El crimen organizado es un fenómeno nacional e internacional que se ha convertido en el más serio riesgo a la seguridad nacional de la mayoría de los países. Nos enfrentamos a una gran amenaza que afecta la convivencia social, la solidez y la estabilidad de nuestras instituciones. Un fenómeno que favorece en todos los casos a la corrupción y la impunidad en los organismos gubernamentales, financieros y policiales, y que al permearlos termina perjudicando y deteriorando a un país entero.
La legitimación se consigue cuando un grupo de actores sociales tiene los medios para hacer prevalecer su definición de la realidad y conseguir adoptar y admitir una visión del mundo como única, correcta y verdadera. El gran poder y desarrollo económico de las redes transnacionales del crimen organizado ha sido posible gracias a que ciertos sectores de la sociedad legitiman su proyecto. Un proyecto ilegal que ha sido legitimado de forma coactiva no solo por un sector marginal de la sociedad, sino también por las élites nacionales, cuya forma de legitimarlo ha sido de manera voluntaria.
Debemos reconocer que no únicamente el miedo y la violencia han sido medios para operar en las relaciones que el crimen organizado ha establecido con el conjunto de la sociedad. Derivan otras formas de operar, que han permeado y consolidado este fenómeno de la mejor manera, algunas formas a través de prácticas paternalistas, donde los grupos delictivos ofrecen y garantizan al individuo un estímulo lo suficientemente provechoso y ventajoso para que éste lo apoye, favorezca y legitime en sus actos ilícitos.
Este medio se ha convertido en el modus operandi del crimen organizado. Los grandes capos “ayudan” para poder protegerse socialmente y obtener esa legitimidad social. Sin embargo, este lado “amable” del crimen organizado es contrarrestado con las verdaderas prácticas de poder llevadas a cabo bajo la intimidación y la violencia, ampliamente documentada y expuesta en los medios de comunicación.
El crimen organizado es un poder fáctico, un poder que está, que prevalece y que al parecer prevalecerá. La clase política y dominante ha mentido y sigue mintiendo con el discurso de que el crimen organizado se combate únicamente capturando a los líderes de los carteles, cuando la realidad es otra, pues en cada captura de esos líderes lo único que han conseguido es el fraccionamiento y el surgimiento de más grupos delictivos.
No se puede combatir el crimen organizado, sin antes desmantelar sus contactos con las mismas clases del poder político y económico de nuestro país, que han servido como base y sustento para estos grupos delictivos, quienes han creado relaciones de poder y de dominio inimaginables.
Los efectos negativos del aumento de poder de los criminales se vuelven más complejos y la capacidad para castigarlos jurídicamente y socialmente van disminuyendo. Limitarnos únicamente a describir el escenario de un México invadido por el crimen organizado y la violencia, no garantiza el combate al mismo, son imprescindibles estrategias institucionales y por supuesto la eliminación de prácticas sociales que le dan razón a su existencia