Este lunes se volvió catastrófico. Quizá exagero, pero desde que supe que volvería a escribir esta columna después de siete años de sequía (ya habrá tiempo para contarles sobre mi largo periodo de estiaje forzoso, más rudo que en Nopala de Hidalgo), me puse a planear cómo sería mi regreso. Que si lo hiciera con un asunto a fondo (¡es un decir!) sobre el escalofriante tema de las finanzas públicas que maneja don Rogelio Ramírez de la O, nuestro prócer transexenal de la hacienda pública. O, alguna peliaguda cuestión (¿habrá algo más peliagudo?) sobre la inflación que doña Victoria Rodríguez, la fantasmagórica mandamás de nuestro banco central, no acaba de desentrañar.
En esas andaba el domingo por la noche cuando se me ocurrió echarle un vistazo a X, esa red social del demonio (pásenle la voz a Elon Musk) que siempre nos ofrece en bandeja de plata lo peor de esta raza. “Se hunde la bolsa de Tokio”, leí. Y acto seguido me apareció un mensaje de la omnipresente Gabriela Siller (de recomendable seguimiento) que el ‘super peso’ andaba en 19.45 por cada billetito verde. ¡Válgame, Dios! En ese minuto se desgració toda mi sana intención de escribir algo -creía yo- que valiera la pena, como ya me había comprometido con la jefa Martha.
No acababa de levantar cabeza de la pantalla cuando la implacable Gaby me asestó una retahíla de mensajes: Que si la economía de Estados Unidos entrará en recesión (palabreja para decir que la producción o el comercio de algún lugar se estanca o retrocede), que si Irán vengará el asesinato de sus líderes terroristas declarándole la guerra a Israel, que si vienen riesgos de alzas en los precios (¿más, todavía?), que si las tasas de interés seguirán altas por más tiempo metiendo freno a nuestra ya aletargada economía, y no sé cuántas amenazas más. Y hasta allí lo dejé para no perturbar mi sueño que, de por sí, lo tengo escaso. Perdí la cuenta de cuántos mensajes más a altas horas de la noche habrá enviado la inmisericorde Gabriela sobre el apocalipsis que viene.
Para este lunes cuando me dispuse a escribir esta columna las cosas estaban feas, aunque no parecían apocalípticas. Nuestro glorioso súper peso, como lo ve el septuagenario que vive en Palacio Nacional, ha sido abollado como en pocas ocasiones por los grandes inversionistas del dinero que han preferido otros horizontes. Aunque aclaro: esas abolladuras no son atribuibles a lo que está pasando (que ya es mucho decir) en nuestros linderos. No sean aprovechados: no tiene que ver con la reforma judicial ni otras linduras que ha sugerido el de las mañaneras, ni siquiera su heredera. Ya pronto, en septiembre (¡terrible casualidad!) vendrán esos tiempos de temblores cuando será el lloro y el crujir de dientes, incluido el del muy chuleado peso mexicano. A ver si los morenos se empecinan con destruir lo poco que nos queda cuando el horno (¡el mundo, queridos lectores!) no está para bollos. Y como ya se atisba el futuro inmediato, doña Claudia no tendrá un inicio facilito, ¡qué va!, más bien le espera un piso resbaloso y muchas restricciones; así que más vale que arranque su andanza con pies de plomo. Más nos vale.
Colofón
Ya dijeron desde el Meteorológico Nacional que los ciclones que vienen serán insuficientes para revertir los daños que han sufrido los cultivos durante cuatro años de sequía. ¿Y los precios, apá?
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