/ jueves 21 de octubre de 2021

Mentalidad de la escasez

La economía se encuentra en medio de la inacabada discusión sobre si las ciencias sociales pueden predecir el futuro. Por supuesto, muchos creerían que aplicando fórmulas y amplias teorías sobre el mercado pueden lograrlo, al final de cuentas, mediante reglas no sería difícil encontrar una estimación. Pero en general, muchos ni siquiera intentan defender tal postura. Y no es que las teorías económicas no tengan validez, sino que muchas de ellas son tan abstractas que sólo pueden existir bajo condiciones especiales de laboratorio.

La verdad de las ciencias sociales, tanto de la economía como de cualquier otra, es que no funcionan como las ciencias naturales. La química, en buena medida, se basa en la interacción de los elementos, así como la biología se encarga de estudiar la estructura y procesos de los seres vivos. Las ciencias sociales estudian la forma en que el individuo interactúa en la sociedad y cómo influyen las condiciones políticas y económicas en él. Tal vez no haya nada más volátil como la estructura de una persona, sus decisiones y la forma que actúa.

Durante mucho tiempo se creyó que las personas basaban la mayoría de las decisiones en supuestos racionales. Ahora sabemos que no es del todo cierto. Por ejemplo, la economía del comportamiento nos enseñó que las resoluciones que se toman normalmente están condicionadas por una serie de aspectos situacionales, psicológicos y sociales, incluso neuronales; podemos decir que somos la suma de una serie de variables que a veces ni siquiera conocemos: estamos condicionados.

Es bastante normal que al tener problemas económicos nuestra perspectiva de prioridades cambie radicalmente: por pagar deudas las personas se encasillan en una visión de túnel que les hace olvidar su alrededor; desde tareas sencillas que se van postergando hasta ingerir alimentos que merman la condición física, agravando aún más la situación inicial. No somos plenamente conscientes, pero al momento de sufrir el sentimiento de escasez, todo cambia.

De igual forma, las personas al saber que posiblemente tendrán una recompensa inmediata prefieren hacer a un lado casi lo que sea por conseguirlo. Muchos son capaces de alargar una deuda, incluso contraer otra deuda para pagar la anterior, simplemente en la búsqueda de satisfacer un deseo del presente. Lo peor de este sesgo del presente es que el individuo está tan inerte en el momento que es incapaz de mirar las consecuencias futuras de sus decisiones.

Cuando la mentalidad de la escasez aparece, en sus distintas variables, comenzamos a tener muchos sesgos cognitivos de los que no nos percatamos. La lógica que generalmente creemos tener en la vida cotidiana se ve mermada. Nuestra facultad de pensar objetivamente disminuye alarmantemente. La economía del comportamiento nos enseña que el individuo no es realmente dueño de sí mismo ni mucho menos posee una voluntad inquebrantable, sino que son las condiciones que lo orillan a tomar una resolución, muchas veces pésima.

Fácilmente podemos pensar la última vez que salimos a la calle y vimos un objeto que quisiéramos comprar, y al instante relacionarlo a una serie de procesos mentales, entre el sí y no, y los demás gastos que no hemos cubierto y los que debemos saldar. Tomarlo y llevarlo a casa sin pensar las consecuencias, o simplemente dejarlo y lamentar no tener lo suficiente, en medio de toda esa vorágine de determinaciones encontramos la mentalidad de la escasez. En medio de todo eso estamos nosotros.

La economía se encuentra en medio de la inacabada discusión sobre si las ciencias sociales pueden predecir el futuro. Por supuesto, muchos creerían que aplicando fórmulas y amplias teorías sobre el mercado pueden lograrlo, al final de cuentas, mediante reglas no sería difícil encontrar una estimación. Pero en general, muchos ni siquiera intentan defender tal postura. Y no es que las teorías económicas no tengan validez, sino que muchas de ellas son tan abstractas que sólo pueden existir bajo condiciones especiales de laboratorio.

La verdad de las ciencias sociales, tanto de la economía como de cualquier otra, es que no funcionan como las ciencias naturales. La química, en buena medida, se basa en la interacción de los elementos, así como la biología se encarga de estudiar la estructura y procesos de los seres vivos. Las ciencias sociales estudian la forma en que el individuo interactúa en la sociedad y cómo influyen las condiciones políticas y económicas en él. Tal vez no haya nada más volátil como la estructura de una persona, sus decisiones y la forma que actúa.

Durante mucho tiempo se creyó que las personas basaban la mayoría de las decisiones en supuestos racionales. Ahora sabemos que no es del todo cierto. Por ejemplo, la economía del comportamiento nos enseñó que las resoluciones que se toman normalmente están condicionadas por una serie de aspectos situacionales, psicológicos y sociales, incluso neuronales; podemos decir que somos la suma de una serie de variables que a veces ni siquiera conocemos: estamos condicionados.

Es bastante normal que al tener problemas económicos nuestra perspectiva de prioridades cambie radicalmente: por pagar deudas las personas se encasillan en una visión de túnel que les hace olvidar su alrededor; desde tareas sencillas que se van postergando hasta ingerir alimentos que merman la condición física, agravando aún más la situación inicial. No somos plenamente conscientes, pero al momento de sufrir el sentimiento de escasez, todo cambia.

De igual forma, las personas al saber que posiblemente tendrán una recompensa inmediata prefieren hacer a un lado casi lo que sea por conseguirlo. Muchos son capaces de alargar una deuda, incluso contraer otra deuda para pagar la anterior, simplemente en la búsqueda de satisfacer un deseo del presente. Lo peor de este sesgo del presente es que el individuo está tan inerte en el momento que es incapaz de mirar las consecuencias futuras de sus decisiones.

Cuando la mentalidad de la escasez aparece, en sus distintas variables, comenzamos a tener muchos sesgos cognitivos de los que no nos percatamos. La lógica que generalmente creemos tener en la vida cotidiana se ve mermada. Nuestra facultad de pensar objetivamente disminuye alarmantemente. La economía del comportamiento nos enseña que el individuo no es realmente dueño de sí mismo ni mucho menos posee una voluntad inquebrantable, sino que son las condiciones que lo orillan a tomar una resolución, muchas veces pésima.

Fácilmente podemos pensar la última vez que salimos a la calle y vimos un objeto que quisiéramos comprar, y al instante relacionarlo a una serie de procesos mentales, entre el sí y no, y los demás gastos que no hemos cubierto y los que debemos saldar. Tomarlo y llevarlo a casa sin pensar las consecuencias, o simplemente dejarlo y lamentar no tener lo suficiente, en medio de toda esa vorágine de determinaciones encontramos la mentalidad de la escasez. En medio de todo eso estamos nosotros.