/ martes 12 de noviembre de 2019

Valores en pugna

Mirar hacia adentro

El año se precipita a su fin, y el ánimo se torna reflexivo. Mencioné que el sentido y significado proporcionados por la cultura popular son su más grande valor, y que al trasladarla de su escala de valor original a la escala de valor del mercado y del consumismo, lo ponemos en riesgo; me explico: la cultura popular y sus expresiones participan de los ciclos festivos y de la vida cotidiana de las culturas que las crean y recrean. Ceras, gabanes, comales, danzas, música, guisos, todos cobran sentido en el momento en que son utilizados, no solamente como objetos y expresiones, sino como elementos de la identidad de quienes lo hacen, es decir, su realización, uso y disfrute además de cumplir sus respectivas funciones, al mismo tiempo refuerzan los lazos que los individuos tienen entre si y con el lugar en el que habitan. Es de esta forma en que ayudan a mantener el tejido social, y por ello son conservados e innovados, y quienes los crean y recrean gozan de aprecio en sus comunidades.

Asimismo, en la vida contemporánea hay una enorme necesidad de convertir conocimientos y habilidades en dinero, para con él cubrir las necesidades de la vida. Esto es otra escala de valor. De manera natural, las habilidades de los creadores populares se insertan en ella para conseguir lo necesario. Esto era así desde hace tiempo y es justo el objetivo de las artesanías y de la participación de expresiones populares escénicas en eventos pagados; producirlas o llevarlas a cabo para obtener dinero. Pero esto se da en condiciones de suma desventaja ante la lógica del mercado. Se insertan en esa cadena de valor sin los recursos adyacentes: mercadotecnia, puntos de venta, etc., necesarios para que sus habilidades y lo que producen se conviertan en negocio. Pero honestamente, por ejemplo ¿cuántos gabanes de lana vamos a comprar en la vida, si estos han sido hechos para durar por generaciones? No así los abrigos y chamarras comerciales de su gama de precios, que duran poco y que aparte pueden quedar obsoletos en un año al pasar de moda. Aquí se encuentran en pugna ambas escalas de valor: una, producir un objeto que da sentido a su comunidad y que sirve muy bien y por mucho tiempo al fin para el que fue creado, y otra, elaborar un objeto para ser vendido y que tenga que reemplazarse rápidamente para que el consumo prosiga. En esta lógica, y siguiendo el ejemplo del gabán, aunque aplica para casi cualquier otra expresión popular, para que su trabajo sea negocio, las gabaneras tendrían que hacer gabanes mal hechos, que pronto se deshilacharan y además cambiar constantemente sus diseños para que los comprados un año estén fuera de moda al próximo. Pero es aquí que, por un lado, se corre el riesgo de perder el sentido y significado de su labor, y por otro, de inmiscuirse en una agenda para la que no tienen las condiciones necesarias. Lo preocupante es que la necesidad de las gabaneras es real. Lo preocupante es que estamos en un México que avanza, o eso creemos, pero dejando rezagados a buena parte de los mexicanos.

Cortesía | Rodolfo Candelas

El año se precipita a su fin, y el ánimo se torna reflexivo. Mencioné que el sentido y significado proporcionados por la cultura popular son su más grande valor, y que al trasladarla de su escala de valor original a la escala de valor del mercado y del consumismo, lo ponemos en riesgo; me explico: la cultura popular y sus expresiones participan de los ciclos festivos y de la vida cotidiana de las culturas que las crean y recrean. Ceras, gabanes, comales, danzas, música, guisos, todos cobran sentido en el momento en que son utilizados, no solamente como objetos y expresiones, sino como elementos de la identidad de quienes lo hacen, es decir, su realización, uso y disfrute además de cumplir sus respectivas funciones, al mismo tiempo refuerzan los lazos que los individuos tienen entre si y con el lugar en el que habitan. Es de esta forma en que ayudan a mantener el tejido social, y por ello son conservados e innovados, y quienes los crean y recrean gozan de aprecio en sus comunidades.

Asimismo, en la vida contemporánea hay una enorme necesidad de convertir conocimientos y habilidades en dinero, para con él cubrir las necesidades de la vida. Esto es otra escala de valor. De manera natural, las habilidades de los creadores populares se insertan en ella para conseguir lo necesario. Esto era así desde hace tiempo y es justo el objetivo de las artesanías y de la participación de expresiones populares escénicas en eventos pagados; producirlas o llevarlas a cabo para obtener dinero. Pero esto se da en condiciones de suma desventaja ante la lógica del mercado. Se insertan en esa cadena de valor sin los recursos adyacentes: mercadotecnia, puntos de venta, etc., necesarios para que sus habilidades y lo que producen se conviertan en negocio. Pero honestamente, por ejemplo ¿cuántos gabanes de lana vamos a comprar en la vida, si estos han sido hechos para durar por generaciones? No así los abrigos y chamarras comerciales de su gama de precios, que duran poco y que aparte pueden quedar obsoletos en un año al pasar de moda. Aquí se encuentran en pugna ambas escalas de valor: una, producir un objeto que da sentido a su comunidad y que sirve muy bien y por mucho tiempo al fin para el que fue creado, y otra, elaborar un objeto para ser vendido y que tenga que reemplazarse rápidamente para que el consumo prosiga. En esta lógica, y siguiendo el ejemplo del gabán, aunque aplica para casi cualquier otra expresión popular, para que su trabajo sea negocio, las gabaneras tendrían que hacer gabanes mal hechos, que pronto se deshilacharan y además cambiar constantemente sus diseños para que los comprados un año estén fuera de moda al próximo. Pero es aquí que, por un lado, se corre el riesgo de perder el sentido y significado de su labor, y por otro, de inmiscuirse en una agenda para la que no tienen las condiciones necesarias. Lo preocupante es que la necesidad de las gabaneras es real. Lo preocupante es que estamos en un México que avanza, o eso creemos, pero dejando rezagados a buena parte de los mexicanos.

Cortesía | Rodolfo Candelas

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