/ miércoles 17 de agosto de 2022

Hechos y campañas

Los políticos tienen respuestas de extraordinaria simpleza para problemas profundamente complejos, la de moda es esa de acusar campañas de desprestigio frente a la contundencia de los hechos que se informan en los medios de comunicación. Lo mismo en torno a terrorífica ola de violencia que se recrudece en algunos estados y quita del centro de atención a la ya cotidiana que no se reduce en estados como Morelos; que con asuntos tan anecdóticos como los baches de Chilpancingo, la respuesta de los responsables es la misma “hay una campaña de desprestigio contra el gobierno que viene de los conservadores (los adversarios)”. Se reconoce el problema apenas de soslayo y las baterías se orientan ya no a la solución del mismo, sino a la autovictimización por la supuesta acción de un enemigo tan abstracto que puede ser cualquiera. Los malos entonces ya no son los delincuentes o la pésima calidad de los servicios públicos, sino el grupo que las difunde con la profundidad y relevancia que tienen para el conocimiento público.

En términos de contenido (publicitario, electoral, de difusión), una campaña es un conjunto bien planeado y ordenado de mensajes que tiene la meta de modificar o reforzar la conducta de un sector de la población bien establecido. Para alcanzar la meta se trazan una serie de objetivos perfectamente definidos y evaluables que permiten medir el éxito de cada una de las acciones. Las empresas periodísticas, acusadas de orquestar esas “campañas”, trabajan por agendas informativas, a menudo trazadas con enorme antelación, que tratan de una colección se asuntos públicos que resultan relevantes para los segmentos de audiencia que el medio concibe como su público. Aunque la agenda suele dictar la mayor parte de los contenidos, no lo hace con tanta rigidez, lo que le permite de forma bastante efectiva incorporar de manera más o menos amplia, los acontecimientos no planeados y tratarlos de forma más o menos profunda. Los hechos de violencia criminal, los desastres naturales, los accidentes, son tratados por cada medio de acuerdo con la importancia relativa que tienen para un público determinado. Dada la repentina aparición de esos fenómenos, y a pesar de la existencia de protocolos formales o no para la cobertura de los mismos, difícilmente se podría pensar en la construcción de una campaña formal respecto de ellos.

Los contenidos periodísticos reflejan la realidad que se vive. El abrevadero del periodismo es la realidad y si ella parece mal hecha, difícilmente es culpa de quienes la narran. La tarea del periodismo concluye al proporcionar la más exacta versión asequible de la realidad, si de ella derivan cambios de conducta relativos a decisiones electorales, políticas, económicas, es una determinación de cada individuo que forma parte de una audiencia. Esos cambios, por cierto, también son susceptibles de ser narrados por el discurso periodístico.

En el juego filosófico, si un árbol cae en el bosque y no hay nadie para escucharlo, uno podría discutir por horas, pero lo cierto es que el árbol cae y su desplome tendrá una serie de efectos en torno al medio ambiente. En el símil, aunque los medios no narraran la realidad de violencia en el país la misma existiría y tendría efectos en su entorno. En todo caso, la determinación de cada espacio periodístico estaría en la forma en que decide tratar esa realidad, curiosamente, esas decisiones suelen fijarse primero en las audiencias.

No se trata, entonces, de campañas para desprestigiar a los gobiernos (que bastante bien lo hacen por sí mismos), sino de una horrorosa realidad que ahí está y que requiere ser conocida por todos para incidir en su modificación. Callarla sería casi tan criminal como lo es producirla o permitirla.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx


Los políticos tienen respuestas de extraordinaria simpleza para problemas profundamente complejos, la de moda es esa de acusar campañas de desprestigio frente a la contundencia de los hechos que se informan en los medios de comunicación. Lo mismo en torno a terrorífica ola de violencia que se recrudece en algunos estados y quita del centro de atención a la ya cotidiana que no se reduce en estados como Morelos; que con asuntos tan anecdóticos como los baches de Chilpancingo, la respuesta de los responsables es la misma “hay una campaña de desprestigio contra el gobierno que viene de los conservadores (los adversarios)”. Se reconoce el problema apenas de soslayo y las baterías se orientan ya no a la solución del mismo, sino a la autovictimización por la supuesta acción de un enemigo tan abstracto que puede ser cualquiera. Los malos entonces ya no son los delincuentes o la pésima calidad de los servicios públicos, sino el grupo que las difunde con la profundidad y relevancia que tienen para el conocimiento público.

En términos de contenido (publicitario, electoral, de difusión), una campaña es un conjunto bien planeado y ordenado de mensajes que tiene la meta de modificar o reforzar la conducta de un sector de la población bien establecido. Para alcanzar la meta se trazan una serie de objetivos perfectamente definidos y evaluables que permiten medir el éxito de cada una de las acciones. Las empresas periodísticas, acusadas de orquestar esas “campañas”, trabajan por agendas informativas, a menudo trazadas con enorme antelación, que tratan de una colección se asuntos públicos que resultan relevantes para los segmentos de audiencia que el medio concibe como su público. Aunque la agenda suele dictar la mayor parte de los contenidos, no lo hace con tanta rigidez, lo que le permite de forma bastante efectiva incorporar de manera más o menos amplia, los acontecimientos no planeados y tratarlos de forma más o menos profunda. Los hechos de violencia criminal, los desastres naturales, los accidentes, son tratados por cada medio de acuerdo con la importancia relativa que tienen para un público determinado. Dada la repentina aparición de esos fenómenos, y a pesar de la existencia de protocolos formales o no para la cobertura de los mismos, difícilmente se podría pensar en la construcción de una campaña formal respecto de ellos.

Los contenidos periodísticos reflejan la realidad que se vive. El abrevadero del periodismo es la realidad y si ella parece mal hecha, difícilmente es culpa de quienes la narran. La tarea del periodismo concluye al proporcionar la más exacta versión asequible de la realidad, si de ella derivan cambios de conducta relativos a decisiones electorales, políticas, económicas, es una determinación de cada individuo que forma parte de una audiencia. Esos cambios, por cierto, también son susceptibles de ser narrados por el discurso periodístico.

En el juego filosófico, si un árbol cae en el bosque y no hay nadie para escucharlo, uno podría discutir por horas, pero lo cierto es que el árbol cae y su desplome tendrá una serie de efectos en torno al medio ambiente. En el símil, aunque los medios no narraran la realidad de violencia en el país la misma existiría y tendría efectos en su entorno. En todo caso, la determinación de cada espacio periodístico estaría en la forma en que decide tratar esa realidad, curiosamente, esas decisiones suelen fijarse primero en las audiencias.

No se trata, entonces, de campañas para desprestigiar a los gobiernos (que bastante bien lo hacen por sí mismos), sino de una horrorosa realidad que ahí está y que requiere ser conocida por todos para incidir en su modificación. Callarla sería casi tan criminal como lo es producirla o permitirla.


@martinellito

dmartinez@elsoldecuernavaca.com.mx