/ sábado 13 de noviembre de 2021

[Extranjeros en Morelos] Tepoztlán, en palabras de Carlo Coccioli

El escritor italiano, probablemente el que más páginas dedicó a México, retrata la vida en el tradicional pueblo morelense

El escritor italiano Carlo Coccioli (1920-2003) vivió largo tiempo en Francia, su primera visita a México fue en 1953 y después se quedó para siempre. Su libro Dos veces México contiene un par de novelas, una de ellas Manuel el Mexicano, de 1957. Allí leemos:

“Los árboles de Tepoztlán alimentan con su cálida humedad esas bellas flores, de las que, sin embargo, es raro que se preocupen en el pueblo, y el culto que don Isidro había acabado por consagrarles durante los últimos años de su vida había sido considerado como uno de los aspectos de su extravagante personalidad […]”

“Se presentó ante don Isidro sin que éste ni Manuel –que estaba a su lado– se hubiesen dado cuenta de que había entrado en la casa. En Tepoztlán no se cierran las puertas nunca por completo. El anciano yacía en un catre de lona, con un sarape de lana roja echado sobre su descarnado cuerpo.”

LEE: [Extranjeros en Morelos] Cuernavaca, ciudad irresistible; Tepoztlán, un lugar pintoresco

“–¿Te han dicho que me iba a morir?”

“Ella alzó la cabeza y miró a su tío firmemente.”

“–Eso es lo que me han dicho.”

“–Pues te han dicho la verdad –murmuró don Isidro–; en efecto, se me van las fuerzas. Me voy a morir, Yólotl.”

“Era una habitación casi desnuda, menos pobre, sin embargo, que aquellas a las que está acostumbrada la gente de Tepoztlán; el suelo era de ladrillos, no de tierra, había una pila de libros viejos, y en las paredes, desprovistas de imágenes sagradas (las de doña Higinia ocupaban todas las de la cocina), había colgados unos croquis que representaban groseramente la Casa del Tepozteco –la pirámide que todavía se alza en lo alto de la montaña–, un retrato de Emiliano Zapata y un calendario.”

“Antes de extinguirse, don Isidro Tlatelpa quiso que le llevaran una imagen de la Virgen de Guadalupe y que se la pusieran sobre el pecho.”

“Y se puso a hablar en la lengua antigua, pero tan débilmente que hasta los que la conocían a la perfección no pudieron comprender todo lo que dijo; más tarde se aseguró de que había repetido las palabras que, en la versión tradicional de la Oración del Tepozteco, son atribuidas a éste […]”

“[Hubo] una misa nocturna en la iglesia parroquial de Tepoztlán, que forma parte del gran convento, hoy abandonado, construido por los dominicos. El pueblo no tiene luz eléctrica, y el vasto templo respira en las sombras suscitadas por las velas. Después de la caída de la noche han estado tocando largo rato, sobre el techo de la iglesia, el teponaztli y la chirimía; la chirimía es una flauta rudimentaria de sonidos monótonos y estridentes (capaces de llegar lejos, hasta el Pico del Aire y hasta las estrellas); el teponaztli es un antiguo tambor de madera, de son grave y muy noble (objeto precioso, de carácter sagrado, que representa al pueblo tepozteco). Luego, cuando se han espesado las tinieblas, ha vuelto a caer el cielo sobre el pueblo, cuya gente se ha retirado a las casas; sólo han quedado, para subrayar las tinieblas, las luces de algunas tiendas y las de las iglesias o de las capillas, cuyas puertas permanecen abiertas de par en par. Mas en la sombra del zócalo, espesada por los árboles, en la sombra de la plaza inferior destinada al mercado durante el día, se mueven a veces unas sombras rápidas y blanquecinas; son hombres de camisa clara sobre la cual han echado, para protegerse de la noche, un sarape o un jorongo de burda lana y de dibujos simples; van con los pies descalzos sobre la tierra dura, o bien calzan los rústicos huaraches [...] Por fin la gente franquea el bello umbral de la iglesia; el altar mayor, al fondo, está rodeado de un halo de luz. Las mujeres están a la derecha, los hombres a la izquierda; las mujeres encienden las velas que sostienen con la mano derecha, y algunos hombres las imitan.”




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El escritor italiano Carlo Coccioli (1920-2003) vivió largo tiempo en Francia, su primera visita a México fue en 1953 y después se quedó para siempre. Su libro Dos veces México contiene un par de novelas, una de ellas Manuel el Mexicano, de 1957. Allí leemos:

“Los árboles de Tepoztlán alimentan con su cálida humedad esas bellas flores, de las que, sin embargo, es raro que se preocupen en el pueblo, y el culto que don Isidro había acabado por consagrarles durante los últimos años de su vida había sido considerado como uno de los aspectos de su extravagante personalidad […]”

“Se presentó ante don Isidro sin que éste ni Manuel –que estaba a su lado– se hubiesen dado cuenta de que había entrado en la casa. En Tepoztlán no se cierran las puertas nunca por completo. El anciano yacía en un catre de lona, con un sarape de lana roja echado sobre su descarnado cuerpo.”

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“–¿Te han dicho que me iba a morir?”

“Ella alzó la cabeza y miró a su tío firmemente.”

“–Eso es lo que me han dicho.”

“–Pues te han dicho la verdad –murmuró don Isidro–; en efecto, se me van las fuerzas. Me voy a morir, Yólotl.”

“Era una habitación casi desnuda, menos pobre, sin embargo, que aquellas a las que está acostumbrada la gente de Tepoztlán; el suelo era de ladrillos, no de tierra, había una pila de libros viejos, y en las paredes, desprovistas de imágenes sagradas (las de doña Higinia ocupaban todas las de la cocina), había colgados unos croquis que representaban groseramente la Casa del Tepozteco –la pirámide que todavía se alza en lo alto de la montaña–, un retrato de Emiliano Zapata y un calendario.”

“Antes de extinguirse, don Isidro Tlatelpa quiso que le llevaran una imagen de la Virgen de Guadalupe y que se la pusieran sobre el pecho.”

“Y se puso a hablar en la lengua antigua, pero tan débilmente que hasta los que la conocían a la perfección no pudieron comprender todo lo que dijo; más tarde se aseguró de que había repetido las palabras que, en la versión tradicional de la Oración del Tepozteco, son atribuidas a éste […]”

“[Hubo] una misa nocturna en la iglesia parroquial de Tepoztlán, que forma parte del gran convento, hoy abandonado, construido por los dominicos. El pueblo no tiene luz eléctrica, y el vasto templo respira en las sombras suscitadas por las velas. Después de la caída de la noche han estado tocando largo rato, sobre el techo de la iglesia, el teponaztli y la chirimía; la chirimía es una flauta rudimentaria de sonidos monótonos y estridentes (capaces de llegar lejos, hasta el Pico del Aire y hasta las estrellas); el teponaztli es un antiguo tambor de madera, de son grave y muy noble (objeto precioso, de carácter sagrado, que representa al pueblo tepozteco). Luego, cuando se han espesado las tinieblas, ha vuelto a caer el cielo sobre el pueblo, cuya gente se ha retirado a las casas; sólo han quedado, para subrayar las tinieblas, las luces de algunas tiendas y las de las iglesias o de las capillas, cuyas puertas permanecen abiertas de par en par. Mas en la sombra del zócalo, espesada por los árboles, en la sombra de la plaza inferior destinada al mercado durante el día, se mueven a veces unas sombras rápidas y blanquecinas; son hombres de camisa clara sobre la cual han echado, para protegerse de la noche, un sarape o un jorongo de burda lana y de dibujos simples; van con los pies descalzos sobre la tierra dura, o bien calzan los rústicos huaraches [...] Por fin la gente franquea el bello umbral de la iglesia; el altar mayor, al fondo, está rodeado de un halo de luz. Las mujeres están a la derecha, los hombres a la izquierda; las mujeres encienden las velas que sostienen con la mano derecha, y algunos hombres las imitan.”




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