/ miércoles 10 de agosto de 2022

Emiliano Zapata: dirigente del pueblo y de la Revolución

Emiliano Zapata fue el dirigente campesino más completo y radical de la Revolución Mexicana de 1910. Nació en el seno de una familia humilde, pero distinguida en su pueblo, Anenecuilco, Morelos, donde recibió desde su juventud una formación enérgica y responsable.

Nacido el 8 de agosto de 1879 en la mencionada comunidad campesina, dentro del municipio de Ayala, y con oficio de domador y comerciante de caballos, fue forjando un carácter recio, acostumbrado a vencer todas las dificultades. Zapata fue electo dirigente agrario (calpuleque, una especie de comisariado ejidal) por voto popular en una asamblea del poblado.

El conflicto principal que sostenían los pueblos de Morelos era el enfrenamiento entre sus comunidades agrarias y las haciendas azucareras. La política rapaz de estas había traído la ruina y la desgracia de todo el mundo campesino. Las haciendas se habían apoderado de las tierras comunitarias, con el apoyo del ejército porfiriano, para dedicarlas al cultivo de la caña de azúcar y abastecer sus ingenios.

Estas medidas privaron a los campesinos de sus parcelas donde acostumbraban sembrar sus propios alimentos (hortalizas, maíz, frijol, etc). Era tal la voracidad de las haciendas que habían dejado, por ejemplo, a la ciudad de Cuautla, sin espacio para enterrar a sus muertos.

Zapata se afilió inicialmente al movimiento maderista y entró en acción. Al frente de los campesinos rompió las alambradas de la Hacienda de El Hospital y recuperó las tierras para su comunidad. El ejemplo cundió como incendio y pronto los pueblos de Villa de Ayala y Moyotepec lo eligieron como dirigente agrario.

El ejemplo de la rebeldía cundió por todo el Estado. Lorenzo Vázquez en la región de Tlaquiltenango; Genovevo de la O en Cuernavaca y Tres Marías y decenas de líderes campesinos de la insurrección inminente ya se encontraban al frente de sus comunidades, cuando Madero lanzó la consigna de revolución para todo el país.

El representante de Madero en Morelos para tal efecto era Pablo Torres Burgos, quien se puso al frente de las tropas revolucionarias en las acciones que se emprendieron contra el viejo ejército porfirista. En la batalla de Jojutla, Zapata demostró su valor y aplomo, pues consiguió frenar los saqueos que había iniciado un grupo de insurrectos.

A partir de ese momento, Zapata fue reconocido plenamente como jefe de la insurgencia campesina, y aunque su poder era inmenso, siempre se sujetó al consejo de sus compañeros dirigentes de los pueblos, y sobre todo de los ancianos de las regiones que su ejército iba ocupando. Zapata fue siempre el primero entre iguales respecto a los comandantes de las comunidades insurrectas.

En los hechos, el Ejército Libertador del Sur operaba como una especie de liga armada de los pueblos de Morelos, primero, y de toda la región centro-sur del país, después, incluyendo los estados de Guerrero, Puebla, Oaxaca, Tlaxcala, Hidalgo, estado de México y lo que entonces eran los pueblos aledaños a la capital: Milpa Alta, Xochimilco. “De Cuautla hasta Amecameca/ Matamoros y el Ajusco/ con los “pelones” del viejo Don Porfirio….se dio gusto” decía un corrido de la época.

Con una estructura así, el ELS era invencible frente a todos sus enemigos, o sea los soldados porfiristas, más tarde los huertistas y finalmente los constitucionalistas (a quienes los campesinos llamaban “consusuñaslistas”). En esa guerra, el ejército federal llevó a cabo en la época huertista una política de tierra arrasada.

El gobierno zapatista en los pueblos, durante la época de dominio de los insurgentes (1914) se basaba en el respeto a las costumbres de los pueblos. Los ancianos de cada lugar tenían preeminencia, básicamente por su aporte de sabiduría y por el conocimiento que tenían de los límites territoriales entre los pueblos y las haciendas, así como entre un pueblo y otro. El consejo de ellos moderó en varias ocasiones el estallido de conflictos al interior del movimiento insurgente.

El Ejército Libertador del sur (ELS) tenía, sin embargo, grandes carencias. No disponía de armamento pesado y fabricaba sus propias armas, con todos los defectos que tiene el armamento artesanal. Granadas hechas con latas de chiles y pólvora con clavos; balas fabricadas con cables de luz arrancados de los postes; pero sobre todo la acuciante carencia de ametralladoras pesadas, tan comunes para el ejército villista porque este las podía comprar de contrabando en la frontera norte.

En etas condiciones, el ejército zapatista no era muy fuerte a la ofensiva, pero era invencible cuando defendía sus propios territorios. La lealtad de la población a los ideales libertarios era absoluta. Para ellos, la figura de Zapata representaba la posibilidad de una vida mejor, sin las ataduras de la esclavitud de las haciendas.

Cuando la Revolución en el norte se dividió, Zapata apoyó a Francisco Villa, en 1914, y ambos se pusieron al frente de las tropas de la Convención. Tropas de ambos dirigentes campesinos ocuparon la capital del país y desplegaron su dominio en los amplios territorios bajo su control.

Después de las batallas del Bajío en 1915 (Celaya, Trinidad, León y Aguascalientes) en las que tropas de Obregón aniquilaron al villismo, el ala radical y campesina de la Revolución perdió fuerza, quedando el ejército zapatista solo y aislado, sin más posibilidad de triunfo que seguir resistiendo hasta que se pudieran cumplir los objetivos campesinos trazados en el Plan de Ayala.

Zapata resistió hasta el final. Hubo muchos insurgentes que depusieron las armas, o se incorporaron de plano al nuevo ejército comandado por el Primer Jefe. Con la Ley agraria del 6 de enero de 1915 publicada por Carranza en Veracruz, el ala derecha del movimiento revolucionario se apoderó del proyecto agrario del zapatismo, con muchas limitaciones, pero en las nuevas condiciones políticas, al menos aseguraba el reparto agrario y el fin de las haciendas azucareras como modelo de producción en Morelos.

Emiliano Zapata nunca faltó a su palabra. No aceptó prebendas ni honores. Y así murió, en una artera emboscada tendida por los carrancistas, el 10 de abril de 1919.


Emiliano Zapata fue el dirigente campesino más completo y radical de la Revolución Mexicana de 1910. Nació en el seno de una familia humilde, pero distinguida en su pueblo, Anenecuilco, Morelos, donde recibió desde su juventud una formación enérgica y responsable.

Nacido el 8 de agosto de 1879 en la mencionada comunidad campesina, dentro del municipio de Ayala, y con oficio de domador y comerciante de caballos, fue forjando un carácter recio, acostumbrado a vencer todas las dificultades. Zapata fue electo dirigente agrario (calpuleque, una especie de comisariado ejidal) por voto popular en una asamblea del poblado.

El conflicto principal que sostenían los pueblos de Morelos era el enfrenamiento entre sus comunidades agrarias y las haciendas azucareras. La política rapaz de estas había traído la ruina y la desgracia de todo el mundo campesino. Las haciendas se habían apoderado de las tierras comunitarias, con el apoyo del ejército porfiriano, para dedicarlas al cultivo de la caña de azúcar y abastecer sus ingenios.

Estas medidas privaron a los campesinos de sus parcelas donde acostumbraban sembrar sus propios alimentos (hortalizas, maíz, frijol, etc). Era tal la voracidad de las haciendas que habían dejado, por ejemplo, a la ciudad de Cuautla, sin espacio para enterrar a sus muertos.

Zapata se afilió inicialmente al movimiento maderista y entró en acción. Al frente de los campesinos rompió las alambradas de la Hacienda de El Hospital y recuperó las tierras para su comunidad. El ejemplo cundió como incendio y pronto los pueblos de Villa de Ayala y Moyotepec lo eligieron como dirigente agrario.

El ejemplo de la rebeldía cundió por todo el Estado. Lorenzo Vázquez en la región de Tlaquiltenango; Genovevo de la O en Cuernavaca y Tres Marías y decenas de líderes campesinos de la insurrección inminente ya se encontraban al frente de sus comunidades, cuando Madero lanzó la consigna de revolución para todo el país.

El representante de Madero en Morelos para tal efecto era Pablo Torres Burgos, quien se puso al frente de las tropas revolucionarias en las acciones que se emprendieron contra el viejo ejército porfirista. En la batalla de Jojutla, Zapata demostró su valor y aplomo, pues consiguió frenar los saqueos que había iniciado un grupo de insurrectos.

A partir de ese momento, Zapata fue reconocido plenamente como jefe de la insurgencia campesina, y aunque su poder era inmenso, siempre se sujetó al consejo de sus compañeros dirigentes de los pueblos, y sobre todo de los ancianos de las regiones que su ejército iba ocupando. Zapata fue siempre el primero entre iguales respecto a los comandantes de las comunidades insurrectas.

En los hechos, el Ejército Libertador del Sur operaba como una especie de liga armada de los pueblos de Morelos, primero, y de toda la región centro-sur del país, después, incluyendo los estados de Guerrero, Puebla, Oaxaca, Tlaxcala, Hidalgo, estado de México y lo que entonces eran los pueblos aledaños a la capital: Milpa Alta, Xochimilco. “De Cuautla hasta Amecameca/ Matamoros y el Ajusco/ con los “pelones” del viejo Don Porfirio….se dio gusto” decía un corrido de la época.

Con una estructura así, el ELS era invencible frente a todos sus enemigos, o sea los soldados porfiristas, más tarde los huertistas y finalmente los constitucionalistas (a quienes los campesinos llamaban “consusuñaslistas”). En esa guerra, el ejército federal llevó a cabo en la época huertista una política de tierra arrasada.

El gobierno zapatista en los pueblos, durante la época de dominio de los insurgentes (1914) se basaba en el respeto a las costumbres de los pueblos. Los ancianos de cada lugar tenían preeminencia, básicamente por su aporte de sabiduría y por el conocimiento que tenían de los límites territoriales entre los pueblos y las haciendas, así como entre un pueblo y otro. El consejo de ellos moderó en varias ocasiones el estallido de conflictos al interior del movimiento insurgente.

El Ejército Libertador del sur (ELS) tenía, sin embargo, grandes carencias. No disponía de armamento pesado y fabricaba sus propias armas, con todos los defectos que tiene el armamento artesanal. Granadas hechas con latas de chiles y pólvora con clavos; balas fabricadas con cables de luz arrancados de los postes; pero sobre todo la acuciante carencia de ametralladoras pesadas, tan comunes para el ejército villista porque este las podía comprar de contrabando en la frontera norte.

En etas condiciones, el ejército zapatista no era muy fuerte a la ofensiva, pero era invencible cuando defendía sus propios territorios. La lealtad de la población a los ideales libertarios era absoluta. Para ellos, la figura de Zapata representaba la posibilidad de una vida mejor, sin las ataduras de la esclavitud de las haciendas.

Cuando la Revolución en el norte se dividió, Zapata apoyó a Francisco Villa, en 1914, y ambos se pusieron al frente de las tropas de la Convención. Tropas de ambos dirigentes campesinos ocuparon la capital del país y desplegaron su dominio en los amplios territorios bajo su control.

Después de las batallas del Bajío en 1915 (Celaya, Trinidad, León y Aguascalientes) en las que tropas de Obregón aniquilaron al villismo, el ala radical y campesina de la Revolución perdió fuerza, quedando el ejército zapatista solo y aislado, sin más posibilidad de triunfo que seguir resistiendo hasta que se pudieran cumplir los objetivos campesinos trazados en el Plan de Ayala.

Zapata resistió hasta el final. Hubo muchos insurgentes que depusieron las armas, o se incorporaron de plano al nuevo ejército comandado por el Primer Jefe. Con la Ley agraria del 6 de enero de 1915 publicada por Carranza en Veracruz, el ala derecha del movimiento revolucionario se apoderó del proyecto agrario del zapatismo, con muchas limitaciones, pero en las nuevas condiciones políticas, al menos aseguraba el reparto agrario y el fin de las haciendas azucareras como modelo de producción en Morelos.

Emiliano Zapata nunca faltó a su palabra. No aceptó prebendas ni honores. Y así murió, en una artera emboscada tendida por los carrancistas, el 10 de abril de 1919.