/ sábado 2 de mayo de 2020

Mike era encanador

Mi tío Mike era de esas personas que tenían un atractivo innato.

Tal vez los recuerdos me traicionan un poco, o quizá yo me fui inventando historias, pero cada vez que mi papá hablaba de Mike se le llenaban los ojos de brillo.

-Un día mis primos- contaba Alfredo, andaban preocupados buscando a Mike que no aparecía. Se había ido de fiesta y llevaba varios días sin reportarse. Toda la familia se movilizó para encontrarlo. Al poco tiempo Mike se reportó, estaba en Estados Unidos, creo que en Los Ángeles. Llegó allá sin papeles, sin maleta y sin dinero, y se la estaba pasando poca madre.

De niño, cada vez que venía a mi mente, lo imaginaba como un superhéroe, claro que no de esos con superpoderes, sino como esas figuras a las que todos quieren, a las que muchos admiran, atrevido, desvergonzado, audaz.

Todos querían siempre estar con Mike, siempre estaba rodeado de amigos, tenía algo que reconfortaba, que alegraba y después de mucho pensarlo lo comprendí: Mike era encantador.

A veces lo imaginaba como un personaje de teatro, vestido de esmoquin, con sombrero y un bastón, bailando y feliz, siempre fresco, como lo tengo en la mente. Es que a pesar de la vida, de las decisiones, de los problemas, nunca me habría preocupado por Mike, porque él era feliz.

Cuando crecí, la vida me llevó a refugiarme con mi tío José Luis Garcitapia y me adoptó en una oficina en la calle Ignacio Rayón, en pleno Centro Histórico de Cuernavaca. Ahí me reencontré con Mike que, como achichincles que éramos, nos mandaba a mí y a mi amigo el puerquito a traer los refrescos a la panadería La Paloma.

-Dos coquitas, de las de vidrio y que estén bien frías. Ya le dije a ese cuate que las meta al congelador pero se le olvida. Si no están bien frías, dile al del puesto de periódicos, ese si las tiene muertas-, me decía casi a diario.

Así como llegaba con las coquitas, Mike tomaba una, la destapaba y se la bebía casi de un trago. La otra podía durarle una hora o más, se la iba chiquiteando hasta que terminaba de redactar y se despedía: sobrino, me voy porque aquí no pagan. Y salía feliz, reluciente, con un halo brillante que lo envolvía. A pesar de que ya no lo veía, lo escuchaba subir las escaleras y nuevamente lo imaginaba de etiqueta, bailando alguna coreografía como de musical.

Un día le dije que se parecía a Mijares, y es que de verdad, si haces una búsqueda en las imágenes de Google, aparecen por lo menos 3 en las que son idénticos. No pudimos resistirlo y puerco y yo le pusimos la foto de fondo de pantalla. Mike pegó la carcajada y la cambió. Al día siguiente se la volvimos a poner. Como amigo era una chulada también.

Tal vez mis palabras suenan un poco triviales, las anécdotas irrelevantes o hasta irrespetuosas, pero no es así, las comparto con mucho cariño hacia mi tío, y porque seguro muchos ya lo conocen bien como periodista, o en otras de sus facetas.

Me faltó conocerlo más. Hace rato platiqué con un amigo sobre su fallecimiento y lo sorprendidos que nos tomó a todos. -Voy a extrañar al Chule, a todos nos va a hacer falta, pero estoy seguro que ese cabrón está feliz-, le dije.

Estoy convencido.

Hasta siempre, tío Miguel Ángel García.

Mi tío Mike era de esas personas que tenían un atractivo innato.

Tal vez los recuerdos me traicionan un poco, o quizá yo me fui inventando historias, pero cada vez que mi papá hablaba de Mike se le llenaban los ojos de brillo.

-Un día mis primos- contaba Alfredo, andaban preocupados buscando a Mike que no aparecía. Se había ido de fiesta y llevaba varios días sin reportarse. Toda la familia se movilizó para encontrarlo. Al poco tiempo Mike se reportó, estaba en Estados Unidos, creo que en Los Ángeles. Llegó allá sin papeles, sin maleta y sin dinero, y se la estaba pasando poca madre.

De niño, cada vez que venía a mi mente, lo imaginaba como un superhéroe, claro que no de esos con superpoderes, sino como esas figuras a las que todos quieren, a las que muchos admiran, atrevido, desvergonzado, audaz.

Todos querían siempre estar con Mike, siempre estaba rodeado de amigos, tenía algo que reconfortaba, que alegraba y después de mucho pensarlo lo comprendí: Mike era encantador.

A veces lo imaginaba como un personaje de teatro, vestido de esmoquin, con sombrero y un bastón, bailando y feliz, siempre fresco, como lo tengo en la mente. Es que a pesar de la vida, de las decisiones, de los problemas, nunca me habría preocupado por Mike, porque él era feliz.

Cuando crecí, la vida me llevó a refugiarme con mi tío José Luis Garcitapia y me adoptó en una oficina en la calle Ignacio Rayón, en pleno Centro Histórico de Cuernavaca. Ahí me reencontré con Mike que, como achichincles que éramos, nos mandaba a mí y a mi amigo el puerquito a traer los refrescos a la panadería La Paloma.

-Dos coquitas, de las de vidrio y que estén bien frías. Ya le dije a ese cuate que las meta al congelador pero se le olvida. Si no están bien frías, dile al del puesto de periódicos, ese si las tiene muertas-, me decía casi a diario.

Así como llegaba con las coquitas, Mike tomaba una, la destapaba y se la bebía casi de un trago. La otra podía durarle una hora o más, se la iba chiquiteando hasta que terminaba de redactar y se despedía: sobrino, me voy porque aquí no pagan. Y salía feliz, reluciente, con un halo brillante que lo envolvía. A pesar de que ya no lo veía, lo escuchaba subir las escaleras y nuevamente lo imaginaba de etiqueta, bailando alguna coreografía como de musical.

Un día le dije que se parecía a Mijares, y es que de verdad, si haces una búsqueda en las imágenes de Google, aparecen por lo menos 3 en las que son idénticos. No pudimos resistirlo y puerco y yo le pusimos la foto de fondo de pantalla. Mike pegó la carcajada y la cambió. Al día siguiente se la volvimos a poner. Como amigo era una chulada también.

Tal vez mis palabras suenan un poco triviales, las anécdotas irrelevantes o hasta irrespetuosas, pero no es así, las comparto con mucho cariño hacia mi tío, y porque seguro muchos ya lo conocen bien como periodista, o en otras de sus facetas.

Me faltó conocerlo más. Hace rato platiqué con un amigo sobre su fallecimiento y lo sorprendidos que nos tomó a todos. -Voy a extrañar al Chule, a todos nos va a hacer falta, pero estoy seguro que ese cabrón está feliz-, le dije.

Estoy convencido.

Hasta siempre, tío Miguel Ángel García.

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