/ miércoles 9 de febrero de 2022

Productividad del agua, eje de las políticas públicas en materia hídrica

El crecimiento de la demanda de agua de buena calidad, a un ritmo superior a la renovabilidad del ciclo hidrológico, es objeto de análisis e investigación en círculos técnicos y científicos internacionales. Este crecimiento tiende a ejercer mayor presión sobre los recursos naturales del planeta en este siglo, además de que la calidad de las fuentes de agua ha ido disminuyendo rápidamente debido a la acción humana.

Con la migración de la población del campo a la ciudad y la industrialización, además de ejercer una importante demanda de agua de los manantiales, también exigieron el crecimiento del parque generador de energía eléctrica, lo que a su vez implicó la necesidad del aprovechamiento hidroeléctrico.

Por otra parte, era necesario aumentar la producción de alimentos, que encontraron en la agricultura de regadío el cauce adecuado para satisfacer esta demanda.

En 1850, la población mundial se situaba en torno a los mil millones de habitantes. En el año 2000, este número llegó a 6 mil millones, y la proyección para 2050 alcanzará entre 9 y 10 mil millones.

Entre 1950 y 1990, la demanda de agua se triplicó. Y las proyecciones para 2030 prevén el doble de la demanda actual. El uso de los recursos hídricos se estima actualmente, a nivel mundial, en un 70% del volumen captado de las fuentes de agua para la agricultura de regadío, un 23% para la industria y un 7% para uso doméstico.

En el Estado de Morelos, estas estimaciones son del 61% para la agricultura de riego, 18% para la industria y el 21% para uso doméstico. Los usos industriales y municipales todavía tienen implicaciones importantes para el tratamiento de la calidad del agua y requieren dos tipos de tratamiento para llevarse a cabo.

El primero, el pre procesamiento, para adecuar el agua a sus patrones de uso; y el segundo, un post-tratamiento de efluentes, para reducir o eliminar la presencia de contaminantes. Dependiendo del destino del uso del agua, los parámetros analizados varían dentro de un amplio espectro (pH, sales, microorganismos, coliformes, sodio, calcio, nitratos, nitrógeno, metales pesados, agroquímicos, etc.).

La agricultura, como gran usuaria de los recursos hídricos, ha sido identificada como una de las principales causas del tratamiento irracional de este tema. Sin embargo, aunque puede ser la fuente de algunos problemas, la agricultura puede ser parte de la solución.

La adecuada gestión del agua en la agricultura no puede considerarse un paso independiente dentro este proceso productivo, y debe analizarse dentro de un enfoque sistémico. Dentro de este enfoque, el uso de la cuenca hidrológica como unidad de planificación para acciones integradas, la adopción de estrategias de conservación de suelos y aguas, la recolección de agua de lluvia, como las cuencas de contención de aguas de inundación, el uso de sistemas de gestión que aumentan la infiltración y retención de agua como la siembra directa, el control biológico, el control integrado de plagas y enfermedades y otros, aparecen como alternativas con gran potencial para solucionar este problema. El punto es que, dentro de su sistema de producción, el agricultor puede considerar el agua como uno de sus productos.

No debemos olvidar que la alimentación humana y animal tiene su origen en la agricultura y las expectativas mundiales apuntan a una creciente necesidad de producción de alimentos, con una proyección que señala que podría duplicarse para el año 2025, a nivel internacional.

Esto implica la posible ampliación de la superficie agrícola y/o un aumento de su eficiencia en la producción de alimentos, lo que significa un aumento de la demanda de agua para uso agrícola y/o un aumento de la eficiencia agrícola en el uso del agua.

En 1996, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) estimó la existencia de 850 millones de personas sufriendo hambre en el mundo, equivalente al 14.5% de la población mundial. Con la población mundial creciendo a una tasa promedio de 1.7% por año y el crecimiento de producción de cereales a un ritmo del 1.0% anual, esta proyección ha crecido a 2,500 millones de habitantes para 2025, lo que puede representar más del 30% de la población mundial.

Por otra parte, respecto al Potencial/Disponibilidad de Agua, se conoce con base en estudios/evaluaciones de Naciones Unidas que un país tiene adecuada disponibilidad de recursos hídricos cuando tiene un volumen promedio “per cápita” igual o mayor a 1.700 m3/habitante. Por debajo de esta marca, la situación ya puede considerarse inadecuada, o con tendencia a la escasez.

Si esta media alcanza valores del orden de 1.000 m3/habitante (o inferiores), la condición se considera "crítica". En consecuencia, cualquier proyección de uso de agua, especialmente en núcleos urbanos por debajo de esta línea crítica, debe estar asociado a una gestión de alta eficiencia. Si imaginamos una tasa de crecimiento poblacional de 1.3% anual, entre 1996 y 2025 - por lo tanto, dentro de menos de 20 años - la población crecerá por 45%, por la misma disponibilidad (fija) de recursos hídricos.

Ante este escenario adquiere gran relevancia enfocar las políticas públicas hacia la llamada productividad del agua. La productividad del agua es un concepto relativamente reciente, que busca cuantificar el rendimiento unitario obtenido por cada unidad de volumen de agua utilizada en la elaboración de un determinado producto. En el campo de la producción agrícola, este parámetro se ha representado originalmente en términos de kg/m3 por lo tanto relacionado con la "eficiencia" con la que un determinado cultivo utiliza el agua para transformarla en su producto final.

Cabe mencionar que la productividad del agua agrícola puede estar relacionada con dos aspectos básicos: la capacidad fisiológica/genética de la planta para utilizar el agua en su proceso productivo (adaptación, tolerancia, resistencia, etc.); y la eficiencia del sistema de cultivo/producción (gestión) adoptado.

El escenario existente apunta a la necesidad de centrarse en el agua como insumo estratégico y recurso natural limitado. Desde el punto de vista del insumo estratégico, se debe hacer mayor énfasis en su uso, por lo que se requiere una racionalización de este uso para evitar pérdidas en cantidad (desperdicio) y calidad (contaminación). Desde el punto de vista de los recursos naturales limitados, el enfoque debe estar en producir y preservar agua de buena calidad.

El aspecto de la gestión de los recursos hídricos merece especial atención en la búsqueda de soluciones. Para lograr este objetivo, la gestión de los recursos debe estar adecuadamente enfocada en las prioridades identificadas. Los enfoques deben versar sobre: la gestión de la demanda (racionalización del uso); la gestión del suministro ("producción de agua"); y, la gestión de la calidad.

El gran reto es alcanzar un mejor uso del agua de lluvia a través de la armonización entre el potencial ambiental (suelo y agua) de las regiones, con las características genéticas y fisiológicas de los cultivos, bajo la forma de una zonificación agroecológica con énfasis en las relaciones suelo-agua-planta-ambiente, en un marco de regionalización y caracterización de cultivos para elevar la productividad hídrica.


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El crecimiento de la demanda de agua de buena calidad, a un ritmo superior a la renovabilidad del ciclo hidrológico, es objeto de análisis e investigación en círculos técnicos y científicos internacionales. Este crecimiento tiende a ejercer mayor presión sobre los recursos naturales del planeta en este siglo, además de que la calidad de las fuentes de agua ha ido disminuyendo rápidamente debido a la acción humana.

Con la migración de la población del campo a la ciudad y la industrialización, además de ejercer una importante demanda de agua de los manantiales, también exigieron el crecimiento del parque generador de energía eléctrica, lo que a su vez implicó la necesidad del aprovechamiento hidroeléctrico.

Por otra parte, era necesario aumentar la producción de alimentos, que encontraron en la agricultura de regadío el cauce adecuado para satisfacer esta demanda.

En 1850, la población mundial se situaba en torno a los mil millones de habitantes. En el año 2000, este número llegó a 6 mil millones, y la proyección para 2050 alcanzará entre 9 y 10 mil millones.

Entre 1950 y 1990, la demanda de agua se triplicó. Y las proyecciones para 2030 prevén el doble de la demanda actual. El uso de los recursos hídricos se estima actualmente, a nivel mundial, en un 70% del volumen captado de las fuentes de agua para la agricultura de regadío, un 23% para la industria y un 7% para uso doméstico.

En el Estado de Morelos, estas estimaciones son del 61% para la agricultura de riego, 18% para la industria y el 21% para uso doméstico. Los usos industriales y municipales todavía tienen implicaciones importantes para el tratamiento de la calidad del agua y requieren dos tipos de tratamiento para llevarse a cabo.

El primero, el pre procesamiento, para adecuar el agua a sus patrones de uso; y el segundo, un post-tratamiento de efluentes, para reducir o eliminar la presencia de contaminantes. Dependiendo del destino del uso del agua, los parámetros analizados varían dentro de un amplio espectro (pH, sales, microorganismos, coliformes, sodio, calcio, nitratos, nitrógeno, metales pesados, agroquímicos, etc.).

La agricultura, como gran usuaria de los recursos hídricos, ha sido identificada como una de las principales causas del tratamiento irracional de este tema. Sin embargo, aunque puede ser la fuente de algunos problemas, la agricultura puede ser parte de la solución.

La adecuada gestión del agua en la agricultura no puede considerarse un paso independiente dentro este proceso productivo, y debe analizarse dentro de un enfoque sistémico. Dentro de este enfoque, el uso de la cuenca hidrológica como unidad de planificación para acciones integradas, la adopción de estrategias de conservación de suelos y aguas, la recolección de agua de lluvia, como las cuencas de contención de aguas de inundación, el uso de sistemas de gestión que aumentan la infiltración y retención de agua como la siembra directa, el control biológico, el control integrado de plagas y enfermedades y otros, aparecen como alternativas con gran potencial para solucionar este problema. El punto es que, dentro de su sistema de producción, el agricultor puede considerar el agua como uno de sus productos.

No debemos olvidar que la alimentación humana y animal tiene su origen en la agricultura y las expectativas mundiales apuntan a una creciente necesidad de producción de alimentos, con una proyección que señala que podría duplicarse para el año 2025, a nivel internacional.

Esto implica la posible ampliación de la superficie agrícola y/o un aumento de su eficiencia en la producción de alimentos, lo que significa un aumento de la demanda de agua para uso agrícola y/o un aumento de la eficiencia agrícola en el uso del agua.

En 1996, la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) estimó la existencia de 850 millones de personas sufriendo hambre en el mundo, equivalente al 14.5% de la población mundial. Con la población mundial creciendo a una tasa promedio de 1.7% por año y el crecimiento de producción de cereales a un ritmo del 1.0% anual, esta proyección ha crecido a 2,500 millones de habitantes para 2025, lo que puede representar más del 30% de la población mundial.

Por otra parte, respecto al Potencial/Disponibilidad de Agua, se conoce con base en estudios/evaluaciones de Naciones Unidas que un país tiene adecuada disponibilidad de recursos hídricos cuando tiene un volumen promedio “per cápita” igual o mayor a 1.700 m3/habitante. Por debajo de esta marca, la situación ya puede considerarse inadecuada, o con tendencia a la escasez.

Si esta media alcanza valores del orden de 1.000 m3/habitante (o inferiores), la condición se considera "crítica". En consecuencia, cualquier proyección de uso de agua, especialmente en núcleos urbanos por debajo de esta línea crítica, debe estar asociado a una gestión de alta eficiencia. Si imaginamos una tasa de crecimiento poblacional de 1.3% anual, entre 1996 y 2025 - por lo tanto, dentro de menos de 20 años - la población crecerá por 45%, por la misma disponibilidad (fija) de recursos hídricos.

Ante este escenario adquiere gran relevancia enfocar las políticas públicas hacia la llamada productividad del agua. La productividad del agua es un concepto relativamente reciente, que busca cuantificar el rendimiento unitario obtenido por cada unidad de volumen de agua utilizada en la elaboración de un determinado producto. En el campo de la producción agrícola, este parámetro se ha representado originalmente en términos de kg/m3 por lo tanto relacionado con la "eficiencia" con la que un determinado cultivo utiliza el agua para transformarla en su producto final.

Cabe mencionar que la productividad del agua agrícola puede estar relacionada con dos aspectos básicos: la capacidad fisiológica/genética de la planta para utilizar el agua en su proceso productivo (adaptación, tolerancia, resistencia, etc.); y la eficiencia del sistema de cultivo/producción (gestión) adoptado.

El escenario existente apunta a la necesidad de centrarse en el agua como insumo estratégico y recurso natural limitado. Desde el punto de vista del insumo estratégico, se debe hacer mayor énfasis en su uso, por lo que se requiere una racionalización de este uso para evitar pérdidas en cantidad (desperdicio) y calidad (contaminación). Desde el punto de vista de los recursos naturales limitados, el enfoque debe estar en producir y preservar agua de buena calidad.

El aspecto de la gestión de los recursos hídricos merece especial atención en la búsqueda de soluciones. Para lograr este objetivo, la gestión de los recursos debe estar adecuadamente enfocada en las prioridades identificadas. Los enfoques deben versar sobre: la gestión de la demanda (racionalización del uso); la gestión del suministro ("producción de agua"); y, la gestión de la calidad.

El gran reto es alcanzar un mejor uso del agua de lluvia a través de la armonización entre el potencial ambiental (suelo y agua) de las regiones, con las características genéticas y fisiológicas de los cultivos, bajo la forma de una zonificación agroecológica con énfasis en las relaciones suelo-agua-planta-ambiente, en un marco de regionalización y caracterización de cultivos para elevar la productividad hídrica.


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