/ jueves 20 de enero de 2022

"Y él pintó su noche estrellada entre alucinación y tormento"

“El arte es para consolar a los que están quebrantados por la vida”, expresó Vincent mientras platicaba con Paul Gauguin, de su grata experiencia al apartarse todo el verano para pintar paisajes al aire libre en Arles.

La intención de fugarse por muchos días de la cotidianeidad era no sólo para calmar las voces que escuchaba dentro de su cabeza, sino también para evocar todo el remolino de emociones contenidas y de esta forma vaciarlas para sentirse vivo “la única vez que me siento vivo es cuando estoy pintando”.

Él llegó después de la corriente impresionista. Apareció en el llamado “neo impresionismo” o “post impresionismo”. Movimiento artístico que le permitió descubrirse así mismo. Pintarse así mismo y reflejar una combinación de misterio y tristeza en sus ojos.

El hombre holandés que apenas vivió 37 años. Y pese a ello, logró despertar conciencia social al representar en muchas de sus pinturas a los seres humanos marginados, a los aldeanos y a los desfavorecidos.

Vicent Willem Van Gogh, el hijo de un pastor protestante, Theodorus Van Gogh y de Anna Cornelia, que fue criado bajo una educación estricta. Con memorias de una infancia mísera debido a la fría relación que tenía con sus progenitores.

Estudió francés y alemán. Dos años después se matriculó en la secundaria HBS Koning Willem Ise, sin embargo, abandonó la escuela para dedicarse a una de sus mayores aficiones: la pintura.

Sólo tenía 16 años cuando comenzó como aprendiz en Goupil & Co., una importante compañía internacional de comercio de arte de La Haya.

Cuando cumplió la edad de 20 años fue enviado a Londres para suministrar de arte a los comercios del lugar y fue allí donde tuvo un primer contacto con Eugene, hija de Úrsula Loyer, dueña de la pensión donde Vincent se hospedaba. Ese fue el inicio de sus desventuras en el amor. La chica estaba comprometida y el rechazo hacia Van Gogh lo fulminó a tal grado de perder interés por su empleo y aislarse por completo.

Finalmente decidió tomarse muy en serio el camino de la encomienda religiosa hasta convertirse en misionero cristiano. Pero, al entrar en contacto con los mineros experimentó las desigualdades y de ahí surgieron los rostros matizados de pobreza.

Pintó sin descanso, rompió los esquemas y buscó la belleza en la dureza de la realidad. Vincent encontró un escape a sus sensaciones. Él no podía presenciar la crueldad sin que eso lo afectara.

Él intentaba enmendar las injusticias de otros, como le sucedió en el crudo invierno europeo de 1882, cuando decidió sacrificar su cerveza diaria, su café y su pedazo de pan por ayudar a una mujer abandonada en la calle; a quien, posteriormente, contrató de modelo para que pudiera comer.

// La locura de Vincent //

Conocido por su carácter difícil, Vincent era un enfermo mental. Psicosis, depresión, trastorno bipolar y epilepsia fueron algunos de los padecimientos que lo obligaron a soportar una vida plagada de alucinaciones visuales y auditivas, así como de constantes crisis depresivas.

Los ascensos y descensos que se presentaban de forma periódica en su cuerpo y en su mente, lo mantenían en un desequilibrio despreciable. Se confrontaba y luchaba contra sus propios demonios.

Vincent trataba de resistir en medio de un estado anímico frágil, de problemas económicos y de una atención médica que no rindió mejora al no tener un tratamiento adecuado.

La depresión llegaba sin aviso y se instalaba. Lo asfixiaba. Lo sambutía y lo devoraba hasta arrebatarle las ganas de dibujar. Tal vez si Van Gogh hubiera tenido terapia y medicamentos apropiados, hubiese superado la mayor parte de sus afecciones tal como lo escribió en una de sus últimas cartas que le envió a su hermano Theo “si hubiera podido trabajar sin esta maldita enfermedad, qué cosas podría haber hecho”.

// La mutilación de la oreja //

La devastación se hizo presente cuando Vincent montó un pequeño taller en Arles, al sur de Francia, al lado de su colega y amigo, Gauguin.

Ambos trataban de sostener su vínculo afectivo y a la vez, estrechar su pasión por la pintura pasando una temporada juntos con la intención de obtener una producción fructífera, no obstante, los desórdenes mentales de Vincent terminaron con la tranquilidad.

Esa noche fue uno de tantos desencuentros que anteriormente habían tenido. En la mayoría de las ocasiones no compartían las mismas ideas acerca del arte. Y Gauguin se sentía amenazado con las constantes críticas de su incondicional compañero.

“Le gustan mis pinturas, pero cuando las estoy haciendo, siempre encuentra que algo hice mal. Es un romántico, y yo estoy más inclinado al estado primitivo”, expresó el francés.

En medio de alegatos sin control, Vincent lanzó un vaso a la cabeza del pintor galo. Acto seguido, se disculpó entonces, Gauguin lo excusó y salió a caminar, luego sintió pasos tras él y al girarse descubrió que era Van Gogh tratando de acercase a él de una manera agresiva.

Vincent reaccionó en breves segundos. Detuvo su marcha y regresó al estudio. Confundido y absorbido por un vértigo de ideas, hizo caso a las órdenes que le dictaba el cerebro y se cortó la oreja izquierda casi al ras de la cabeza.

Luego se inmortalizó al realizar un autorretrato con la oreja vendada y caballete de 1889.

Y entonces aquella noche estrellada que un día visualizó se esfumó. Las pocas ganas de vivir se apoderaron del hombre y abandonaron el cuerpo del pintor.

De nuevo. La depresión cimbró con mayor fuerza en cada neurona y en cada poro de su piel. La respiración se hizo lenta y se estremecía al compás de un vaivén de desdén.

El 29 de julio de 1890, mientras paseaba por el campo, se disparó en el pecho con un revólver. Era tan ilusoria su permanencia que ni siquiera había notado de que su herida era mortal. Volvió a la pensión Ravoux, donde murió en su cama dos días después, en brazos de inseparable hermano, Theo.

Lo paradójico es que su fama creció vertiginosamente después de su muerte. Desde mediados del siglo XX, Van Gogh fue reconocido como uno de los mayores pintores de la historia.


“El arte es para consolar a los que están quebrantados por la vida”, expresó Vincent mientras platicaba con Paul Gauguin, de su grata experiencia al apartarse todo el verano para pintar paisajes al aire libre en Arles.

La intención de fugarse por muchos días de la cotidianeidad era no sólo para calmar las voces que escuchaba dentro de su cabeza, sino también para evocar todo el remolino de emociones contenidas y de esta forma vaciarlas para sentirse vivo “la única vez que me siento vivo es cuando estoy pintando”.

Él llegó después de la corriente impresionista. Apareció en el llamado “neo impresionismo” o “post impresionismo”. Movimiento artístico que le permitió descubrirse así mismo. Pintarse así mismo y reflejar una combinación de misterio y tristeza en sus ojos.

El hombre holandés que apenas vivió 37 años. Y pese a ello, logró despertar conciencia social al representar en muchas de sus pinturas a los seres humanos marginados, a los aldeanos y a los desfavorecidos.

Vicent Willem Van Gogh, el hijo de un pastor protestante, Theodorus Van Gogh y de Anna Cornelia, que fue criado bajo una educación estricta. Con memorias de una infancia mísera debido a la fría relación que tenía con sus progenitores.

Estudió francés y alemán. Dos años después se matriculó en la secundaria HBS Koning Willem Ise, sin embargo, abandonó la escuela para dedicarse a una de sus mayores aficiones: la pintura.

Sólo tenía 16 años cuando comenzó como aprendiz en Goupil & Co., una importante compañía internacional de comercio de arte de La Haya.

Cuando cumplió la edad de 20 años fue enviado a Londres para suministrar de arte a los comercios del lugar y fue allí donde tuvo un primer contacto con Eugene, hija de Úrsula Loyer, dueña de la pensión donde Vincent se hospedaba. Ese fue el inicio de sus desventuras en el amor. La chica estaba comprometida y el rechazo hacia Van Gogh lo fulminó a tal grado de perder interés por su empleo y aislarse por completo.

Finalmente decidió tomarse muy en serio el camino de la encomienda religiosa hasta convertirse en misionero cristiano. Pero, al entrar en contacto con los mineros experimentó las desigualdades y de ahí surgieron los rostros matizados de pobreza.

Pintó sin descanso, rompió los esquemas y buscó la belleza en la dureza de la realidad. Vincent encontró un escape a sus sensaciones. Él no podía presenciar la crueldad sin que eso lo afectara.

Él intentaba enmendar las injusticias de otros, como le sucedió en el crudo invierno europeo de 1882, cuando decidió sacrificar su cerveza diaria, su café y su pedazo de pan por ayudar a una mujer abandonada en la calle; a quien, posteriormente, contrató de modelo para que pudiera comer.

// La locura de Vincent //

Conocido por su carácter difícil, Vincent era un enfermo mental. Psicosis, depresión, trastorno bipolar y epilepsia fueron algunos de los padecimientos que lo obligaron a soportar una vida plagada de alucinaciones visuales y auditivas, así como de constantes crisis depresivas.

Los ascensos y descensos que se presentaban de forma periódica en su cuerpo y en su mente, lo mantenían en un desequilibrio despreciable. Se confrontaba y luchaba contra sus propios demonios.

Vincent trataba de resistir en medio de un estado anímico frágil, de problemas económicos y de una atención médica que no rindió mejora al no tener un tratamiento adecuado.

La depresión llegaba sin aviso y se instalaba. Lo asfixiaba. Lo sambutía y lo devoraba hasta arrebatarle las ganas de dibujar. Tal vez si Van Gogh hubiera tenido terapia y medicamentos apropiados, hubiese superado la mayor parte de sus afecciones tal como lo escribió en una de sus últimas cartas que le envió a su hermano Theo “si hubiera podido trabajar sin esta maldita enfermedad, qué cosas podría haber hecho”.

// La mutilación de la oreja //

La devastación se hizo presente cuando Vincent montó un pequeño taller en Arles, al sur de Francia, al lado de su colega y amigo, Gauguin.

Ambos trataban de sostener su vínculo afectivo y a la vez, estrechar su pasión por la pintura pasando una temporada juntos con la intención de obtener una producción fructífera, no obstante, los desórdenes mentales de Vincent terminaron con la tranquilidad.

Esa noche fue uno de tantos desencuentros que anteriormente habían tenido. En la mayoría de las ocasiones no compartían las mismas ideas acerca del arte. Y Gauguin se sentía amenazado con las constantes críticas de su incondicional compañero.

“Le gustan mis pinturas, pero cuando las estoy haciendo, siempre encuentra que algo hice mal. Es un romántico, y yo estoy más inclinado al estado primitivo”, expresó el francés.

En medio de alegatos sin control, Vincent lanzó un vaso a la cabeza del pintor galo. Acto seguido, se disculpó entonces, Gauguin lo excusó y salió a caminar, luego sintió pasos tras él y al girarse descubrió que era Van Gogh tratando de acercase a él de una manera agresiva.

Vincent reaccionó en breves segundos. Detuvo su marcha y regresó al estudio. Confundido y absorbido por un vértigo de ideas, hizo caso a las órdenes que le dictaba el cerebro y se cortó la oreja izquierda casi al ras de la cabeza.

Luego se inmortalizó al realizar un autorretrato con la oreja vendada y caballete de 1889.

Y entonces aquella noche estrellada que un día visualizó se esfumó. Las pocas ganas de vivir se apoderaron del hombre y abandonaron el cuerpo del pintor.

De nuevo. La depresión cimbró con mayor fuerza en cada neurona y en cada poro de su piel. La respiración se hizo lenta y se estremecía al compás de un vaivén de desdén.

El 29 de julio de 1890, mientras paseaba por el campo, se disparó en el pecho con un revólver. Era tan ilusoria su permanencia que ni siquiera había notado de que su herida era mortal. Volvió a la pensión Ravoux, donde murió en su cama dos días después, en brazos de inseparable hermano, Theo.

Lo paradójico es que su fama creció vertiginosamente después de su muerte. Desde mediados del siglo XX, Van Gogh fue reconocido como uno de los mayores pintores de la historia.