/ lunes 2 de mayo de 2022

Reivindicando a Plutón | ¿El fin de la pandemia?

La pandemia por COVID-19 está entrando a una nueva fase con las características aportadas por dos componentes. Por un lado está la evolución del virus y por otro, la acumulación de inmunidad.

Para entender mejor la situación actual será necesario remontarnos a hace dos años. En ese momento sabíamos que SARS-CoV-2 era un virus poco letal, alrededor del 10% de los infectados presentarían síntomas graves y, de ellos, el 30% estaría en riesgo de muerte. La facilidad de contagio era moderada, menor que otras enfermedades como el sarampión, pero, y ese era el verdadero problema, nadie en el mundo tenía inmunidad previa.

Al principio no sabíamos absolutamente nada de cómo nos iba a afectar la enfermedad provocada por la versión original del virus y recordarán ustedes que en la primera ola de la pandemia se hizo énfasis en los respiradores pues se asumía que la enfermedad iba a presentar un cuadro respiratorio similar a la influenza. Sin embargo, las evidencias generadas nos llevaron a un replanteamiento radical. COVID-19 no era una enfermedad respiratoria, sino inflamatoria.

Infartos, trombosis, embolias, y no solamente pulmonares sino en otros órganos como el cerebro y el corazón, esas eran las consecuencias y eso era lo que había que prevenir. El tratamiento se abocó entonces a predecir la aparición de esas complicaciones con pruebas de gabinete y al uso de antiinflamatorios. Lo cual fue, además, muy oportuno, puesto que en México nunca tuvimos ni los respiradores ni el personal capacitado para usarlos en el número necesario para atender la demanda.

El confinamiento de la primera ola ayudó a mantener el número de casos graves dentro de lo manejable, sin embargo, la prematura y desordenada apertura de actividades ocasionó un repunte de graves consecuencias. Cuando llega la ola delta, hace un año, nos encontramos con una variante más contagiosa y más agresiva que la original ante la cual la gran mayoría de la población todavía no teníamos inmunidad.

Las interminables filas en los depósitos de oxígeno, el mercado negro de tanques de oxígeno piratas, las esquelas en redes sociales. Ese fue, sin duda, el peor momento de la pandemia.

Un poco después, se comenzó con la aplicación de vacunas. La decisión de sobrecontrolar este proceso y además priorizarlo con criterios ajenos a las necesidades sanitarias de la población, ocasionó un retraso significativo en la obtención de la tan anhelada inmunidad.

Mientras tanto, la aparición de nuevas variantes siguió ocurriendo en todo el mundo, en particular en aquellos lugares que no habían implementado medidas efectivas contra la transmisión.

Aquí es importante recordar que no fue sino hasta finales del 2020 que las autoridades sanitarias aceptaron que la única vía de transmisión del virus era la inhalación de gotitas de saliva de pacientes infectados por lo que cualquier medida diferente al uso de cubrebocas, distancia social y buena ventilación, era inútil.

Así llegamos hasta la aparición de ómicron, una variante que arrasó con todas las existentes hasta ser la prevalente en todo el mundo. Ómicron es la variante más contagiosa que haya aparecido pero, también, es la menos agresiva. Eso significa que en su evolución el virus optó por mejorar los mecanismos de transmisión a cambio de la virulencia del ataque. Los expertos piensan que ese camino es irreversible y que difícilmente vamos a ver de nuevo el número de casos de la ola delta. Además, ahora ya estamos vacunados.

Entonces, ¿es el fin de la pandemia? La respuesta es no. La pandemia seguirá su curso natural y el virus circulará entre nosotros por algunos años. En todo caso, lo que se termina es la crisis sanitaria. Sin embargo, permanece la necesidad de mantener la tasa de contagio bajo control.

No dejemos que esta experiencia se borre de nuestra memoria sin haber aprendido una lección y es que la mejor atención de una situación de contagio masivo debe ser usando criterios científicos antes que políticos y eso aplica también al levantamiento de las restricciones: mientras el virus siga en circulación deberemos seguir usando cubrebocas cuando estemos en lugares mal ventilados o por mucho tiempo con otras personas como es el transporte público, lugares de trabajo o salones de clases.

Finalmente, no hay que olvidar a todas las personas que desarrollaron problemas crónicos debidos a COVID-19 y que amenaza en convertirse en otro flagelo para millones de familias en todo el mundo.

Para información adicional de éste y otros temas de interés visiten

Blog: Reivindicando a Plutón

Facebook: BBalderrama

La pandemia por COVID-19 está entrando a una nueva fase con las características aportadas por dos componentes. Por un lado está la evolución del virus y por otro, la acumulación de inmunidad.

Para entender mejor la situación actual será necesario remontarnos a hace dos años. En ese momento sabíamos que SARS-CoV-2 era un virus poco letal, alrededor del 10% de los infectados presentarían síntomas graves y, de ellos, el 30% estaría en riesgo de muerte. La facilidad de contagio era moderada, menor que otras enfermedades como el sarampión, pero, y ese era el verdadero problema, nadie en el mundo tenía inmunidad previa.

Al principio no sabíamos absolutamente nada de cómo nos iba a afectar la enfermedad provocada por la versión original del virus y recordarán ustedes que en la primera ola de la pandemia se hizo énfasis en los respiradores pues se asumía que la enfermedad iba a presentar un cuadro respiratorio similar a la influenza. Sin embargo, las evidencias generadas nos llevaron a un replanteamiento radical. COVID-19 no era una enfermedad respiratoria, sino inflamatoria.

Infartos, trombosis, embolias, y no solamente pulmonares sino en otros órganos como el cerebro y el corazón, esas eran las consecuencias y eso era lo que había que prevenir. El tratamiento se abocó entonces a predecir la aparición de esas complicaciones con pruebas de gabinete y al uso de antiinflamatorios. Lo cual fue, además, muy oportuno, puesto que en México nunca tuvimos ni los respiradores ni el personal capacitado para usarlos en el número necesario para atender la demanda.

El confinamiento de la primera ola ayudó a mantener el número de casos graves dentro de lo manejable, sin embargo, la prematura y desordenada apertura de actividades ocasionó un repunte de graves consecuencias. Cuando llega la ola delta, hace un año, nos encontramos con una variante más contagiosa y más agresiva que la original ante la cual la gran mayoría de la población todavía no teníamos inmunidad.

Las interminables filas en los depósitos de oxígeno, el mercado negro de tanques de oxígeno piratas, las esquelas en redes sociales. Ese fue, sin duda, el peor momento de la pandemia.

Un poco después, se comenzó con la aplicación de vacunas. La decisión de sobrecontrolar este proceso y además priorizarlo con criterios ajenos a las necesidades sanitarias de la población, ocasionó un retraso significativo en la obtención de la tan anhelada inmunidad.

Mientras tanto, la aparición de nuevas variantes siguió ocurriendo en todo el mundo, en particular en aquellos lugares que no habían implementado medidas efectivas contra la transmisión.

Aquí es importante recordar que no fue sino hasta finales del 2020 que las autoridades sanitarias aceptaron que la única vía de transmisión del virus era la inhalación de gotitas de saliva de pacientes infectados por lo que cualquier medida diferente al uso de cubrebocas, distancia social y buena ventilación, era inútil.

Así llegamos hasta la aparición de ómicron, una variante que arrasó con todas las existentes hasta ser la prevalente en todo el mundo. Ómicron es la variante más contagiosa que haya aparecido pero, también, es la menos agresiva. Eso significa que en su evolución el virus optó por mejorar los mecanismos de transmisión a cambio de la virulencia del ataque. Los expertos piensan que ese camino es irreversible y que difícilmente vamos a ver de nuevo el número de casos de la ola delta. Además, ahora ya estamos vacunados.

Entonces, ¿es el fin de la pandemia? La respuesta es no. La pandemia seguirá su curso natural y el virus circulará entre nosotros por algunos años. En todo caso, lo que se termina es la crisis sanitaria. Sin embargo, permanece la necesidad de mantener la tasa de contagio bajo control.

No dejemos que esta experiencia se borre de nuestra memoria sin haber aprendido una lección y es que la mejor atención de una situación de contagio masivo debe ser usando criterios científicos antes que políticos y eso aplica también al levantamiento de las restricciones: mientras el virus siga en circulación deberemos seguir usando cubrebocas cuando estemos en lugares mal ventilados o por mucho tiempo con otras personas como es el transporte público, lugares de trabajo o salones de clases.

Finalmente, no hay que olvidar a todas las personas que desarrollaron problemas crónicos debidos a COVID-19 y que amenaza en convertirse en otro flagelo para millones de familias en todo el mundo.

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