/ martes 30 de noviembre de 2021

Palabras mayores

En la novela Palabras mayores Luis Spota recuerda la época en la que el presidente de la república era capaz de ordenar cualquier cosa y esta era ejecutada al pie de la letra. No es extraño que muchos autores se refirieran a esa etapa de México como una monarquía sexenal o una dictadura perfecta. El poder que poseía el mandatario en turno era tal que podía elegir, o eso se decía, a su siguiente sucesor. Las palabras del presidente, como bien sugería Spota, eran palabras mayores.

Por supuesto, ahora es una realidad que la concentración de poder en el ejecutivo ha menguado bastante. Y aunque la novela ya no tiene la misma vigencia que antes, la obra no sólo funciona como una constancia del momento que vivió el país, también como un ejercicio de reflexión sobre el verdadero poder que poseen las palabras, más allá del ámbito político, tan capaces de crear como destruir.

No obstante, es bastante recurrente que las personas hagan caso omiso de la importancia que estas tienen y no reconozcan el valor de su significado, incluso lleguen a utilizarlas sin saber el alcance que pueden infringir, apenas despertando poco interés. No es usual que las personas se detengan a discernir el tipo de palabras que escuchan o dicen, el efecto que tiene en los demás y la forma en la que estás pueden cambiar la realidad.

Sin ir tan lejos, una de las controvertidas luchas a las que se enfrentan muchos grupos sociales comienza en el marco valorativo sobre el que están impresas algunas palabras. Desde oraciones compuestas con términos denigrantes, hasta expresiones que semánticamente no contienen insultos, pero son utilizadas con morbo tan reiteradamente que su denotación ha cambiado por completo. La realidad como la concebimos comienza en el pensamiento pero se expresa en palabras; la interpretación que le brindamos gira en torno a los valores que están impresos en convencionalismos y luego se proyectan en la sociedad. Las palabras laten.

No es casualidad que en español spell tenga el doble significado de hechizo y deletrear, como si el mismo vocablo sugiriera que el acto de pronunciar una palabra, letra por letra, poseyera el mismo efecto que el de los sortilegios. En este sentido, las palabras son capaces de crear y materializar, acaso como magia, una realidad. Algunas infringen daño y otras reconfortan; en ocasiones son utilizadas para conmover y a veces para engañar; son capaces de cambiar con el tiempo, así como sus reglas y significados.

Un ejemplo bastante famoso, y que impresionó a muchos, es el análisis realizado por Max Weber sobre la religión protestante y su relación con el desarrollo capitalista. Él se percató que Lutero cambió una palabra en la traducción que hizo sobre la biblia, alterando drásticamente la perspectiva sobre el trabajo y la riqueza en los creyentes. El sólo hecho de reemplazar una palabra, al parecer insignificante, ocasionó que iniciara un proceso que transformó por completo la forma en que entendían el mundo.

Ninguna palabra, escrita o hablada, permanece pasiva; no son expresiones mudas ni endebles. Todas son, en realidad, palabras mayores.

En la novela Palabras mayores Luis Spota recuerda la época en la que el presidente de la república era capaz de ordenar cualquier cosa y esta era ejecutada al pie de la letra. No es extraño que muchos autores se refirieran a esa etapa de México como una monarquía sexenal o una dictadura perfecta. El poder que poseía el mandatario en turno era tal que podía elegir, o eso se decía, a su siguiente sucesor. Las palabras del presidente, como bien sugería Spota, eran palabras mayores.

Por supuesto, ahora es una realidad que la concentración de poder en el ejecutivo ha menguado bastante. Y aunque la novela ya no tiene la misma vigencia que antes, la obra no sólo funciona como una constancia del momento que vivió el país, también como un ejercicio de reflexión sobre el verdadero poder que poseen las palabras, más allá del ámbito político, tan capaces de crear como destruir.

No obstante, es bastante recurrente que las personas hagan caso omiso de la importancia que estas tienen y no reconozcan el valor de su significado, incluso lleguen a utilizarlas sin saber el alcance que pueden infringir, apenas despertando poco interés. No es usual que las personas se detengan a discernir el tipo de palabras que escuchan o dicen, el efecto que tiene en los demás y la forma en la que estás pueden cambiar la realidad.

Sin ir tan lejos, una de las controvertidas luchas a las que se enfrentan muchos grupos sociales comienza en el marco valorativo sobre el que están impresas algunas palabras. Desde oraciones compuestas con términos denigrantes, hasta expresiones que semánticamente no contienen insultos, pero son utilizadas con morbo tan reiteradamente que su denotación ha cambiado por completo. La realidad como la concebimos comienza en el pensamiento pero se expresa en palabras; la interpretación que le brindamos gira en torno a los valores que están impresos en convencionalismos y luego se proyectan en la sociedad. Las palabras laten.

No es casualidad que en español spell tenga el doble significado de hechizo y deletrear, como si el mismo vocablo sugiriera que el acto de pronunciar una palabra, letra por letra, poseyera el mismo efecto que el de los sortilegios. En este sentido, las palabras son capaces de crear y materializar, acaso como magia, una realidad. Algunas infringen daño y otras reconfortan; en ocasiones son utilizadas para conmover y a veces para engañar; son capaces de cambiar con el tiempo, así como sus reglas y significados.

Un ejemplo bastante famoso, y que impresionó a muchos, es el análisis realizado por Max Weber sobre la religión protestante y su relación con el desarrollo capitalista. Él se percató que Lutero cambió una palabra en la traducción que hizo sobre la biblia, alterando drásticamente la perspectiva sobre el trabajo y la riqueza en los creyentes. El sólo hecho de reemplazar una palabra, al parecer insignificante, ocasionó que iniciara un proceso que transformó por completo la forma en que entendían el mundo.

Ninguna palabra, escrita o hablada, permanece pasiva; no son expresiones mudas ni endebles. Todas son, en realidad, palabras mayores.