/ martes 19 de julio de 2022

Política Mundial | ¿Quién para líder mundial?

El mundo ha vuelto a arder. Tampoco es que haya estado en una calma plena, tan solo habría que recordar los últimos dos años y la cantidad de movimientos económicos, sociales, políticos y comerciales vividos a partir de que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia por COVID-19. Habremos de recordar que fueron momentos de mucha tensión, donde los gobiernos realmente sacaron sus mejores armas para poder atacar la crisis sanitaria a nivel mundial. Sin embargo, el mundo se ha acostumbrado a vivir con la COVID-19. Todo volvió a la normalidad, claro, con un concepto de “nueva normalidad” pero que, sin embargo, volvió a ser y parecer lo mismo que antes de declararse la pandemia. Lo único realmente trascendente fue el que ahora tenemos vacunas –casi todos– y que para todo –casi siempre– usamos cubrebocas.

Entonces, luego de retomar las actividades del mundo, cuando parecía que realmente habríamos de aprender a convivir mejor y entre naciones a través de la cooperación internacional, el planeta y sus gobernantes, volvieron a lo mismo de siempre. La guerra en Ucrania revivió los odios pasados y reanimó con mayor énfasis el desarrollo de la lucha por la supremacía global. El mundo se acordó de sus problemas, de que son pocos los países que han mantenido una hegemonía global y personajes como Volodímir Zelenski surgieron para recordarle a los de siempre que no deberían perder la hegemonía global, a pesar de las palabras de aliento emitidas durante los últimos dos años.

Y no es que el presidente ucraniano fuese el único que salió de entre las tinieblas, sino que otros personajes retomaron el rumbo del expansionismo geográfico, ideológico, político y económico, como en los casos de Xi Jinping en China, de Jair Bolsonaro en Brasil, de Olaf Scholz en Alemania o del mismísimo Vladimir Putin en Rusia. Empero, otros grandes gobernantes que parecía que podrían competir en este nuevo plan para dominar al mundo, se fueron apagando e, incluso, simplemente optaron por no seguir en la lucha, como en los casos de Angela Merkel en Alemania o de Boris Johnson en el Reino Unido.

A pesar de ello, los casos más graves de pérdida de liderazgo a nivel global, a criterio de quien escribe estas líneas, tiene que ver con los que aún siguen en el poder, pero que no significa mucho para el devenir internacional o que, peor aún, simplemente no han hecho lo suficientemente necesario para contrarrestar los efectos negativos de las crisis sanitaria, económica y bélica, provocada por la Covid-19, la inflación o la guerra, respectivamente.

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Cuando parecía que la oportunidad de retomar el control del mundo de parte de los de siempre estaba en puerta y con la mesa servida, nada de lo que los gobernantes como Joe Biden en Estados Unidos, Emmanuel Macron en Francia o Fumio Kishida en Japón ha sido suficientemente importante para detonar una nueva mundialización en este renacer pospandémico. Al contrario, las grietas surgidas a partir de la inoperancia o incapacidad de los gobernantes, ha golpeado al mundo y ha provocado que el proceso de globalización solamente sea visto como un efecto negativo por el impacto directo en la economía de los ciudadanos del mundo, pero no como un beneficio que pueda traer desarrollo y crecimiento para las naciones en general.

Los gobiernos de siempre, aquellos que otrora conquistaran y se repartieran al mundo han perdido credibilidad. Ni reuniéndose en la OTAN han impedido que Rusia continúe su ataque en Ucrania y, por ende, al resto del mundo a través del desabasto alimentario que tiene al planeta en crisis y que tiene, mayormente, a los europeos al borde del abismo luego de no poder garantizar un abasto de energéticos para pasar adecuadamente el invierno que viene.

Ni el francés Macron, ni el estadounidense Biden, ni el británico Johnson (que ya se va), ni el alemán Scholz, mucho menos el italiano Draghi (que también ya se quiere ir), ni el japonés Kishida (que es menos importante que el difunto Abe), ni el canadiense Trudeau han logrado nada de lo que ya tenían hasta antes de la pandemia. Ninguno ha parado a Putin, del lado de la guerra en Ucrania, ni tampoco han logrado detener el avance del poderío comercial y económico de China que hasta a América Latina ha metido en la nueva ruta de la seda.

Entonces, los números y las expectativas de mejora en las naciones que tradicionalmente han sido apoyadas y hasta gobernadas por los miembros del G7, no han sido un fenómeno ni un indicador que motive a que las naciones emergentes les sigan fieles como hasta hace un par de años. Al contrario, la pandemia y la guerra en Ucrania ha sido un aliciente para que los bloques regionales emanados del Sur Global se fortalezcan y sigan adelante en sus intentos por obtener beneficios que ni Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Japón o Canadá han sido capaces de solventar, sobre todo, porque en el propio G7 algunos de los líderes han cambiado mientras otros no son lo suficientemente importantes o porque, simplemente, el mundo se ha olvidado de ellos al considerarles timoratos.

Luego, el mundo deberá estar atento a los nuevos liderazgos que puedan surgir de integraciones como la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) o la propia Unión Africana (UA) que abordan más de una tercera parte de las naciones del mundo y que ahora tienen una fuerte subordinación de la economía china, pero que, sin embargo, aún no tienen el grado de dependencia social o política de los mismos chinos, dejando así un hueco de liderazgo que ni China, ni Rusia ni el G7 o la OTAN han podido llenar luego del renacer político, social, económico y comercial del mundo a partir de la pandemia.

Alguien tendrá que aprovechar esa oportunidad, el punto es que nadie puede o quiere todavía.

Twitter: @fabrecam

El mundo ha vuelto a arder. Tampoco es que haya estado en una calma plena, tan solo habría que recordar los últimos dos años y la cantidad de movimientos económicos, sociales, políticos y comerciales vividos a partir de que la Organización Mundial de la Salud declaró la pandemia por COVID-19. Habremos de recordar que fueron momentos de mucha tensión, donde los gobiernos realmente sacaron sus mejores armas para poder atacar la crisis sanitaria a nivel mundial. Sin embargo, el mundo se ha acostumbrado a vivir con la COVID-19. Todo volvió a la normalidad, claro, con un concepto de “nueva normalidad” pero que, sin embargo, volvió a ser y parecer lo mismo que antes de declararse la pandemia. Lo único realmente trascendente fue el que ahora tenemos vacunas –casi todos– y que para todo –casi siempre– usamos cubrebocas.

Entonces, luego de retomar las actividades del mundo, cuando parecía que realmente habríamos de aprender a convivir mejor y entre naciones a través de la cooperación internacional, el planeta y sus gobernantes, volvieron a lo mismo de siempre. La guerra en Ucrania revivió los odios pasados y reanimó con mayor énfasis el desarrollo de la lucha por la supremacía global. El mundo se acordó de sus problemas, de que son pocos los países que han mantenido una hegemonía global y personajes como Volodímir Zelenski surgieron para recordarle a los de siempre que no deberían perder la hegemonía global, a pesar de las palabras de aliento emitidas durante los últimos dos años.

Y no es que el presidente ucraniano fuese el único que salió de entre las tinieblas, sino que otros personajes retomaron el rumbo del expansionismo geográfico, ideológico, político y económico, como en los casos de Xi Jinping en China, de Jair Bolsonaro en Brasil, de Olaf Scholz en Alemania o del mismísimo Vladimir Putin en Rusia. Empero, otros grandes gobernantes que parecía que podrían competir en este nuevo plan para dominar al mundo, se fueron apagando e, incluso, simplemente optaron por no seguir en la lucha, como en los casos de Angela Merkel en Alemania o de Boris Johnson en el Reino Unido.

A pesar de ello, los casos más graves de pérdida de liderazgo a nivel global, a criterio de quien escribe estas líneas, tiene que ver con los que aún siguen en el poder, pero que no significa mucho para el devenir internacional o que, peor aún, simplemente no han hecho lo suficientemente necesario para contrarrestar los efectos negativos de las crisis sanitaria, económica y bélica, provocada por la Covid-19, la inflación o la guerra, respectivamente.

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Cuando parecía que la oportunidad de retomar el control del mundo de parte de los de siempre estaba en puerta y con la mesa servida, nada de lo que los gobernantes como Joe Biden en Estados Unidos, Emmanuel Macron en Francia o Fumio Kishida en Japón ha sido suficientemente importante para detonar una nueva mundialización en este renacer pospandémico. Al contrario, las grietas surgidas a partir de la inoperancia o incapacidad de los gobernantes, ha golpeado al mundo y ha provocado que el proceso de globalización solamente sea visto como un efecto negativo por el impacto directo en la economía de los ciudadanos del mundo, pero no como un beneficio que pueda traer desarrollo y crecimiento para las naciones en general.

Los gobiernos de siempre, aquellos que otrora conquistaran y se repartieran al mundo han perdido credibilidad. Ni reuniéndose en la OTAN han impedido que Rusia continúe su ataque en Ucrania y, por ende, al resto del mundo a través del desabasto alimentario que tiene al planeta en crisis y que tiene, mayormente, a los europeos al borde del abismo luego de no poder garantizar un abasto de energéticos para pasar adecuadamente el invierno que viene.

Ni el francés Macron, ni el estadounidense Biden, ni el británico Johnson (que ya se va), ni el alemán Scholz, mucho menos el italiano Draghi (que también ya se quiere ir), ni el japonés Kishida (que es menos importante que el difunto Abe), ni el canadiense Trudeau han logrado nada de lo que ya tenían hasta antes de la pandemia. Ninguno ha parado a Putin, del lado de la guerra en Ucrania, ni tampoco han logrado detener el avance del poderío comercial y económico de China que hasta a América Latina ha metido en la nueva ruta de la seda.

Entonces, los números y las expectativas de mejora en las naciones que tradicionalmente han sido apoyadas y hasta gobernadas por los miembros del G7, no han sido un fenómeno ni un indicador que motive a que las naciones emergentes les sigan fieles como hasta hace un par de años. Al contrario, la pandemia y la guerra en Ucrania ha sido un aliciente para que los bloques regionales emanados del Sur Global se fortalezcan y sigan adelante en sus intentos por obtener beneficios que ni Estados Unidos, Alemania, Reino Unido, Francia, Italia, Japón o Canadá han sido capaces de solventar, sobre todo, porque en el propio G7 algunos de los líderes han cambiado mientras otros no son lo suficientemente importantes o porque, simplemente, el mundo se ha olvidado de ellos al considerarles timoratos.

Luego, el mundo deberá estar atento a los nuevos liderazgos que puedan surgir de integraciones como la Asociación de Naciones del Sureste Asiático (ASEAN), la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) o la propia Unión Africana (UA) que abordan más de una tercera parte de las naciones del mundo y que ahora tienen una fuerte subordinación de la economía china, pero que, sin embargo, aún no tienen el grado de dependencia social o política de los mismos chinos, dejando así un hueco de liderazgo que ni China, ni Rusia ni el G7 o la OTAN han podido llenar luego del renacer político, social, económico y comercial del mundo a partir de la pandemia.

Alguien tendrá que aprovechar esa oportunidad, el punto es que nadie puede o quiere todavía.

Twitter: @fabrecam