Los ciudadanos no estamos peleados. Nos seguimos saludando en la calle, convivimos sin mayores conflictos, dialogamos y proponemos soluciones a nuestros problemas comunes, y procuramos siempre llevar nuestra existencia de la forma más pacífica posible.
Es decir, pese a los sobresaltos, los miedos, la inseguridad y los fracasos de los políticos, la ciudadanía sigue su cotidianeidad porque sabe en lo práctico e intuye en lo filosófico, todo lo que debe hacer y conoce la importancia de la comunidad para el logro de todos sus fines. Entonces si bien no resulta absurdo proponer un esquema de reconciliación social, sí resulta excesivo en tanto sólo la parte de la sociedad que incluye y sobre la que influyen directamente los políticos es la que parece haberse roto.
La polarización que muchos analistas advierten en la sociedad está presente apenas en algunos grupos fuertemente influidos por la política partidista, y sólo en esa materia. En todo caso, quienes viven de o por la política, quienes respiran su ambiente, son quienes parecen mucho más preocupados por mantener la polaridad grupal. A la mayor parte de los morelenses interesan temas mucho más importantes por su cotidianeidad: el empleo, la seguridad, el desarrollo económico, son los tres asuntos fundamentales para los ciudadanos porque intuyen, con bastante sabiduría, que con ellos pueden solucionarse todos los que los políticos asumen hoy como banderas, como temas de una agenda que nuevamente parece dispuesta a la satisfacción sólo de escandalosas minorías y se aparta de los intereses de la comunidad.
Órdenes jerárquicos elementales, el problema del maltrato infantil –fruto en muchas ocasiones de los fracasos económicos de la familia- tendría que verse como muy superior al de los “animales como seres sintientes”, sin embargo, el despliegue sobre uno y otro es similar, o incluso hasta mayor en el caso de los animales que en el de los niños probablemente derivado de una más de las disfunciones millennials. Una minoría activa abandera a los animales, mientras que los niños, respaldados por una mayoría bastante silenciosa, son relegados del interés público.
Olvidados de la agenda de las mayorías, y dedicados a mantener los enconos entre sus grupos de interés, salvo muy pocas excepciones, los políticos morelenses mantienen incluso en situación de emergencia, el mismo grado de enfrentamiento, de ignorancia, de crispación, que llevó al fracaso a sus antecesores en el poder durante varias administraciones. La nueva clase política no parece haber aprendido nada de las experiencias anteriores (nadie experimenta en cabeza ajena, decían las abuelas), y repiten errores elementales, como el dar la espalda a las mayorías que los respaldaron con sus votos, en detrimento de las minorías que les presionan con actos públicos.
Hay que reconocer a la nueva clase política, eso sí, que no parecen tan proclives a la corrupción como quienes les antecedieron en la administración pública. La mayor parte de los nuevos políticos luce lo bastante decente como para considerar que no se repetirán –no en grado escandaloso, por lo menos- los casos criminales del pasado. Pero quien crea que eso es suficiente se equivoca, sería como pensar que en la selección de la pareja lo único que interesa es la belleza física. La tarea de los políticos incluye la construcción de ambientes de paz y diálogo desde los que se puedan resolver los problemas comunes de la sociedad, empezando por los que más la afectan (el orden de la agenda estará dictado entonces por las necesidades de la mayoría, las posibilidades del Estado, y en menor medida por la respuesta a las presiones de las minorías). Los políticos que entiendan esos órdenes bien podrían considerar una carrera larga en la vida pública. Quienes no deberán pedir milagros para volver a ganar cualquier elección, sin duda los van a necesitar.