la de preservar los huesos de los antepasados en un solo punto, es decir, concentrar la fuerza mántica, telúrica de los difuntos y con ello sacralizar un espacio. De tal manera, se propone que los antiguos pobladores del asentamiento exhumaron los restos de varios individuos de un estatus especial, chamanes que fueron enterrados en un primer momento en diferentes partes del asentamiento y los volvieron a enterrar en esa área. En el área se encontraron otros entierros, tanto primarios como de bulto, la acumulación de huesos, por lo que se le consideró un “Área de Enterramiento”. Se debe aclarar que los entierros no son de un mismo momento, sino que se dieron a lo largo de cuando menos 200 años.

Ejemplos de enterramientos de esta misma época los tenemos en Tlatilco, Entierro 154, pero en este caso se trata de un individuo masculino, probablemente un chamán, acompañado de una numerosa ofrenda y otros individuos a su alrededor. Para Romano (2002) este entierro está relacionado con algún tipo de ceremonia para propiciar los ciclos de renovación vegetal y agrícola, en donde los muertos acompañados de ofrendas funerarias desempeñaban el papel de potencias fecundadoras.

Cortesía | INAH


Por su parte, Grove reporta un montículo de aproximadamente 30m de diámetro y 1.6m de alto al norte de San Pablo Hidalgo, en el municipio de Tlaltizapán, el cual excavó en 1967, en el que detectó una gran cantidad de osamentas humanas acompañadas de vasijas y figurillas de barro, lo que le indicó que el montículo mortuorio podría fecharse como una edificación del Preclásico Medio temprano o finales del Preclásico Temprano.

Esta “Área de enterramiento” del valle de Chautla es contemporáneo al montículo de San Pablo, por lo que es probable que sobre los entierros se encontrara un montículo funerario similar, desgraciadamente el área fue arrasada en los años 80’s del siglo pasado por la maquinaria agrícola, quedando solamente unos cuantos entierros y sus ofrendas, como es el caso del botellón en forma de tortuga.

Este botellón en forma de tortuga no presenta ningún símbolo en su superficie, lo cual limita su interpretación; sin embargo, en este mismo estado de Morelos se tiene una escultura del mismo periodo con una serie de símbolos que permitan llegar a interpretar el por qué aparece una tortuga en un entierro y cuál es su importancia.

En el zócalo de Coatlán del Río, Morelos, se encuentra una escultura de gran formato y en ella podemos ver el cuerpo de una tortuga y en el costado del caparazón fue tallado el motivo de bandas cruzadas, llamado Cruz de San Andrés, uno de los símbolos más representativos de la tradición olmeca temprana, razón por la que se puede fechar para finales del Preclásico Temprano (1200 – 1000 a.C.).

El motivo de bandas cruzadas se ha relacionado, de acuerdo a Piña Chan y Covarrubias, con las manchas del jaguar, el sol, el calor y la luz solar; por otro lado, Magni en su trabajo de 2014, registra el símbolo sobre el tocado de los gobernantes olmecas, constituyendo un emblema de poder y legitimación como descendientes del jaguar y, a su vez, al relacionarse con el jaguar y el inframundo muestra un vínculo con el mundo subterráneo y la morada de los antepasados.

Siguiendo el trabajo de Magni, el motivo bandas cruzadas también se enlaza con la concepción espacial en donde los distintos niveles del universo se dividen en cuatro rumbos y un centro que los une, como una especie de cosmograma. De ahí que, en la tortuga de Coatlán el símbolo acompañado por gotas de lluvia que caen sobre el caparazón, puede ser interpretado como la unión de contrarios opuestos y complementarios, es decir, la unión entre un mundo de arriba, caliente y masculino y un mundo de abajo, ámbito de lo frío y de lo femenino.


Cortesía | INAH


De tal manera, el plano celeste es representado por las gotas de lluvia, las cuales son similares a otras plasmadas en monumentos de estilo olmeca como el Altar 5 de La Venta, Tabasco, y el Monumento 1 de Chalcatzingo, Morelos. Asimismo, Taube en diversos trabajos ha propuesto que el caparazón de la tortuga simboliza la tierra flotando en el mar, de la que brotan los frutos del ciclo vegetal, o bien, equipara el caparazón de la tortuga con la Montaña del Maíz o la montaña primordial que se levanta de las aguas del caos de la creación. También para Panico, en su tesis de 2006, estas gotas están vinculadas al agua celeste e indican los dominios “calientes” del cielo y una vez que las gotas han pasado por este espacio adquieren la capacidad de fecundar el plano terrenal, personificada por la tortuga (figura 3 y 4).

En el trabajo de 1986, Taube analiza la representación del joven dios del maíz que emerge de un caparazón de tortuga que es abierto violentamente por los rayos de las deidades pluviales, que aparece en los murales del Preclásico Tardío (100 a. C.) de San Bartolo, Guatemala. Para el mismo autor, este mito tiene su origen en el área nuclear olmeca, basándose en un pectoral encontrado en el sitio de Encrucijada, Tabasco, con forma de caparazón de tortuga que representa la tierra y sus poderes generativos, así como la montaña y la cueva, pues de este caparazón emerge la figura del dios olmeca del maíz, con su cabeza hendida (figura 5 y 6).

Así que el motivo de las bandas cruzadas que es visible en la escultura de Coatlán determina un punto de convergencia de las cuatro esquinas del mundo y la unión que se genera por el encuentro de las sustancias opuestas y complementaria, de lo caliente y lo frío, necesaria para el crecimiento de las plantas, en especial el maíz. Como menciona Panico, los seres señalados por este motivo iconográfico, son los sujetos que participaron directamente de los sucesos de la creación del mundo, de los animales, de las plantas, del hombre y de los grupos sociales.

La tortuga de Chautla

Si bien el botellón en forma de tortuga no tiene símbolos que nos permitan su interpretación, podemos proponer que se incluyó en la ofrenda que acompaña la acumulación de huesos del “Área de entierros” para acrecentar y formar parte de la fuerza mántica que éstos emanan, y entre esta fuerza esta la capacidad de viajar entre dos planos, del inframundo para emerger en el terrestre, de ahí que sean seres importantes para llevar al mundo de los hombres las fuerzas generativas que se guardan al interior de la tierra y que acompañan al ciclo agrícola. Esta relación la podemos observar en la tortuga de Coatlán, un ser que liga a la lluvia y a la fertilidad de la tierra con las fuerzas sobrenaturales del inframundo.

Los animales en tiempos mesoamericanos, aparte de fuente de alimento y/o materia prima, fueron relacionados con deidades y fuerzas sobrenaturales. ¿Cómo lo sabemos? Pues se les representó en escultura, tanto en piedra como en cerámica, llegando a ser parte de las insignias de poder y linaje; también aparecen pintado en los códices y en los paredones de altos cerros, y sobre todo los tenemos en las narraciones de carácter mítico en las cuales aparecen acompañando a los dioses en sus andanzas o bien ellos mismos convertidos en protagonistas.


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