/ martes 28 de junio de 2022

La toma de Morena

Si Raúl Ojeda, delegado en funciones de presidente estatal de Morena en Morelos, decía en serio aquello de no ver a nadie del gabinete de Cuauhtémoc Blanco como futuro candidato del partido en el estado, lo primero que deberá hacer es evitar que el grupo del gobernador, o alguno de sus aliados se haga del consejo o la dirigencia estatal de Morena, lo que hace unos meses parecía imposible pero conforme se acerca la hora de las “definiciones”, no luce del todo imposible.

Los coqueteos del gobernador con el partido que dirige Mario Delgado comenzaron hace rato ya, desde el poder estatal se han operado tareas partidistas que corresponderían idealmente a militantes del partido del presidente, mismos que dejaron de cumplirlas, aún en el pasmo por los resultados electorales del 2021, la falta de eficiencia del gobierno estatal para frenar la violencia y la crisis económica, y la ausencia absoluta de acuerdos. Las intenciones del gobernador son evidentes: continuar su carrera política bajo el auspicio de una rara simpatía presidencial, e influir en la sucesión gubernamental de Morelos por la vía de todas las candidaturas que pueda lograr, desde regidurías hasta la gubernatura, pasando por alcaldías y diputaciones locales.

Para lograr ese cometido, Cuauhtémoc Blanco sabe que él y muchísimos de sus aliados políticos deben estar afiliados a Morena antes del 31 de julio, fecha en que se celebra la asamblea distrital para Morelos, en la que se designarán a los consejeros y congresistas que participarán en la elección de dirigentes local y nacional. Si el gobernador no puede cumplir con ese primer requisito, el camino será mucho más difícil para él y su equipo. El cálculo de una masiva afiliación en las cinco semanas que faltan para la asamblea distrital es la primera apuesta del gobernador y entre esas incorporaciones estaría la suya. El juego de si Mario Delgado lo invita o no a incorporarse a Morena es para el gobernador una suerte de seguro público por si no le alcanza la movilización para entrar con cierto grado de influencia al partido guinda.

La estrategia del gobernador es evidente para los morenistas de toda la vida (de ese partido), que con méritos más bien subjetivos han considerado que merecen las candidaturas -todas- a postularse por el partido. Bajo la lógica de los morelenses afiliados en el partido, Morena habría ganado la gubernatura en el 2018 sin necesidad del modesto aporte que le hicieron sus aliados en el PT y el PES. Si eso es cierto es un juego de historia alternativa cuya utilidad práctica resulta francamente nula, pero esa es la percepción de la mayoría en la versión morelense del partido del presidente. Así que seguramente habrá quienes busquen evitar que Cuauhtémoc Blanco y sus aliados logren mayor control del partido del que pudiera significar la supuesta buena relación con Andrés Manuel López Obrador; para ello, el partido deberá marchar unido y eso representa un reto mayor en la izquierda, mucho más una formada por grupos menos pragmáticos de lo que para muchos conviene en la política actual.

La descalificación acelerada de Cuauhtémoc Blanco hacia uno de los cabezas, Rabindranath Salazar, y la que le reviró al gobernador el dirigente local de Morena, deben ser leídas más en la pugna inmediata por el control del partido que en el futuro que podría ser consecuencia de ésta. Si al gobernador no le alcanza para controlar al partido, difícilmente pasará cualquiera de sus candidatos a posiciones locales, por lo menos no sin cumplir costosos acuerdos. En cambio, si los grupos al interior de Morena se polarizan más, es probable que el gobernador y sus huestes tengan oportunidad de inclinar la balanza hasta que las declaraciones de Ojeda queden en el registro de la anécdota y no en el juramento de principios.

Y a todo esto ¿quiénes serían los candidatos del gobernador y quiénes “los de Morena”? Porque está bien claro que a falta de proyecto de gobierno en cualquier frente de Morena y aliados (obedientes de la colección de slogans, decálogos y ocurrencias con que la 4t sustituye a las políticas públicas), la personalidad de los candidatos se vuelve lo más relevante, aunque sea una disfunción de la política y la democracia.

@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx

Si Raúl Ojeda, delegado en funciones de presidente estatal de Morena en Morelos, decía en serio aquello de no ver a nadie del gabinete de Cuauhtémoc Blanco como futuro candidato del partido en el estado, lo primero que deberá hacer es evitar que el grupo del gobernador, o alguno de sus aliados se haga del consejo o la dirigencia estatal de Morena, lo que hace unos meses parecía imposible pero conforme se acerca la hora de las “definiciones”, no luce del todo imposible.

Los coqueteos del gobernador con el partido que dirige Mario Delgado comenzaron hace rato ya, desde el poder estatal se han operado tareas partidistas que corresponderían idealmente a militantes del partido del presidente, mismos que dejaron de cumplirlas, aún en el pasmo por los resultados electorales del 2021, la falta de eficiencia del gobierno estatal para frenar la violencia y la crisis económica, y la ausencia absoluta de acuerdos. Las intenciones del gobernador son evidentes: continuar su carrera política bajo el auspicio de una rara simpatía presidencial, e influir en la sucesión gubernamental de Morelos por la vía de todas las candidaturas que pueda lograr, desde regidurías hasta la gubernatura, pasando por alcaldías y diputaciones locales.

Para lograr ese cometido, Cuauhtémoc Blanco sabe que él y muchísimos de sus aliados políticos deben estar afiliados a Morena antes del 31 de julio, fecha en que se celebra la asamblea distrital para Morelos, en la que se designarán a los consejeros y congresistas que participarán en la elección de dirigentes local y nacional. Si el gobernador no puede cumplir con ese primer requisito, el camino será mucho más difícil para él y su equipo. El cálculo de una masiva afiliación en las cinco semanas que faltan para la asamblea distrital es la primera apuesta del gobernador y entre esas incorporaciones estaría la suya. El juego de si Mario Delgado lo invita o no a incorporarse a Morena es para el gobernador una suerte de seguro público por si no le alcanza la movilización para entrar con cierto grado de influencia al partido guinda.

La estrategia del gobernador es evidente para los morenistas de toda la vida (de ese partido), que con méritos más bien subjetivos han considerado que merecen las candidaturas -todas- a postularse por el partido. Bajo la lógica de los morelenses afiliados en el partido, Morena habría ganado la gubernatura en el 2018 sin necesidad del modesto aporte que le hicieron sus aliados en el PT y el PES. Si eso es cierto es un juego de historia alternativa cuya utilidad práctica resulta francamente nula, pero esa es la percepción de la mayoría en la versión morelense del partido del presidente. Así que seguramente habrá quienes busquen evitar que Cuauhtémoc Blanco y sus aliados logren mayor control del partido del que pudiera significar la supuesta buena relación con Andrés Manuel López Obrador; para ello, el partido deberá marchar unido y eso representa un reto mayor en la izquierda, mucho más una formada por grupos menos pragmáticos de lo que para muchos conviene en la política actual.

La descalificación acelerada de Cuauhtémoc Blanco hacia uno de los cabezas, Rabindranath Salazar, y la que le reviró al gobernador el dirigente local de Morena, deben ser leídas más en la pugna inmediata por el control del partido que en el futuro que podría ser consecuencia de ésta. Si al gobernador no le alcanza para controlar al partido, difícilmente pasará cualquiera de sus candidatos a posiciones locales, por lo menos no sin cumplir costosos acuerdos. En cambio, si los grupos al interior de Morena se polarizan más, es probable que el gobernador y sus huestes tengan oportunidad de inclinar la balanza hasta que las declaraciones de Ojeda queden en el registro de la anécdota y no en el juramento de principios.

Y a todo esto ¿quiénes serían los candidatos del gobernador y quiénes “los de Morena”? Porque está bien claro que a falta de proyecto de gobierno en cualquier frente de Morena y aliados (obedientes de la colección de slogans, decálogos y ocurrencias con que la 4t sustituye a las políticas públicas), la personalidad de los candidatos se vuelve lo más relevante, aunque sea una disfunción de la política y la democracia.

@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx