/ miércoles 3 de agosto de 2022

Poliescenarios | La marea rosa asciende: identificando lo nuevo en lo viejo

Gisela Pereyra Doval

La región latinoamericana suele sortear en conjunto las distintas situaciones políticas. Los diferentes momentos históricos —independencias, crisis económicas, gobiernos conservadores, autoritarios, golpes de estado, dictaduras militares, democratización— son procesos que se han dado casi simultáneamente en nuestros países. Lo mismo ha sucedido a partir de las redemocratizaciones en la década del ochenta y la posterior implementación del Consenso de Washington por parte de gobiernos neoliberales.

Como respuesta a las crisis económicas y sociales dejadas por la implementación política del neoliberalismo, la región vivió, durante la primera década del siglo XXI, procesos políticos caracterizados como el ascenso de la Marea Rosa. El denominador común de dichos procesos fue el resultado de las elecciones realizadas en el ocaso de la década neoliberal que daban como ganadores a gobiernos de corte progresista. Una década después, el debate cobró nuevos bríos con los ciclos electorales en los cuales triunfaron líderes etiquetados de derecha.

A partir del nuevo ciclo electoral, se discute el regreso de una Marea Rosa a la política latinoamericana. En la mayoría de nuestros países, esto también se visualiza como una consecuencia directa del triunfo electoral de las oposiciones. En este sentido, si bien ambas mareas fueron consecuencias de tensiones estructurales, los contextos son distintos con lo que variables sistémicas y domésticas se conjugan para dar resultados seguramente diferentes.

¿Qué es lo que se mantiene en la región?

El retorno de gobiernos de centroizquierda en la región no se da sobre el vacío. Existen una serie de constantes con relación a la primera Marea Rosa, las cuales se consolidan y dan cuenta, en algunos casos, del surgimiento de nuevas agendas e intereses globales, que necesariamente nos atraviesan.

Primeramente, América Latina es una zona de paz. Durante las décadas del ochenta y del noventa fueron creados diversos mecanismos de solución pacífica de las controversias, como la ZPACAS. En enero de 2014, durante la II Cumbre de la CELAC, se proclamó a América Latina y el Caribe como zona de paz. En aquella reunión los 33 países miembros de la Comunidad anunciaron su renuncia al uso de la fuerza para resolver disputas con sus vecinos.

En segundo lugar, América Latina es un repositorio de materias primas y energía. Los recursos estratégicos varían según el progreso técnico y el aumento de la demanda. Así a los recursos naturales tradicionales, se le agregan aquellos que se tornan estratégicos al estar recientemente vinculados con la producción de nuevas tecnologías, como el litio y las llamadas tierras raras.

Finalmente, América Latina es una zona de protección ambiental. Con el 50% de las especies del planeta, tiene un mayor porcentaje de áreas protegidas que cualquier otra región. A pesar de que en varias economías se basan en el modelo extractivista, América Latina toma recaudos para preservar sus ecosistemas. Este escenario, positivo para la región, atrae a actores centrales del sistema, como Estados Unidos y China, lo que la vuelve un escenario en pugna por el acceso privilegiado y el control de dichos recursos.

¿Qué es lo que cambia en esta nueva Marea Rosa?

En los últimos años, China se ha consolidado como gran potencia y, de manera bilateral o a través del BRI, se ha convertido en el principal socio comercial de varios estados de la región, desplazando a Estados Unidos. El otrora faro hemisférico no tiene nada que ofrecer a la región, y falla hasta en aglutinar a los estados bajo un alineamiento integral. Con el BRI y la Comunidad de Destino, China ha inaugurado en el mundo una nueva lógica de alineamiento, no strings attached. Hay un debate pendiente entre los alineamientos que planteaba el sistema interamericano y cómo generamos un nuevo alineamiento en situaciones de crisis. Para ello se necesitan otros principios ordenadores que excedan la disciplina del poder crudo.

Por otra parte, la construcción de un espacio latinoamericano como ámbito para la gobernanza regional y la cooperación internacional está cuestionado. Existe una tendencia a la desconexión que se expresa a través de la destrucción o abandono de algunos espacios de encuentro creados o reforzados durante la primera Marea Rosa, como la UNASUR, o la debilidad y la falta de acuerdo de los países miembros de algunos procesos de integración como el MERCOSUR.

La pandemia profundizó y desnudó en nuestros países el impacto de la desigualdad. En este sentido, el último Informe Especial de la CEPAL nos dice que la cifra de los muertos en la región equivale al 32% del total mundial de fallecimientos, una proporción casi cuatro veces mayor que la de la población de la región en relación a la población mundial (8,4%). Esto es el último gran signo de debilidad, porque la enfermedad no se pudo contener, entre otras cosas, por las diversas crisis sociales domésticas de cada uno de los países, pero la incontinencia también expresa un símbolo de la crisis del sistema interamericano y subregional.

La debilidad de los Estados de Bienestar y la proliferación de gobiernos de derecha extrema en todo el globo con sus tendencias al antiglobalismo, la xenofobia y el autoritarismo se tradujeron escasos vínculos de cooperación. En un contexto de fuerte caída económica y aumento sostenido de los precios de los commodities, al virus se sumó la guerra entre Rusia y Ucrania que aumentó la inseguridad alimentaria y la escasez energética. Esto ligado a los muchos consensos inacabados de los líderes latinoamericanos se tradujo en aumentos sin precedentes del desempleo, caídas de los ingresos e incrementos de la pobreza y la desigualdad que exacerbaron los problemas estructurales. Tal es así que vuelve a hablarse de una década perdida.

La nueva ola rosa asume con un mar embravecido.

Twitter: @DovalGisela

Gisela Pereyra Doval

La región latinoamericana suele sortear en conjunto las distintas situaciones políticas. Los diferentes momentos históricos —independencias, crisis económicas, gobiernos conservadores, autoritarios, golpes de estado, dictaduras militares, democratización— son procesos que se han dado casi simultáneamente en nuestros países. Lo mismo ha sucedido a partir de las redemocratizaciones en la década del ochenta y la posterior implementación del Consenso de Washington por parte de gobiernos neoliberales.

Como respuesta a las crisis económicas y sociales dejadas por la implementación política del neoliberalismo, la región vivió, durante la primera década del siglo XXI, procesos políticos caracterizados como el ascenso de la Marea Rosa. El denominador común de dichos procesos fue el resultado de las elecciones realizadas en el ocaso de la década neoliberal que daban como ganadores a gobiernos de corte progresista. Una década después, el debate cobró nuevos bríos con los ciclos electorales en los cuales triunfaron líderes etiquetados de derecha.

A partir del nuevo ciclo electoral, se discute el regreso de una Marea Rosa a la política latinoamericana. En la mayoría de nuestros países, esto también se visualiza como una consecuencia directa del triunfo electoral de las oposiciones. En este sentido, si bien ambas mareas fueron consecuencias de tensiones estructurales, los contextos son distintos con lo que variables sistémicas y domésticas se conjugan para dar resultados seguramente diferentes.

¿Qué es lo que se mantiene en la región?

El retorno de gobiernos de centroizquierda en la región no se da sobre el vacío. Existen una serie de constantes con relación a la primera Marea Rosa, las cuales se consolidan y dan cuenta, en algunos casos, del surgimiento de nuevas agendas e intereses globales, que necesariamente nos atraviesan.

Primeramente, América Latina es una zona de paz. Durante las décadas del ochenta y del noventa fueron creados diversos mecanismos de solución pacífica de las controversias, como la ZPACAS. En enero de 2014, durante la II Cumbre de la CELAC, se proclamó a América Latina y el Caribe como zona de paz. En aquella reunión los 33 países miembros de la Comunidad anunciaron su renuncia al uso de la fuerza para resolver disputas con sus vecinos.

En segundo lugar, América Latina es un repositorio de materias primas y energía. Los recursos estratégicos varían según el progreso técnico y el aumento de la demanda. Así a los recursos naturales tradicionales, se le agregan aquellos que se tornan estratégicos al estar recientemente vinculados con la producción de nuevas tecnologías, como el litio y las llamadas tierras raras.

Finalmente, América Latina es una zona de protección ambiental. Con el 50% de las especies del planeta, tiene un mayor porcentaje de áreas protegidas que cualquier otra región. A pesar de que en varias economías se basan en el modelo extractivista, América Latina toma recaudos para preservar sus ecosistemas. Este escenario, positivo para la región, atrae a actores centrales del sistema, como Estados Unidos y China, lo que la vuelve un escenario en pugna por el acceso privilegiado y el control de dichos recursos.

¿Qué es lo que cambia en esta nueva Marea Rosa?

En los últimos años, China se ha consolidado como gran potencia y, de manera bilateral o a través del BRI, se ha convertido en el principal socio comercial de varios estados de la región, desplazando a Estados Unidos. El otrora faro hemisférico no tiene nada que ofrecer a la región, y falla hasta en aglutinar a los estados bajo un alineamiento integral. Con el BRI y la Comunidad de Destino, China ha inaugurado en el mundo una nueva lógica de alineamiento, no strings attached. Hay un debate pendiente entre los alineamientos que planteaba el sistema interamericano y cómo generamos un nuevo alineamiento en situaciones de crisis. Para ello se necesitan otros principios ordenadores que excedan la disciplina del poder crudo.

Por otra parte, la construcción de un espacio latinoamericano como ámbito para la gobernanza regional y la cooperación internacional está cuestionado. Existe una tendencia a la desconexión que se expresa a través de la destrucción o abandono de algunos espacios de encuentro creados o reforzados durante la primera Marea Rosa, como la UNASUR, o la debilidad y la falta de acuerdo de los países miembros de algunos procesos de integración como el MERCOSUR.

La pandemia profundizó y desnudó en nuestros países el impacto de la desigualdad. En este sentido, el último Informe Especial de la CEPAL nos dice que la cifra de los muertos en la región equivale al 32% del total mundial de fallecimientos, una proporción casi cuatro veces mayor que la de la población de la región en relación a la población mundial (8,4%). Esto es el último gran signo de debilidad, porque la enfermedad no se pudo contener, entre otras cosas, por las diversas crisis sociales domésticas de cada uno de los países, pero la incontinencia también expresa un símbolo de la crisis del sistema interamericano y subregional.

La debilidad de los Estados de Bienestar y la proliferación de gobiernos de derecha extrema en todo el globo con sus tendencias al antiglobalismo, la xenofobia y el autoritarismo se tradujeron escasos vínculos de cooperación. En un contexto de fuerte caída económica y aumento sostenido de los precios de los commodities, al virus se sumó la guerra entre Rusia y Ucrania que aumentó la inseguridad alimentaria y la escasez energética. Esto ligado a los muchos consensos inacabados de los líderes latinoamericanos se tradujo en aumentos sin precedentes del desempleo, caídas de los ingresos e incrementos de la pobreza y la desigualdad que exacerbaron los problemas estructurales. Tal es así que vuelve a hablarse de una década perdida.

La nueva ola rosa asume con un mar embravecido.

Twitter: @DovalGisela