/ jueves 7 de enero de 2021

El dolor del mundo

La última vez que les escribí hablaba sobre el amor. Desde ese entonces, sobrevinieron una multitud de acontecimientos que me dijeron, habría de dar cuenta también del profundo dolor, llanto y sufrimiento que acompaña nuestros días. Y es que la emergencia de la cotidianidad, siempre desafía y pone a prueba a las palabras que intentan hablar sobre lo que nos afecta como práctica sensible.

Parece que durante largos meses, hemos formado parte de unos breves versos tristes escritos en la historia. En ellos hay un sinfín de pérdidas, adversidades, tragedias y fatalidades. Hay historias derrumbadas, planes suspendidos en el tiempo, horas de angustia, esperas interminables e incertidumbres prolongadas.

Hemos vuelto a palpar la presencia de la muerte que habíamos suprimido de este mercado inmenso e instantáneo que fabricó el dinero. Constatado la fuerza de la naturaleza soberana que la falacia de la modernidad mantenía como dominada. Hemos sabido del egoísmo exacerbado que deja en evidencia una sociedad de la supervivencia, de los intereses individuales y del olvido comunitario.

Pero ¿es que acaso somos los únicos versos dolorosos en la prosa de la historia?
Después de tantas guerras, crímenes, persecuciones, conquistas, exterminios y exclusiones, sería imposible sostener que sí.

Dice Schopenhauer, que la historia nos muestra la vida de los pueblos y no halla otra cosa qué narrar sino guerras e insurrecciones, y que los años de paz se dan solo como breves pausas entre acciones bélicas; por ello el dolor es de naturaleza positiva. Pero no solo el pensador polaco parece encontrarlo de esta manera. José Mujica, ha dicho que en la historia, terminamos aprendiendo más del dolor que de la bonanza y que si se puede resurgir, es aprendiendo de nuestro dolor.

Aunque para dar cuenta de esto, me parece necesario comenzar por reconocer, ante todo, que el dolor debe ser compartido para poder resignificarnos. ¿O es que acaso este mundo no es compartido? ¿no nos duele el dolor de los demás? ¿no nos habla? ¿No hemos sabido hacer del dolor una potencia para mejorarnos?

Después de todo, hace falta sentir el sufrimiento del mundo como sufrimiento personal; abandonar la indiferencia. Hace falta sentir la gran tristeza de este mundo, como dice Dostoyevski. Sentir los llantos como nuestro llanto, como dice S. Rodríguez. Después de todo, el dolor por el dolor ajeno, es una constancia de estar vivos, como dice Benedetti.

La última vez que les escribí hablaba sobre el amor. Desde ese entonces, sobrevinieron una multitud de acontecimientos que me dijeron, habría de dar cuenta también del profundo dolor, llanto y sufrimiento que acompaña nuestros días. Y es que la emergencia de la cotidianidad, siempre desafía y pone a prueba a las palabras que intentan hablar sobre lo que nos afecta como práctica sensible.

Parece que durante largos meses, hemos formado parte de unos breves versos tristes escritos en la historia. En ellos hay un sinfín de pérdidas, adversidades, tragedias y fatalidades. Hay historias derrumbadas, planes suspendidos en el tiempo, horas de angustia, esperas interminables e incertidumbres prolongadas.

Hemos vuelto a palpar la presencia de la muerte que habíamos suprimido de este mercado inmenso e instantáneo que fabricó el dinero. Constatado la fuerza de la naturaleza soberana que la falacia de la modernidad mantenía como dominada. Hemos sabido del egoísmo exacerbado que deja en evidencia una sociedad de la supervivencia, de los intereses individuales y del olvido comunitario.

Pero ¿es que acaso somos los únicos versos dolorosos en la prosa de la historia?
Después de tantas guerras, crímenes, persecuciones, conquistas, exterminios y exclusiones, sería imposible sostener que sí.

Dice Schopenhauer, que la historia nos muestra la vida de los pueblos y no halla otra cosa qué narrar sino guerras e insurrecciones, y que los años de paz se dan solo como breves pausas entre acciones bélicas; por ello el dolor es de naturaleza positiva. Pero no solo el pensador polaco parece encontrarlo de esta manera. José Mujica, ha dicho que en la historia, terminamos aprendiendo más del dolor que de la bonanza y que si se puede resurgir, es aprendiendo de nuestro dolor.

Aunque para dar cuenta de esto, me parece necesario comenzar por reconocer, ante todo, que el dolor debe ser compartido para poder resignificarnos. ¿O es que acaso este mundo no es compartido? ¿no nos duele el dolor de los demás? ¿no nos habla? ¿No hemos sabido hacer del dolor una potencia para mejorarnos?

Después de todo, hace falta sentir el sufrimiento del mundo como sufrimiento personal; abandonar la indiferencia. Hace falta sentir la gran tristeza de este mundo, como dice Dostoyevski. Sentir los llantos como nuestro llanto, como dice S. Rodríguez. Después de todo, el dolor por el dolor ajeno, es una constancia de estar vivos, como dice Benedetti.

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