/ lunes 25 de noviembre de 2019

No es lo mismo leer que estudiar

Hace un par de semanas me tocó dar clase a un grupo nuevo. El tema era máquinas moleculares y les dejé material de lectura consistente en una revisión general y un artículo experimental.

Preparé mi presentación y llegué puntual al salón. El grupo de 15 estudiantes, todos ellos en maestría o doctorado, era mayoritariamente masculino pero nada grave. Lo que resultó grave fue que solamente dos de ellos habían impreso el material, tres traían laptop o tablet y el resto, para mi desmayo, lo traían en su celular. Sobra decir que tampoco portaban en dónde anotar.

Tal como esperaba, conforme avanzamos en la clase, quienes llevaban el artículo impreso y evidentemente revisado pues venía subrayado y anotado, tuvieron las mejores participaciones. Al cuestionarlos me respondieron que no imprimían por razones ambientales. Esta experiencia me da pie para algunas reflexiones sobre el proceso de aprendizaje en el siglo XXI.

Lo primero es que no es lo mismo leer que estudiar. Leer es una actividad pasiva que no lleva de manera automática a la comprensión de los textos, así lo demuestran los bajos

índices detectados por la prueba PISA. Leer en el celular presenta complicaciones adicionales ya que el esfuerzo del cuello limita todavía más nuestra capacidad de atención. Peor todavía si a eso le sumamos la sobre estimulación de nuestro cerebro ante la brillante luz de la pantalla. Tomar notas en el celular, frases sueltas pues la velocidad para teclear no alcanza para textos completos, fuera de contexto con el tema de la clase raya en lo fútil.

Tampoco es mejor tomar notas en computadora. En un artículo recientemente publicado en la revista Psychological Science, los doctores Mueller y Oppenheimer realizaron una serie de experimentos entre estudiantes voluntarios donde valoraron su capacidad de comprensión dependiendo del método para tomar notas. Los resultados indican que las personas que utilizan teclados en lugar de escribir manualmente las notas en clase tienen la tendencia a capturar de manera literal los argumentos en lugar de sintetizarlos, perdiendo la oportunidad de jerarquizarlos y ordenarlos previamente. Interesantemente, aunque se les pidió de manera explicita a quienes estaban usando teclados que se abstuvieran de tomar notas textuales, no pudieron evitarlo, quizá por instinto. Mientras mayor el contenido textual de las notas, peor el desempeño inmediato.

En un tercer experimento le dieron oportunidad a los voluntarios de estudiar sus notas antes de un examen. Contrario a lo esperado, quienes realizaron notas textuales tuvieron peor desempeño. Los autores argumentan que, a pesar de contar con menos contenido textual, las notas manuales sufren algún tipo de codificación mental que permite que almacenen mayor significado el cual nuestro cerebro reconoce y aprovecha. Por otro lado, la enorme tentación de migrar del texto a redes sociales durante los lapsus de la clase es muy alta. Una vez perdida la atención es difícil recuperarla.

El abuso de los dispositivos electrónicos, por su facilidad y comodidad, puede llevarnos a la pérdida de capacidades cognitivas y si no me creen, hagan el experimento y digan de memoria diez, o menos, cinco, números telefónicos de sus familiares más cercanos. Lo mismo sucede con el proceso de aprendizaje escolar. La tendencia a no poseer sino a rentar, ya sean películas o música, se está trasladando al ámbito académico y los estudiantes ya no invierten el libros técnicos. Hay quien piensa, inclusive, que los libros electrónicos son mejores pues se pueden hacer búsquedas por palabra clave, perdiendo la oportunidad de la lectura integradora. Lamentablemente la biblioteca del Instituto es cada vez menos consultada por estudiantes.

Quizá siguiendo esta lógica perversa, las instancias financiadoras han recortado la partida para compra de libros, privilegiando las versiones electrónicas. Eso cuando llegan recursos, los cuales han escaseado en los últimos años. El presupuesto federal para ciencia, tecnología e innovación aprobado el pasado viernes no trae incrementos ni cambios sustanciales. A nivel estatal, 2019 ha sido el peor año en la historia reciente, sin un solo peso aprobado para más de dos mil científicos en el estado que bien podría aprovecharse para dotar las bibliotecas. Esperamos que no se repita la historia en 2020 por lo que hemos solicitado una cita con la comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados presidida por la diputada Rosalina Mazari sin que a la fecha hayamos tenido respuesta.


Información adicional de éste y otros temas de interés: http://reivindicandoapluton.blogspot.mx

Hace un par de semanas me tocó dar clase a un grupo nuevo. El tema era máquinas moleculares y les dejé material de lectura consistente en una revisión general y un artículo experimental.

Preparé mi presentación y llegué puntual al salón. El grupo de 15 estudiantes, todos ellos en maestría o doctorado, era mayoritariamente masculino pero nada grave. Lo que resultó grave fue que solamente dos de ellos habían impreso el material, tres traían laptop o tablet y el resto, para mi desmayo, lo traían en su celular. Sobra decir que tampoco portaban en dónde anotar.

Tal como esperaba, conforme avanzamos en la clase, quienes llevaban el artículo impreso y evidentemente revisado pues venía subrayado y anotado, tuvieron las mejores participaciones. Al cuestionarlos me respondieron que no imprimían por razones ambientales. Esta experiencia me da pie para algunas reflexiones sobre el proceso de aprendizaje en el siglo XXI.

Lo primero es que no es lo mismo leer que estudiar. Leer es una actividad pasiva que no lleva de manera automática a la comprensión de los textos, así lo demuestran los bajos

índices detectados por la prueba PISA. Leer en el celular presenta complicaciones adicionales ya que el esfuerzo del cuello limita todavía más nuestra capacidad de atención. Peor todavía si a eso le sumamos la sobre estimulación de nuestro cerebro ante la brillante luz de la pantalla. Tomar notas en el celular, frases sueltas pues la velocidad para teclear no alcanza para textos completos, fuera de contexto con el tema de la clase raya en lo fútil.

Tampoco es mejor tomar notas en computadora. En un artículo recientemente publicado en la revista Psychological Science, los doctores Mueller y Oppenheimer realizaron una serie de experimentos entre estudiantes voluntarios donde valoraron su capacidad de comprensión dependiendo del método para tomar notas. Los resultados indican que las personas que utilizan teclados en lugar de escribir manualmente las notas en clase tienen la tendencia a capturar de manera literal los argumentos en lugar de sintetizarlos, perdiendo la oportunidad de jerarquizarlos y ordenarlos previamente. Interesantemente, aunque se les pidió de manera explicita a quienes estaban usando teclados que se abstuvieran de tomar notas textuales, no pudieron evitarlo, quizá por instinto. Mientras mayor el contenido textual de las notas, peor el desempeño inmediato.

En un tercer experimento le dieron oportunidad a los voluntarios de estudiar sus notas antes de un examen. Contrario a lo esperado, quienes realizaron notas textuales tuvieron peor desempeño. Los autores argumentan que, a pesar de contar con menos contenido textual, las notas manuales sufren algún tipo de codificación mental que permite que almacenen mayor significado el cual nuestro cerebro reconoce y aprovecha. Por otro lado, la enorme tentación de migrar del texto a redes sociales durante los lapsus de la clase es muy alta. Una vez perdida la atención es difícil recuperarla.

El abuso de los dispositivos electrónicos, por su facilidad y comodidad, puede llevarnos a la pérdida de capacidades cognitivas y si no me creen, hagan el experimento y digan de memoria diez, o menos, cinco, números telefónicos de sus familiares más cercanos. Lo mismo sucede con el proceso de aprendizaje escolar. La tendencia a no poseer sino a rentar, ya sean películas o música, se está trasladando al ámbito académico y los estudiantes ya no invierten el libros técnicos. Hay quien piensa, inclusive, que los libros electrónicos son mejores pues se pueden hacer búsquedas por palabra clave, perdiendo la oportunidad de la lectura integradora. Lamentablemente la biblioteca del Instituto es cada vez menos consultada por estudiantes.

Quizá siguiendo esta lógica perversa, las instancias financiadoras han recortado la partida para compra de libros, privilegiando las versiones electrónicas. Eso cuando llegan recursos, los cuales han escaseado en los últimos años. El presupuesto federal para ciencia, tecnología e innovación aprobado el pasado viernes no trae incrementos ni cambios sustanciales. A nivel estatal, 2019 ha sido el peor año en la historia reciente, sin un solo peso aprobado para más de dos mil científicos en el estado que bien podría aprovecharse para dotar las bibliotecas. Esperamos que no se repita la historia en 2020 por lo que hemos solicitado una cita con la comisión de Hacienda de la Cámara de Diputados presidida por la diputada Rosalina Mazari sin que a la fecha hayamos tenido respuesta.


Información adicional de éste y otros temas de interés: http://reivindicandoapluton.blogspot.mx

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