Por Mitzi Pineda
De cara al cierre del sexenio, reflexiono sobre lo que ha significado para mí participar en la construcción de este proyecto de país. Ha sido un privilegio compartir este espacio con profesionales comprometidos que han dedicado su capacidad y esfuerzo a forjar una nueva realidad.
En este marco de cierre, quiero explorar los principios promovidos por el Presidente Andrés Manuel López Obrador y reflexionar sobre cómo se ha resignificado el valor del servidor público. La materialización de este actuar radica en la implementación de las políticas públicas, que requieren de presupuesto, personal y normas para ser efectivas. Asignar recursos implica elegir y priorizar, revelando los valores que guían estas decisiones.
Elegir una política sobre otra equivale a priorizar un valor o principio. Sin temor a equivocarme, diría que el valor prevaleciente ha sido la democracia, misma que se refuerza con la frase que ha utilizado para hacer alusión a los principios de su gobierno:
“Por el bien de todos, primero los pobres”
Ahora bien, desarrollo tres ideas sobre cómo se ha resignificado el valor del servidor público, desplazando la concepción de que no es un trabajo, sino quien construye un país.
La política de austeridad en el servicio público
Como señala Luis F. Aguilar Villanueva, el rol ético y moral de los servidores públicos debe determinar el desempeño de sus funciones. Aguilar propone dos principios: justicia y bien común como los elementos que guíen cada decisión y acción y subraya que los funcionarios tienen la responsabilidad de responder no solo ante sus superiores, sino principalmente ante la sociedad a la que sirven. Es decir, el funcionario público tiene como principal mandato servir al interés público.
Uno de los principios rectores ha sido la austeridad, reflejada en la frase: “No puede haber gobierno rico y pueblo pobre”. La acción consecuente fue el tope a los salarios de los funcionarios públicos, nunca superior al salario del presidente. Lo anterior, habla de una congruencia ética, estableciendo una congruencia ética con el mandato de servir al interés público. Esto no quiere decir que un trabajador de gobierno no pueda aspirar a mejorar sus condiciones de vida, sino que la aspiración de hacerse rico no es compatible con el valor del servicio y servidor público.
Ser funcionarios de territorio, no de escritorio
Wayne Parsons señala que el rol del funcionario es mediar entre las demandas sociales y la acción gubernamental, asegurando que las políticas sean flexibles y se adapten a la realidad cambiante. A diferencia de la acción política, que suele ser más rígida y orientada por intereses particulares, el funcionamiento de las oficinas ejecutoras de política debe ser capaz de reconocer las áreas de oportunidad y reivindicar sus acciones en función de los resultados obtenidos.
Un ejemplo de esto fue la participación de la Secretaría de Bienestar y la Secretaría del Trabajo y Previsión Social frente a los efectos del huracán Otis en Acapulco y Coyuca, Guerrero. Si bien los programas sociales que ambas secretarías ejecutan estaban adecuados a criterios específicos, fue posible focalizar el apoyo a la población que se encontraba en condiciones de emergencia. Las y los funcionarios de las representaciones nacionales de la Secretaría del Bienestar asistieron en apoyo a la coordinación del censo a las viviendas afectadas, la Secretaría del Trabajo amplió su convocatoria para dar becas a jóvenes que en ese momento, por las afectaciones a Acapulco como destino turístico, sus ingresos se suspendieron. El programa Jóvenes Construyendo el Futuro, a través de la entrega de subsidios, no solo apoyó en las labores de censo, limpieza y reparto de despensas, sino que también permitió a los jóvenes contribuir en la reconstrucción de sus propias viviendas mientras la economía local se recuperaba.
Lo anterior demuestra que los funcionarios públicos no solo implementan políticas, sino que ajustan y corrigen sus acciones según el contexto, convirtiéndose en un puente vital entre las decisiones políticas y la realidad social.
El ser servidor de la nación
Janet V. Denhardt y Robert B. Denhardt subrayan que el servicio público debe centrarse en servir a la comunidad, no solo en administrar o distribuir servicios desde una perspectiva tecnocrática. Esto implica que las políticas públicas no son simplemente decisiones técnicas, sino que deben reflejar los valores, prioridades y demandas. Este enfoque resalta la importancia de ver a los ciudadanos no como receptores, sino como socios activos en la construcción de políticas y decisiones gubernamentales.
Ser funcionario público es servir, no repartir. Un ejemplo de ellos fue la figura de los servidores de la nación, quienes recorren pueblos, cerros y caminos rurales para acercar a la población más vulnerable información sobre sus derechos y programas sociales. Durante la pandemia informaron sobre las medidas de protección, organizaron el proceso de vacunación y, en general, ayudan a facilitar, organizar y coordinar a los derechohabientes de los Programas de Bienestar. La figura del servidor, al ser requisito necesario formar parte de la comunidad a la que atienden, desplazó la concepción de los intermediarios, acercando lo que por derecho le corresponde a las población más vulnerable.
En conclusión, ser funcionario público es mucho más que ocupar un puesto en el gobierno; es un compromiso constante con la sociedad y un acto de renovación continua. Implica reconocer que cada decisión tiene un impacto en la vida de las personas y que el verdadero éxito de una política pública no se mide en su implementación, sino en la capacidad de mejorar la realidad social. Ha sido un honor personal abonar a la transformación de la vida pública del país, redignificar el papel del servidor público y sueño con continuar en la edificación de este segundo piso. Gracias.
MITZI PINEDA es asociada del Programa Jóvenes Comexi. Internacionalista, maestra en administración y políticas públicas por el CIDE y funcionaria pública.