El pozo y el péndulo es el nombre de un cuento de Edgar Allan Poe calificado como uno de los más refinados productos de la literatura de terror. En esta historia el protagonista despierta para encontrarse atado dentro de una celda, sometido a la soledad, el abandono, el frío y la inanición. Por si no fuera suficiente tortura, desde lo alto del techo oscila un péndulo cargado con una guadaña.
La cuerda del péndulo se extiende un poco más cada día y la guadaña amenaza con degollarlo. En su desesperación, el protagonista logra desatarse y en ese momento el péndulo se detiene, evidenciando a un observador oculto. Pero la historia no termina allí.
Al centro de la celda se encuentra un profundo pozo. Súbitamente, las paredes de la celda comienzan a colapsarse lentamente por lo que el protagonista sufre ahora la angustia de decidir entre morir triturado por las rocas o lanzarse al pozo.
Esta historia vino de golpe a mi memoria cuando trataba de describir la sensación que me deja el sexenio que se encuentra próximo terminar. Hemos logrado escapar de algunas amenazas aunque parece que también nosotros tenemos un observador oculto, atento y preparado.
Tenemos todavía fresca en la memoria la movilización ciudadana que detuvo el desmantelamiento del INE y la ocupación de la Suprema Corte de Justicia, pero las paredes se ciernen ahora, de manera sospechosamente concertada, sobre otras dos instituciones.
Por un lado, tenemos el ataque de los Poderes Ejecutivo y Legislativo contra el Poder Judicial a través del estrangulamiento financiero. Bajo la conocida consigna de aprobar los dictados emanados desde lo más alto de la jerarquía nacional "sin tocarles ni una coma", los legisladores afines al régimen han aprobado la desaparición de 13 fideicomisos que atienden funciones como pensiones, atención médica y servicios de vivienda sin considerar, como tampoco lo hicieron cuando desaparecieron los del Conacyt, que estos fondos no solo se nutren de recursos públicos sino también de los ahorros de los trabajadores.
Al mismo tiempo, la Autonomía universitaria está bajo asedio. Ya desde el 2019 se había intentado desde la Cámara de Diputados desaparecer esta facultad de nuestras universidades cambiando la Constitución. Al no lograrlo y como en la historia de Poe, nuestro misterioso observador ha optado por otras estrategias. Además de la guadaña del estrangulamiento financiero y quizá porque saben que se les acaba el tiempo, ahora atacan frontalmente.
En Sinaloa el gobierno logró separar de su cargo al Rector de la Universidad Autónoma mediante un triquiñuela jurídica pasando por encima del Consejo Universitario, único órgano facultado para destituir a quien ocupe esa silla. La comunidad organizada arropada por la sociedad sinaloense logró que más de cien mil personas se manifestaran pacíficamente para exigirle al gobierno que saque las manos de la institución, acción que no ha recibido respuesta todavía.
En la UNAM, uno de los postulante a la Rectoría ha decidido poner en riesgo el proceso institucional convocando al estudiantado para una supuesta consulta, posiblemente en preparación para la movilización en caso de no salir seleccionado. Prácticamente al mismo tiempo, el CCH Azcapotzalco sufrió una violenta ocupación por parte de medio centenar de encapuchados que culminó con el ataque a dos profesoras a quienes rociaron de gasolina y prendieron fuego a las puertas de la dirección del plantel, acto calificado como una burda provocación mediante un comunicado oficial.
Igual que el protagonista del cuento, nos encontramos en estre momento a oscuras, decidiendo entre la pared y el pozo, entre resistir o bajar las manos. Cada quien tomará la postura que más se acomode a sus creencias y valores, pero quienes opten por la resistencia, sepan que no están solos, que somos millones y que estamos dispuestos a defender lo que hemos construido por generaciones, en las calles y en las urnas.
Por cierto, ¿Ya confirmaste la vigencia de tu credencial del INE? México nos necesita.
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