/ jueves 12 de agosto de 2021

Neorrealismo

El neorrealismo italiano fue un movimiento cinematográfico que buscaba plasmar con mayor libertad los sucesos de la realidad, después del período de entreguerras y ya sin la censura del régimen fascista de Mussolini. Rossellini, De Sica y Visconti, sus representantes más conocidos, optaron por ir más allá del storytelling del mundo de color rosa que disfrazaba la desgracia de la vida cotidiana, fuera de los cánones tradicionales, para brindarle mayor fidelidad a lo que realmente ocurría.

No es extraño que optaran por esa perspectiva de la sociedad, ya que después del periodo de entreguerras la mayoría de los países estaban sumergidos en la bancarrota por el desgaste de la guerra total, sin mencionar las ciudades en ruinas que retrasaron la modernización que apenas gozaban. Ver edificios y casas destruidas era un repertorio bastante común en esos años. Y aunque el periodo de restauración fue bastante rápido, las prioridades viraban en la reconstrucción de las ciudades y la cobertura de las necesidades básicas. Las grandes causas proyectadas en el cine, como antaño, se hicieron a un lado.

De las peculiaridades más icónicas del movimiento era la esencia de la desesperación que destilaban los filmes; con ciudades en escombros, el ambiente era crudo y el destino de personas se truncaba hasta la fatalidad, dejando ver la hambruna y miseria del momento. Aunque la trama de la mayoría de los filmes era sencilla, la verdadera misión del movimiento era la sinceridad de lo doliente, la puesta en escena como una forma de entender la vida a través de los escombros. La cotidianidad de sus personajes, inmersa en el punto más crítico de la desolación, era el principal protagonista.

No es que la crueldad sea bella, sino que la crudeza de la realidad, vista al rojo vivo, busca ser entendida y analizada mediante la intensidad de sus elementos. El exterior, hasta cierto punto, define el interior del individuo; por lo tanto, la pérdida de mundo exterior es también la pérdida del mundo interior.

Hay una vaga similitud entre los problemas de ahora y algunos componentes del movimiento cinematográfico. Por supuesto, el caso del presente no pretende ser una imagen fiel del neorrealismo italiano, sino un trance que comparte diversos elementos. No obstante, la realidad, aunque en diferentes grados, contiene paralelismos que pueden notarse sin mucho esfuerzo. La vida imite al arte.

Como película desoladora, es común salir a la calle y observar negocios cerrados, cortinas echadas y empolvadas, al tiempo que se escucha a personas quejarse del mal tiempo. La frustración y perspectiva de un futuro desalentador parece cambiar el rictus en el rostro de muchos. Lo cotidiano insiste en seguir, pero la imposibilidad de hacerlo efectivo vuelve todo paralizante.

El tedio de una situación que no termina de concluir, y no deja de comenzar, es lo que extiende la fatalidad. Se pueden notar, aunque sea levemente, que la confianza y seguridad en la colectividad ha menguado. Y los protagonistas vuelven a ser las personas que componen la normalidad: comerciantes, zapateros y ancianos preocupados que salen a trabajar. El deseo por sobrevivir es más grande que el de vivir.

No es que se trate de inducir al pesimismo, y se insista en ver lo que no hay mientras se exageran algunas desgracias, sino en reconocer las penurias que se han normalizado en este periodo, y que de todas formas pasarán. Así como en el neorrealismo italiano era una regla que se rompiera el canon del final feliz, en nuestro tiempo pocos se atreverían a decir que son la excepción.

El neorrealismo italiano fue un movimiento cinematográfico que buscaba plasmar con mayor libertad los sucesos de la realidad, después del período de entreguerras y ya sin la censura del régimen fascista de Mussolini. Rossellini, De Sica y Visconti, sus representantes más conocidos, optaron por ir más allá del storytelling del mundo de color rosa que disfrazaba la desgracia de la vida cotidiana, fuera de los cánones tradicionales, para brindarle mayor fidelidad a lo que realmente ocurría.

No es extraño que optaran por esa perspectiva de la sociedad, ya que después del periodo de entreguerras la mayoría de los países estaban sumergidos en la bancarrota por el desgaste de la guerra total, sin mencionar las ciudades en ruinas que retrasaron la modernización que apenas gozaban. Ver edificios y casas destruidas era un repertorio bastante común en esos años. Y aunque el periodo de restauración fue bastante rápido, las prioridades viraban en la reconstrucción de las ciudades y la cobertura de las necesidades básicas. Las grandes causas proyectadas en el cine, como antaño, se hicieron a un lado.

De las peculiaridades más icónicas del movimiento era la esencia de la desesperación que destilaban los filmes; con ciudades en escombros, el ambiente era crudo y el destino de personas se truncaba hasta la fatalidad, dejando ver la hambruna y miseria del momento. Aunque la trama de la mayoría de los filmes era sencilla, la verdadera misión del movimiento era la sinceridad de lo doliente, la puesta en escena como una forma de entender la vida a través de los escombros. La cotidianidad de sus personajes, inmersa en el punto más crítico de la desolación, era el principal protagonista.

No es que la crueldad sea bella, sino que la crudeza de la realidad, vista al rojo vivo, busca ser entendida y analizada mediante la intensidad de sus elementos. El exterior, hasta cierto punto, define el interior del individuo; por lo tanto, la pérdida de mundo exterior es también la pérdida del mundo interior.

Hay una vaga similitud entre los problemas de ahora y algunos componentes del movimiento cinematográfico. Por supuesto, el caso del presente no pretende ser una imagen fiel del neorrealismo italiano, sino un trance que comparte diversos elementos. No obstante, la realidad, aunque en diferentes grados, contiene paralelismos que pueden notarse sin mucho esfuerzo. La vida imite al arte.

Como película desoladora, es común salir a la calle y observar negocios cerrados, cortinas echadas y empolvadas, al tiempo que se escucha a personas quejarse del mal tiempo. La frustración y perspectiva de un futuro desalentador parece cambiar el rictus en el rostro de muchos. Lo cotidiano insiste en seguir, pero la imposibilidad de hacerlo efectivo vuelve todo paralizante.

El tedio de una situación que no termina de concluir, y no deja de comenzar, es lo que extiende la fatalidad. Se pueden notar, aunque sea levemente, que la confianza y seguridad en la colectividad ha menguado. Y los protagonistas vuelven a ser las personas que componen la normalidad: comerciantes, zapateros y ancianos preocupados que salen a trabajar. El deseo por sobrevivir es más grande que el de vivir.

No es que se trate de inducir al pesimismo, y se insista en ver lo que no hay mientras se exageran algunas desgracias, sino en reconocer las penurias que se han normalizado en este periodo, y que de todas formas pasarán. Así como en el neorrealismo italiano era una regla que se rompiera el canon del final feliz, en nuestro tiempo pocos se atreverían a decir que son la excepción.