/ lunes 22 de noviembre de 2021

Todo sucedió una noche (II)

En este recuento de anécdotas, el secuestro del entonces gobernador de Morelos, don Antonio Riva Palacio López, que por primera vez lo narro en un medio de comunicación, fue una de las experiencias tremendas que para una reportera como yo, hace cerca de 30 años, marcó mi vida profesional.

Luego que pasó el evento, aunque luchaba yo por publicarla, Riva Palacio del que siempre recibí un trato caballeroso y respetuoso, me decía “¡No Lya!, para qué levantar ruido innecesario”. Pero años después, estando ya muy enfermo don Antonio, me pidieron que leyera yo mi crónica titulada Jonacatepec 1993 durante el último gran homenaje que se le hizo poco antes de morir. Comencé a narrarlo y a medida que avanzaba el relato, don Antonio, que llegó hasta el presídium con dificultad y con ayuda para subir los cuatro peldaños, se fue enderezando a medida que avanzaba mi relato.

Y es que sintetizado para ustedes, es la primera vez que lo narro desde hace tanto tiempo. Pues bien amigos, todo sucedió una noche de agosto del 93, cuando al pasar una pick up de la policía judicial, en un rondín de rutina por el poblado de Jonacatepec, ubicado al oriente de Morelos, se percataron los uniformados que en pleno kiosko frente a la Presidencia Municipal, dos jóvenes visiblemente armados ingerían unas bebidas. Se bajan y se encaminan hacia ellos para desarmarlos, pero los jóvenes, uno de ellos miembro de la familia más prominente del lugar, Ramiro Gollolarte de 17 años de edad y su amigo Rómulo Catalán de 21, temiendo un secuestro, ya la familia Gollolarte principales productores cebolleros de la región, había sufrido varios secuestros ocurridos cada vez que levantaban sus cosechas, accionan sus armas de fuego y dos uniformados caen. Ellos corren para eludir la captura y Catalán se mete a su casa y su madre que no vió a Ramiro, cierra la puerta detrás de él, Ramiro queda a merced de los uniformados. Avisado, llega su padre con fama de cacique con su hermano, también armados. Se hacen de palabras, accionan sus armas y caen abatidos el joven Ramiro y su tío. La población detiene a cuatro policías y los encierran en la pequeña cárcel local.

Los demás se dirigen a Cuernavaca. Todo esto mientras el párroco hacía tañer las campanas insistentemente llamando a la población. El pueblo entero se levanta. A las cuatro de la mañana van por la diputada Irma Oliván Rebollo que vivía cerca de Jonacatepec y ella al llegar, llama por teléfono al gobernador, insiste en que lo despierten para informarle lo que estaba ocurriendo. Llama el gobernador al Procurador general de Justicia del Estado de Morelos Tomás Flores Allende, quien debido a una pugna entre él y el director de la judicial del estado no lo habían enterado y le ordena Riva Palacio dirigirse de inmediato a calmar la situación. Flores Allende que vivía no lejos de Jonacatepec, sin esperar a sus escoltas, se pone una chamarra de tergal repelente al agua, (lo que le salvó la vida) y manejando él mismo su camioneta, llega con la mejor de sus sonrisas al poblado. Abre la puerta, pero en ese momento lo jalan y cae al suelo, sobrevive al intento de ahorcamiento pensando los vecinos que él era el culpable, ya rociado de gasolina y al no lograr quemarlo lo encierran a esperar su suerte. Llega el gobernador solo con su chofer y el jefe de su escolta, y comienza el dialogo que duraría todo el día, al ver que anochecía y no lograba calmar los ánimos, les hace prometer que no los matarían y ordena traer a los policías rescatados por sus compañeros. Le habían asegurado a don Antonio que sólo les darían una calentada para que sintieran lo que ellos sentían cada vez que llegaba la policía de la división Scorpio también conocidos como los Negros, por sus uniformes.

Y así, en medio de un rugido animal asistimos al intento de linchamiento y golpiza que escuchamos les infrigían, en ese momento con proyectiles pasando sobre nuestras cabezas, de verdad queridos lectores, ante la irracionalidad de quienes intervenían pensé: -Aquí nos podemos morir-. Afortunadamente cuando iban a tirar a uno desde el segundo piso de la alcaldía de pronto escucho gritar al gobernador con los brazos en alto imponiéndose a la multitud: “Ya basta, ya basta, no se manchen las manos de sangre. Ustedes no son asesinos”. Y se deja ir el gobernador al interior de las oficinas subiendo de dos en dos la escalera. Al llegar a donde estaban les quita a los dos policías que ya lucían irreconocibles por la golpiza recibida. Los baja y aún así los seguían golpeando. Ya afuera, los entrega a dos asistentes que aparecieron de no se dónde y les ordena: Enciérrenlos. Al tiempo de preguntar: ¿Y los demás? Ya están encerrados señor, le contestan.

Yo ya cumplí, les dice serio el gobernador a los que lo rodeaban, vamos ahora por el procurador, cuando salen, el hábil manejo del entonces director de Comunicación Social del gobierno estatal Rolando Ortega evitó la caída de don Antonio. Jacobo Zabludovsky inicia su noticiero 24 Horas, con estas palabras: “La oportuna intervención del gobernador de Morelos evitó el linchamiento del procurador del estado”. No se dijo nunca que el gobernador había estado todo un día secuestrado sin poder retirarse del lugar. Ahora, queridos lectores, ya les conté esta anécdota fascinante porque presencié una clase de política impresionante de parte de Riva Palacio López. Yr.

Y bueno, hasta aquí, queridos lectores; el próximo lunes nos vemos con otro tema igual de interesante.

En este recuento de anécdotas, el secuestro del entonces gobernador de Morelos, don Antonio Riva Palacio López, que por primera vez lo narro en un medio de comunicación, fue una de las experiencias tremendas que para una reportera como yo, hace cerca de 30 años, marcó mi vida profesional.

Luego que pasó el evento, aunque luchaba yo por publicarla, Riva Palacio del que siempre recibí un trato caballeroso y respetuoso, me decía “¡No Lya!, para qué levantar ruido innecesario”. Pero años después, estando ya muy enfermo don Antonio, me pidieron que leyera yo mi crónica titulada Jonacatepec 1993 durante el último gran homenaje que se le hizo poco antes de morir. Comencé a narrarlo y a medida que avanzaba el relato, don Antonio, que llegó hasta el presídium con dificultad y con ayuda para subir los cuatro peldaños, se fue enderezando a medida que avanzaba mi relato.

Y es que sintetizado para ustedes, es la primera vez que lo narro desde hace tanto tiempo. Pues bien amigos, todo sucedió una noche de agosto del 93, cuando al pasar una pick up de la policía judicial, en un rondín de rutina por el poblado de Jonacatepec, ubicado al oriente de Morelos, se percataron los uniformados que en pleno kiosko frente a la Presidencia Municipal, dos jóvenes visiblemente armados ingerían unas bebidas. Se bajan y se encaminan hacia ellos para desarmarlos, pero los jóvenes, uno de ellos miembro de la familia más prominente del lugar, Ramiro Gollolarte de 17 años de edad y su amigo Rómulo Catalán de 21, temiendo un secuestro, ya la familia Gollolarte principales productores cebolleros de la región, había sufrido varios secuestros ocurridos cada vez que levantaban sus cosechas, accionan sus armas de fuego y dos uniformados caen. Ellos corren para eludir la captura y Catalán se mete a su casa y su madre que no vió a Ramiro, cierra la puerta detrás de él, Ramiro queda a merced de los uniformados. Avisado, llega su padre con fama de cacique con su hermano, también armados. Se hacen de palabras, accionan sus armas y caen abatidos el joven Ramiro y su tío. La población detiene a cuatro policías y los encierran en la pequeña cárcel local.

Los demás se dirigen a Cuernavaca. Todo esto mientras el párroco hacía tañer las campanas insistentemente llamando a la población. El pueblo entero se levanta. A las cuatro de la mañana van por la diputada Irma Oliván Rebollo que vivía cerca de Jonacatepec y ella al llegar, llama por teléfono al gobernador, insiste en que lo despierten para informarle lo que estaba ocurriendo. Llama el gobernador al Procurador general de Justicia del Estado de Morelos Tomás Flores Allende, quien debido a una pugna entre él y el director de la judicial del estado no lo habían enterado y le ordena Riva Palacio dirigirse de inmediato a calmar la situación. Flores Allende que vivía no lejos de Jonacatepec, sin esperar a sus escoltas, se pone una chamarra de tergal repelente al agua, (lo que le salvó la vida) y manejando él mismo su camioneta, llega con la mejor de sus sonrisas al poblado. Abre la puerta, pero en ese momento lo jalan y cae al suelo, sobrevive al intento de ahorcamiento pensando los vecinos que él era el culpable, ya rociado de gasolina y al no lograr quemarlo lo encierran a esperar su suerte. Llega el gobernador solo con su chofer y el jefe de su escolta, y comienza el dialogo que duraría todo el día, al ver que anochecía y no lograba calmar los ánimos, les hace prometer que no los matarían y ordena traer a los policías rescatados por sus compañeros. Le habían asegurado a don Antonio que sólo les darían una calentada para que sintieran lo que ellos sentían cada vez que llegaba la policía de la división Scorpio también conocidos como los Negros, por sus uniformes.

Y así, en medio de un rugido animal asistimos al intento de linchamiento y golpiza que escuchamos les infrigían, en ese momento con proyectiles pasando sobre nuestras cabezas, de verdad queridos lectores, ante la irracionalidad de quienes intervenían pensé: -Aquí nos podemos morir-. Afortunadamente cuando iban a tirar a uno desde el segundo piso de la alcaldía de pronto escucho gritar al gobernador con los brazos en alto imponiéndose a la multitud: “Ya basta, ya basta, no se manchen las manos de sangre. Ustedes no son asesinos”. Y se deja ir el gobernador al interior de las oficinas subiendo de dos en dos la escalera. Al llegar a donde estaban les quita a los dos policías que ya lucían irreconocibles por la golpiza recibida. Los baja y aún así los seguían golpeando. Ya afuera, los entrega a dos asistentes que aparecieron de no se dónde y les ordena: Enciérrenlos. Al tiempo de preguntar: ¿Y los demás? Ya están encerrados señor, le contestan.

Yo ya cumplí, les dice serio el gobernador a los que lo rodeaban, vamos ahora por el procurador, cuando salen, el hábil manejo del entonces director de Comunicación Social del gobierno estatal Rolando Ortega evitó la caída de don Antonio. Jacobo Zabludovsky inicia su noticiero 24 Horas, con estas palabras: “La oportuna intervención del gobernador de Morelos evitó el linchamiento del procurador del estado”. No se dijo nunca que el gobernador había estado todo un día secuestrado sin poder retirarse del lugar. Ahora, queridos lectores, ya les conté esta anécdota fascinante porque presencié una clase de política impresionante de parte de Riva Palacio López. Yr.

Y bueno, hasta aquí, queridos lectores; el próximo lunes nos vemos con otro tema igual de interesante.