/ lunes 13 de diciembre de 2021

Ora et labora, así es la vida de fray Gabriel (II)

En estas dos palabras, símbolo de la orden benedictina, la más antigua del mundo occidental, -fundada en el año 529 en la localidad de Subiaco pequeña provincia de Roma-, puede sintetizarse la vida de este religioso que la ha basado en la norma y regla primitiva escrita por Benito de Nurcia: Ora et Labora, en español: reza y trabaja, locución latina que expresa la vocación y la vida monástica de dicha orden de alabanza a dios junto con el trabajo manual diario.

A diferencia de otras órdenes religiosas, los benedictinos no son una organización centralizada, cada monasterio es independiente. Por tal motivo al ingresar al fundado aquí en Cuernavaca en 1950 por Gregorio Lemercier, pudo, al mismo tiempo de su enorme vocación y evolución como monje, desarrollar su veta arquitectónica y artística religiosa. No fue en balde que el entonces famoso banquero don Carlos Trouyet, al conocer el talento de fray Gabriel Chávez de la Mora, recientemente reconocido con el Premio Nacional de Arquitectura, uno de los varios premios que le han concedido sin buscarlos él, le financia al monasterio de Santa María de la Resurrección, la construcción de la capilla que se encuentra dentro de dicho recinto monacal ubicado en el pueblo de Santa María Ahuacatitlán, al norte de esta ciudad capital, uno de los 12 pueblos que a lo largo de los finales de la antigua Cuauhnáhuac, después Cuernavaca, conforman esta ciudad.

Cuando acudí a la Abadía del Tepeyac a entrevistarlo por primera vez, -lo haría varias veces posteriormente-, me impresionaron varias cosas. Una, al llegar, la sobria y elegante pero a la vez sencilla belleza de sus líneas, después sabría que todo fue obra de fray Gabriel, el aire espiritual que se respira en el lugar, su capilla de hermosos vitrales en distintos tonos azules. Erigida en 1968 en una colina rodeada de árboles, guada el plan tradicional de los monasterios que se desarrollan alrededor de un patio central. Pero cuando llegué, me sorprendió sobre todo la imagen, siempre dulce, siempre sonriente, tranquila y amable, de este religioso que sobrevivió a la hecatombe ocasionada por la jerarquía vaticana, ultra conservadora en aquel entonces, que impidió el que Lemercier, ya convertido en prior desde 1959 continuara con la terapia psicoanalítica grupal que promovió durante siete, casi ocho años dentro del recinto monacal, terapia que era dirigida por los conocidos psicoanalistas Gustavo Quevedo y Frida Zmud, siempre contando con el apoyo de don Sergio.

Cuando el 16 de julio de 1967, el tribunal del Santo Oficio de Roma dicta una advertencia que pone en duda la formación psicoanalítica como condición para el sacerdocio, ya habían dejado su labor ambos psicoanalistas a pesar de que ya había sido reconocido el recinto como un gran monasterio. Posteriormente varias opiniones han dicho que la interrupción de los trabajos que unieron fé y labor profunda interior de los jóvenes monjes, que la Iglesia prohibió, pudo haber salvado a niños del abuso sexual por parte de integrantes de la iglesia. Sin embargo fray Gabriel, que vivió, decía yo, esa hecatombe, nunca dudó de su fe monacal pero tampoco se olvidó de su prior caído en desgracia.

El monje galardonado por su trayectoria profesional y su aportación al desarrollo del país, autor de la capilla guadalupana en el Vaticano y a pesar de sus múltiples labores, tampoco se ha olvidado de su querida Cuernavaca, aquí se le ha visto varias veces a pesar de la lejanía de la Abadía del Tepeyac ubicada en Lago de Guadalupe en Cuautitlán-Izcalli en el Estado de México, cada vez que se le ha requerido en la diócesis. Creo que si bien los reconocimientos casi siempre son atinados, en este caso ha sido más que justo. Enhorabuena querido fray Gabriel Chávez de la Mora.


Y hasta el próximo lunes.


En estas dos palabras, símbolo de la orden benedictina, la más antigua del mundo occidental, -fundada en el año 529 en la localidad de Subiaco pequeña provincia de Roma-, puede sintetizarse la vida de este religioso que la ha basado en la norma y regla primitiva escrita por Benito de Nurcia: Ora et Labora, en español: reza y trabaja, locución latina que expresa la vocación y la vida monástica de dicha orden de alabanza a dios junto con el trabajo manual diario.

A diferencia de otras órdenes religiosas, los benedictinos no son una organización centralizada, cada monasterio es independiente. Por tal motivo al ingresar al fundado aquí en Cuernavaca en 1950 por Gregorio Lemercier, pudo, al mismo tiempo de su enorme vocación y evolución como monje, desarrollar su veta arquitectónica y artística religiosa. No fue en balde que el entonces famoso banquero don Carlos Trouyet, al conocer el talento de fray Gabriel Chávez de la Mora, recientemente reconocido con el Premio Nacional de Arquitectura, uno de los varios premios que le han concedido sin buscarlos él, le financia al monasterio de Santa María de la Resurrección, la construcción de la capilla que se encuentra dentro de dicho recinto monacal ubicado en el pueblo de Santa María Ahuacatitlán, al norte de esta ciudad capital, uno de los 12 pueblos que a lo largo de los finales de la antigua Cuauhnáhuac, después Cuernavaca, conforman esta ciudad.

Cuando acudí a la Abadía del Tepeyac a entrevistarlo por primera vez, -lo haría varias veces posteriormente-, me impresionaron varias cosas. Una, al llegar, la sobria y elegante pero a la vez sencilla belleza de sus líneas, después sabría que todo fue obra de fray Gabriel, el aire espiritual que se respira en el lugar, su capilla de hermosos vitrales en distintos tonos azules. Erigida en 1968 en una colina rodeada de árboles, guada el plan tradicional de los monasterios que se desarrollan alrededor de un patio central. Pero cuando llegué, me sorprendió sobre todo la imagen, siempre dulce, siempre sonriente, tranquila y amable, de este religioso que sobrevivió a la hecatombe ocasionada por la jerarquía vaticana, ultra conservadora en aquel entonces, que impidió el que Lemercier, ya convertido en prior desde 1959 continuara con la terapia psicoanalítica grupal que promovió durante siete, casi ocho años dentro del recinto monacal, terapia que era dirigida por los conocidos psicoanalistas Gustavo Quevedo y Frida Zmud, siempre contando con el apoyo de don Sergio.

Cuando el 16 de julio de 1967, el tribunal del Santo Oficio de Roma dicta una advertencia que pone en duda la formación psicoanalítica como condición para el sacerdocio, ya habían dejado su labor ambos psicoanalistas a pesar de que ya había sido reconocido el recinto como un gran monasterio. Posteriormente varias opiniones han dicho que la interrupción de los trabajos que unieron fé y labor profunda interior de los jóvenes monjes, que la Iglesia prohibió, pudo haber salvado a niños del abuso sexual por parte de integrantes de la iglesia. Sin embargo fray Gabriel, que vivió, decía yo, esa hecatombe, nunca dudó de su fe monacal pero tampoco se olvidó de su prior caído en desgracia.

El monje galardonado por su trayectoria profesional y su aportación al desarrollo del país, autor de la capilla guadalupana en el Vaticano y a pesar de sus múltiples labores, tampoco se ha olvidado de su querida Cuernavaca, aquí se le ha visto varias veces a pesar de la lejanía de la Abadía del Tepeyac ubicada en Lago de Guadalupe en Cuautitlán-Izcalli en el Estado de México, cada vez que se le ha requerido en la diócesis. Creo que si bien los reconocimientos casi siempre son atinados, en este caso ha sido más que justo. Enhorabuena querido fray Gabriel Chávez de la Mora.


Y hasta el próximo lunes.