/ martes 18 de octubre de 2022

La hipocresía de los discursos de guerra

El presidente francés, Emmanuel Macron, ha levantado la voz al decir textualmente que no está a favor de la guerra y que no la quieren. Sin embargo, el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, ha comentado que si Rusia lanzara una ofensiva militar nuclear en contra de Ucrania esto sería motivo para que occidente contestara con una respuesta tan poderosa que serían capaces de aniquilar al ejército ruso; incluso ha comentado que, así como el presidente ruso no está jugando, la Unión Europea, los Estados Unidos y la OTAN tampoco lo están haciendo.

El punto es que, aunque los mandatarios indican que no quieren la guerra, los siguientes renglones demostrarán que los hechos son diferentes y que una cosa es decir algo y otra es aplicarlo pues, históricamente, la guerra siempre ha sido una gran oportunidad para demostrar poderío político y económico. Ante esta idea, tan solo habría que recordar lo ocurrido en las grandes guerras mundiales del siglo anterior.

Y es que el conflicto va más allá de Ucrania, pues en algún momento el presidente Putin declaró “en efecto, Rusia y Estados Unidos fueron aliados durante los dos conflictos trágicos de las guerras mundiales, lo que nos permite pensar que hay algo que nos une objetivamente en los momentos difíciles y, creo que tiene que ver con la geopolítica, con intereses y también con un componente moral”; es así que de esta forma Europa ha quedado relegada y tenga que buscar la forma de entrar en la disputa del poder global, donde claramente ya no tiene injerencia debido al poderío estadounidense y al ascenso chino.

Se entiende entonces el discurso del representante de la Unión Europea cuando dice que defenderán a Ucrania si Rusia le ataca, pues no lo harán por ayudar a Ucrania solamente, sino por participar de la disputa del poder global en donde ya no son importantes a través de la guerra.

En el plano teórico, sucede que el propio Kant ya había propuesto, hace más de 200 años, que la guerra fuera ilegal, incluso a pesar de que Max Weber sostuvo, en la misma época, que son los intereses quienes dominan las acciones de los hombres. Es más, en el arte de la guerra se habla de tres elementos, los cuales se refieren a la estrategia, la táctica y la logística militar, de las cuales la Unión Europea ha empezado a aplicar al lanzar la amenaza a Rusia sobre un posible ataque nuclear, donde el término acuñado por Rousseau, conocido como “guerra total”, sirve de inspiración para recordar que el fin justifica los medios.

Por otro lado, en la praxis se debe comprender la importancia que para los países occidentales tiene una guerra, pero una verdaderamente, declarada pues, ya que tan solo en la década anterior, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania e Italia representaron casi el 50% del gasto militar que se empleó a nivel mundial.

Y es que la historia nos dice que, desde la teoría eurocentrista, han existido una serie de movimientos que han provocado conflictos bélicos alrededor del mundo, del de entonces y del de ahora; ejemplo de ello pueden ser las conquistas llevadas a cabo por el Imperio Romano, el expansionismo español en los siglos XV y XVI, las ideas expansivas de Francia y los Luises XIII, XIV y XV o lo hecho por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

El problema es que todos ellos terminaron perdiendo en temas económicos, políticos y sociales luego de haber intentado semejantes actividades militares, sin embargo, los casos contrarios de estos ejemplos los tienen países como Reino Unido y Estados Unidos de América, quienes se han visto beneficiados de todas las invasiones y guerras (aun no declaradas) que han sucedido desde el inicio de la Guerra Fría, pues las afectaciones han sido más positivas que negativas.

Es decir, mientras en algunos pasajes de la historia los gobiernos terminaron pereciendo, para los occidentales que siguen vigentes y que ahora dicen no a la guerra, esta ha sido un punto medular para mantener su economía y la posterior hegemonía a nivel global pues, como lo enuncian Walter Astié-Burgos y María Cristina Rosas, las fuerzas armadas creadas en estas naciones han servido para potenciar empresas que van desde “automóviles, vehículos todo terreno, neumáticos, medicinas, hamburguesas, pavos navideños, anteojos para el sol, protectores solares, agujetas, cinturones, uniformes o jabón”, entre otros, sin olvidar industrias como la del petróleo, electricidad, automotriz y ¡hasta cinematográfica!.

Es por ello que cuando escuchamos a los presidentes decir que no quieren la guerra, la realidad es que su discurso populista les obliga a decir palabras que no quieren o que no sienten porque lo que en realidad están buscando es fortalecer y justificar el gasto militar que tienen en acciones tan simples reflejados en complejos militares industriales, centros universitarios y de investigación o cuerpos “diplomáticos” distribuidos por todo el mundo.

Así, cuando Macron diga en todos los idiomas posibles que no quiere la guerra, habrá que dudar si realmente es lo que quiere o simplemente está preparando los oídos sociales para que la palabra guerra comience a normalizarse en el discurso diario de las sociedades occidentales que, como a finales del siglo XIX, caerán de nuevo en una paz armada que, para quienes no lo recuerden, terminó en Guerra Mundial.

Ojalá esta nueva paz armada provocada por un supuesto discurso no repita la historia de los europeos del siglo XIX, sin embargo, todo puede suceder tal y como lo enunciaron Evans y Newnham: la guerra continuará siendo un empeño primario del ser humano.


Fernando Abrego Camarillo es Doctor en Ciencias Administrativas por el IPN. Profesor de telesecundaria en los SEIEM además de investigador y catedrático de tiempo completo en la academia de Bloques Regionales de la Escuela Superior de Comercio y Administración Unidad Santo Tomás en el IPN. Sígalo en @fabrecam


El presidente francés, Emmanuel Macron, ha levantado la voz al decir textualmente que no está a favor de la guerra y que no la quieren. Sin embargo, el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, ha comentado que si Rusia lanzara una ofensiva militar nuclear en contra de Ucrania esto sería motivo para que occidente contestara con una respuesta tan poderosa que serían capaces de aniquilar al ejército ruso; incluso ha comentado que, así como el presidente ruso no está jugando, la Unión Europea, los Estados Unidos y la OTAN tampoco lo están haciendo.

El punto es que, aunque los mandatarios indican que no quieren la guerra, los siguientes renglones demostrarán que los hechos son diferentes y que una cosa es decir algo y otra es aplicarlo pues, históricamente, la guerra siempre ha sido una gran oportunidad para demostrar poderío político y económico. Ante esta idea, tan solo habría que recordar lo ocurrido en las grandes guerras mundiales del siglo anterior.

Y es que el conflicto va más allá de Ucrania, pues en algún momento el presidente Putin declaró “en efecto, Rusia y Estados Unidos fueron aliados durante los dos conflictos trágicos de las guerras mundiales, lo que nos permite pensar que hay algo que nos une objetivamente en los momentos difíciles y, creo que tiene que ver con la geopolítica, con intereses y también con un componente moral”; es así que de esta forma Europa ha quedado relegada y tenga que buscar la forma de entrar en la disputa del poder global, donde claramente ya no tiene injerencia debido al poderío estadounidense y al ascenso chino.

Se entiende entonces el discurso del representante de la Unión Europea cuando dice que defenderán a Ucrania si Rusia le ataca, pues no lo harán por ayudar a Ucrania solamente, sino por participar de la disputa del poder global en donde ya no son importantes a través de la guerra.

En el plano teórico, sucede que el propio Kant ya había propuesto, hace más de 200 años, que la guerra fuera ilegal, incluso a pesar de que Max Weber sostuvo, en la misma época, que son los intereses quienes dominan las acciones de los hombres. Es más, en el arte de la guerra se habla de tres elementos, los cuales se refieren a la estrategia, la táctica y la logística militar, de las cuales la Unión Europea ha empezado a aplicar al lanzar la amenaza a Rusia sobre un posible ataque nuclear, donde el término acuñado por Rousseau, conocido como “guerra total”, sirve de inspiración para recordar que el fin justifica los medios.

Por otro lado, en la praxis se debe comprender la importancia que para los países occidentales tiene una guerra, pero una verdaderamente, declarada pues, ya que tan solo en la década anterior, Estados Unidos, Reino Unido, Francia, Alemania e Italia representaron casi el 50% del gasto militar que se empleó a nivel mundial.

Y es que la historia nos dice que, desde la teoría eurocentrista, han existido una serie de movimientos que han provocado conflictos bélicos alrededor del mundo, del de entonces y del de ahora; ejemplo de ello pueden ser las conquistas llevadas a cabo por el Imperio Romano, el expansionismo español en los siglos XV y XVI, las ideas expansivas de Francia y los Luises XIII, XIV y XV o lo hecho por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial.

El problema es que todos ellos terminaron perdiendo en temas económicos, políticos y sociales luego de haber intentado semejantes actividades militares, sin embargo, los casos contrarios de estos ejemplos los tienen países como Reino Unido y Estados Unidos de América, quienes se han visto beneficiados de todas las invasiones y guerras (aun no declaradas) que han sucedido desde el inicio de la Guerra Fría, pues las afectaciones han sido más positivas que negativas.

Es decir, mientras en algunos pasajes de la historia los gobiernos terminaron pereciendo, para los occidentales que siguen vigentes y que ahora dicen no a la guerra, esta ha sido un punto medular para mantener su economía y la posterior hegemonía a nivel global pues, como lo enuncian Walter Astié-Burgos y María Cristina Rosas, las fuerzas armadas creadas en estas naciones han servido para potenciar empresas que van desde “automóviles, vehículos todo terreno, neumáticos, medicinas, hamburguesas, pavos navideños, anteojos para el sol, protectores solares, agujetas, cinturones, uniformes o jabón”, entre otros, sin olvidar industrias como la del petróleo, electricidad, automotriz y ¡hasta cinematográfica!.

Es por ello que cuando escuchamos a los presidentes decir que no quieren la guerra, la realidad es que su discurso populista les obliga a decir palabras que no quieren o que no sienten porque lo que en realidad están buscando es fortalecer y justificar el gasto militar que tienen en acciones tan simples reflejados en complejos militares industriales, centros universitarios y de investigación o cuerpos “diplomáticos” distribuidos por todo el mundo.

Así, cuando Macron diga en todos los idiomas posibles que no quiere la guerra, habrá que dudar si realmente es lo que quiere o simplemente está preparando los oídos sociales para que la palabra guerra comience a normalizarse en el discurso diario de las sociedades occidentales que, como a finales del siglo XIX, caerán de nuevo en una paz armada que, para quienes no lo recuerden, terminó en Guerra Mundial.

Ojalá esta nueva paz armada provocada por un supuesto discurso no repita la historia de los europeos del siglo XIX, sin embargo, todo puede suceder tal y como lo enunciaron Evans y Newnham: la guerra continuará siendo un empeño primario del ser humano.


Fernando Abrego Camarillo es Doctor en Ciencias Administrativas por el IPN. Profesor de telesecundaria en los SEIEM además de investigador y catedrático de tiempo completo en la academia de Bloques Regionales de la Escuela Superior de Comercio y Administración Unidad Santo Tomás en el IPN. Sígalo en @fabrecam