/ domingo 14 de febrero de 2021

Violencia y omisiones...

El aumento a más del triple de casos de violencia física, sexual y de otros tipos contra mujeres, niños y adultos mayores durante el confinamiento obligado por la pandemia de Covid-19, no debiera traducirse en todos los casos solo como una evidencia de la podredumbre humana, sino con lo que esa descomposición suele provocar en ambientes de tensión extrema como la crisis sanitaria, económica y social que padecemos todos y para la que relativamente pocos están armados emocionalmente para enfrentar.

Porque después de casi once meses de confinamiento obligado para una gran parte de los morelenses, y de los efectos que el mismo ha tenido en la baja de ingreso, el desempleo, y la disputa en los hogares por recursos siempre limitados, el efecto en la salud mental de personas y familias ha sido enorme, aunque no siempre devastador.

Un reto es entender que no todos pasamos por lo mismo: hay miles de personas que además del miedo a la enfermedad y la pena por la pérdida de familiares y amigos, pasan por la peor de las situaciones económicas. Los precarios ingresos que miles de morelenses tenían antes de la pandemia, han caído dramáticamente; las ilusiones de muchos se han desvanecido y el nivel de irritación, que ya era un problema en Morelos, ha crecido hasta identificarse como un peligro mayor, incluso al que representa la pandemia.

Mucho más grave es que los gobiernos municipales y del estado se mantengan prácticamente como observadores de una devastación que era previsible desde el inicio de la pandemia. Si bien desde el gobierno había quienes consideraban que la crisis sanitaria podría superarse en tres o cuatro meses después de marzo del 2020; los científicos apuntaban desde el principio a una crisis muy larga, de más de un año. Haber atendido esas advertencias, y empatizar con la situación económica profundamente difícil que el estado atravesaba ya desde el 2019, debió traducirse en una intervención mucho más certera, útil, puntual de los gobiernos para atender las necesidades de los ciudadanos a quienes se deben.

Si el 62% de la economía morelense opera en el sector informal; si se perdieron en 2020 más de seis mil empleos formales; si más de la mitad de los morelenses no obtienen ingresos suficientes para cubrir la canasta alimentaria; si el gobierno decidió no invertir más que por transferencias en educación y salud; la crisis es mucho más profunda para miles de familias. Uno de los resultados de la pandemia tendría que culminar, si es que los morelenses aprendemos algo, en la profunda reorganización de la economía local, de las prioridades gubernamentales de inversión; de los intercambios sociales; de las alternativas para nuestros futuros individuales y nuestro porvenir común.

Mientras tanto, se vuelve urgente que los organismos públicos construyan la esperanza de los miles de morelenses que la han perdido. De esa responsabilidad depende que al término de esta contingencia la sociedad se encuentre integrada y la gobernabilidad no resulte más comprometida.

La violencia doméstica es el reflejo terrible de un conjunto mucho mayor de problemas personales y familiares, que deben ser entendidos y atendidos por la autoridad. De ello depende el futuro.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

El aumento a más del triple de casos de violencia física, sexual y de otros tipos contra mujeres, niños y adultos mayores durante el confinamiento obligado por la pandemia de Covid-19, no debiera traducirse en todos los casos solo como una evidencia de la podredumbre humana, sino con lo que esa descomposición suele provocar en ambientes de tensión extrema como la crisis sanitaria, económica y social que padecemos todos y para la que relativamente pocos están armados emocionalmente para enfrentar.

Porque después de casi once meses de confinamiento obligado para una gran parte de los morelenses, y de los efectos que el mismo ha tenido en la baja de ingreso, el desempleo, y la disputa en los hogares por recursos siempre limitados, el efecto en la salud mental de personas y familias ha sido enorme, aunque no siempre devastador.

Un reto es entender que no todos pasamos por lo mismo: hay miles de personas que además del miedo a la enfermedad y la pena por la pérdida de familiares y amigos, pasan por la peor de las situaciones económicas. Los precarios ingresos que miles de morelenses tenían antes de la pandemia, han caído dramáticamente; las ilusiones de muchos se han desvanecido y el nivel de irritación, que ya era un problema en Morelos, ha crecido hasta identificarse como un peligro mayor, incluso al que representa la pandemia.

Mucho más grave es que los gobiernos municipales y del estado se mantengan prácticamente como observadores de una devastación que era previsible desde el inicio de la pandemia. Si bien desde el gobierno había quienes consideraban que la crisis sanitaria podría superarse en tres o cuatro meses después de marzo del 2020; los científicos apuntaban desde el principio a una crisis muy larga, de más de un año. Haber atendido esas advertencias, y empatizar con la situación económica profundamente difícil que el estado atravesaba ya desde el 2019, debió traducirse en una intervención mucho más certera, útil, puntual de los gobiernos para atender las necesidades de los ciudadanos a quienes se deben.

Si el 62% de la economía morelense opera en el sector informal; si se perdieron en 2020 más de seis mil empleos formales; si más de la mitad de los morelenses no obtienen ingresos suficientes para cubrir la canasta alimentaria; si el gobierno decidió no invertir más que por transferencias en educación y salud; la crisis es mucho más profunda para miles de familias. Uno de los resultados de la pandemia tendría que culminar, si es que los morelenses aprendemos algo, en la profunda reorganización de la economía local, de las prioridades gubernamentales de inversión; de los intercambios sociales; de las alternativas para nuestros futuros individuales y nuestro porvenir común.

Mientras tanto, se vuelve urgente que los organismos públicos construyan la esperanza de los miles de morelenses que la han perdido. De esa responsabilidad depende que al término de esta contingencia la sociedad se encuentre integrada y la gobernabilidad no resulte más comprometida.

La violencia doméstica es el reflejo terrible de un conjunto mucho mayor de problemas personales y familiares, que deben ser entendidos y atendidos por la autoridad. De ello depende el futuro.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx