La violencia junto con los efectos de la crisis climática son las principales causas de migración de personas en el siglo XXI. Ambas son terribles, pero los efectos del cambio climático inducido por la actividad humana resultan peores ya que, a diferencia de la violencia que puede ser contenida, afectan la subsistencia misma de la región de manera irreversible.
La semana pasada las zonas más impactada por los efectos del cambio climático se localizaron en el Mediterráneo con el huracán Daniel descargando en el sur de Grecia el equivalente a tres años de lluvias en solo dos días. Pero la peor consecuencia se vivió en la región de Cirenayca en Libia.
La ruptura de dos presas ocasionó un verdadero tsunami a través de la ciudad costera de Derna, así como en las ciudades de Al-Bayda y Shahnat. El número de muertos se calcula en 7 mil pero todavía hay entre 10 mil a 30 mil personas desaparecidas que fueron arrastradas por la corriente hacia el mar, algunas dentro de sus automóviles y muchas más por el desgajamiento de numerosos edificios.
México no se queda atrás. Los huracánes son cada vez más violentos, sufrimos la ocurrencia de nuevas y devastadoras plagas agrícolas, así como la expansión de enfermedades transmitidas por insectos como el dengue que se acercan cada vez más a las ciudades del altiplano, lo mismo sequías que inundaciones, entre muchas otras consecuencias.
En este contexto, resulta inentendible y todavía más inaceptable, que el gobierno haya dado marcha atrás a la transición energética. Aquella que buscaba acelerar el tránsito hacia fuentes renovables de energía.
El desmantalamiento arbitrario de los mecanismos diseñados para promover, incentivar y facilitar las fuentes renovables de energía junto con la coptación de las Comisiones Reguladoras de Energías e Hidrocarburos, organismos originalmente autónomos que garantizaban un trato justo para todas las partes, se dió de manera sincronizada con la repetrolización de la matriz energética.
No solo se cancelaron numerosos proyectos de energía solar sino que se sutituyó por combustóleo el gas natural con el que operaban las plantas termoeléctricas de la Comisión Federal de Electricidad. En un afán antieconómico de subsidiar a Pemex, la CFE ahora nos proveé con electricidad más cara además de envenenar el aire con azufre y otros contaminantes.
Por supuesto que esto no resolvió el problema financiero de Pemex, pero sí le generó otro a la CFE, tal como quedó en evidencia con el proyecto de presupuesto 2024 desde donde se le asignarán este año 500 mil millones de pesos de nuestros impuestos a cada una. Curiosamente, mientras profundizan la crisis ambiental con estos subsidios, el gobierno también asigna 233 mil millones de pesos de nuestros impuestos para supuestamente mitigar los efectos del cambio climático.
En lugar de tener un gobierno que trabaje productivamente para los mexicanos generando electricidad limpia y barata, ahora somos los mexicanos los que tendremos que trabajar para sostener estos tres elefantes.
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